La situación creada por la
pandemia de la COVID-19 ha desbordado a las administraciones y los servicios de salud, habiendo tenido que tomar decisiones excepcionales. Ha requerido dedicar y reconvertir un elevado número de recursos de todo tipo (técnicos, humanos, materiales, económicos…) a la gestión de lo que era
prioritario y urgente en ese momento, la salud de las personas.
En todo caso para la población, esta situación ha supuesto un
impacto importante y en especial para los pacientes afectados por una enfermedad crónica. Para ellos no solo es mayor la vulnerabilidad, sino que, además, la situación ha supuesto una alteración evidente en la gestión del día a día de su patología y,
en muchos casos, un empeoramiento de su enfermedad de base.
Paralelamente hay
pacientes que debutan en una enfermedad con cuadros más complejos y críticos, ya sea por haber acudido tarde al especialista, por el temor a ir a un hospital o por demoras en las pruebas diagnósticas. Además,
en cuanto a su medicación, los pacientes han tenido que adaptarse a la heterogeneidad de soluciones que cada centro sanitario ha ofrecido para afectar lo menos posible su pauta de tratamiento.
"Sería prudente definir protocolos de actuación y hacer un esfuerzo claro para una vuelta integral a la nueva-normalidad"
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Tampoco debemos olvidar ciertos elementos indirectos, que tienen un impacto importantísimo en la calidad de vida de los pacientes como son su
salud emocional, los programas de ayuda para convivir con su enfermedad (terapias ocupacionales, etc.), su situación laboral o su entorno social. Todos ellos, en mayor o menor grado, se han visto alterados también. Este impacto en la salud de las personas, no medido en las cifras oficiales y que ya estamos percibiendo.
El perfil de cada paciente individual y de su patología ha llevado a que el impacto haya sido heterogéneo y, con el objetivo de minimizar las secuelas en el tiempo,
sería prudente definir protocolos de actuación y hacer un esfuerzo claro para una vuelta integral a la nueva-normalidad.
En declive ya de la pandemia, durante el regreso a la nueva-normalidad resulta esencial
esforzarse en gestionar los retrasos producidos durante estos últimos meses: consultas, intervenciones quirúrgicas, fisioterapia, etc. aumentando los turnos, días, espacios y personal.
Quizás menos visibles al público general, pero relevante para los pacientes, son ciertos
trámites administrativos como los relacionados con el proceso de aprobación de fármacos y su puesta a disposición de los médicos para proveer de más alternativas terapéuticas. Si nuestro país, según algunos datos publicados, ya sufría demoras importantes en este proceso, en comparación con otros países del entorno,
no nos podemos permitir retrasar aún más el acceso a los nuevos tratamientos, tecnologías, etc. En “parón” actual es mucho tiempo para algunos pacientes, cuya esperanza de vida es ya de por sí incierta. Gestionar la agenda pública en este aspecto requerirá como en otros asuntos, de una mayor periodicidad, de otro modo, nos encontraremos con un elemento adicional a añadir a lo ya comentado anteriormente, que impactará en el medio plazo y donde
los pacientes sufrirán también sus consecuencias.