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13 abr. 2024 7:00H
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He leído en esta revista recientemente unas reflexiones interesantes de Rafael Matesanz sobre el problema de la emigración de nuestros jóvenes doctores en busca de condiciones más favorables.

Los tiempos de las madres llorosas y los hijos pesarosos porque tenían que echar a la maleta la Virgen de su devoción, el rosario y la foto de familia, y zarpar hacia horizontes más ilusionantes, hace tiempo que quedaron atrás. El planeta sigue siendo esférico, pero la globalización y las tecnologías han reducido considerablemente su diámetro. Los jóvenes tienen hoy muchos menos escrúpulos en liar el petate y echarse al camino de esa busca y esas ilusiones.

El asunto, aun manido, viene consiguiendo atenciones escasas por parte de las autoridades políticas. Cierto que algunos marchan en busca de dinero fácil – que nunca lo es – y rápido. Pero creo que la mayoría lo hace por esperanza de un plan de carrera más prometedor y satisfactorio. Confío en que esta vez la categoría y el prestigio del autor, Rafael Matesanz, puedan al menos dar algún impulso a esa atención.

Desde gobiernos se ha ido desatando contra la medicina privada un inexplicable rechazo que ha apartado o reducido concertaciones de la sanidad pública con la privada, que es la que tiene departamentos de recursos humanos capacitados para la negociación laboral.


"La formación del médico en España es una de las mejores del mundo"



Por supuesto, el papel de los hospitales públicos es importantísimo, pero, en lo laboral, sus raíces funcionariales y sindicales acaban desembocando en una propuesta para tensionar los presupuestos del Estado y éstos con frecuencia priorizan intereses espurios por encima de las preocupaciones de los ciudadanos, entre las cuales la sanidad es una de las mayores.

Soy de los que opinan – con total respeto a quien crea lo contrario – que no hace mucho que el sistema sanitario español logró auparse entre los mejores del mundo. Y se hizo con la colaboración de todos. Un asunto de gran dimensión y gran interés requiere aunar todos los esfuerzos y no pasar primero por el arco de obsoletos principios ideológicos.

Nos jugamos no sólo la idoneidad del sistema, sino su viabilidad misma. Y eso habría que verlo con los ojos imparciales de la prosperidad y el progreso.

Claro que si dejamos el lado de la oferta y miramos desde el de la demanda, a alguien se le podría ocurrir una solución un tanto insensata. Los sanitarios españoles emigran y son aceptados en múltiples escenarios, entre otras cosas, porque la formación del médico en España es también una de las mejores del mundo. Si permitimos que la ola de mediocridad que está inundando la política salpique también a la instrucción médica, seguro que mucha de esa demanda se perdería y muchos de nuestros sanitarios no tendrían más remedio que quedarse en casa.

Así tal vez se salvaría la viabilidad. De calidad no hablemos. Porque, si hablamos, no tendremos más remedio que aceptar que participen todos los recursos que la tengan.