La muerte del sociólogo Zygmunt Bauman ha vuelto a poner su teoría de la
modernidad líquida en primera línea. Todos los medios se han hecho eco de ello, explicando
un concepto que resulta muy agradecido: es fácil de entender y ofrece un marco general en el que cualquiera, desde cualquier nivel intelectual, puede hacerse una composición de lugar en la que sentirse cómodo.
Bauman contrapone la sociedad tradicional -
bien asentada en un Estado fuerte, una familia estable, empleos duraderos y valores de referencia seguros- con la actual, con su
extrema movilidad en numerosos ámbitos, de ahí que la llame "líquida": empleo precario, ideas y valores en permanente cuestionamiento, incertidumbre incluso en asuntos que se daban por consolidados como, sin ir más lejos, la garantía de la asistencia sanitaria, etc.
En esas arenas movedizas un elemento relevante son las
redes sociales, a las que, por cierto, califica como
"una trampa". Desde su óptica, transforman el concepto de identidad al obligar a cada uno a crear su propia comunidad, cuando tradicionalmente uno pertenecía o no a la suya, no tenía que construirla. Esa
necesidad de sentirse parte del grupo es terreno abonado para los mensajes simples, las frases evocadoras, los conceptos ramplones y la discusión extrema: o estás conmigo o contra mí, lo que argumentes me da igual porque mi posición es inamovible. “En Internet puedes barrer los conflictos bajo la alfombra y pasar todo tu tiempo con gente que piensa igual que tú”, aseguraba
en una entrevista.
En este entorno tan volátil la aparición de un personaje como
Donald Trump ha sido una consecuencia lógica.
Sorprendente por el descaro del individuo y por la altura institucional desde la que se pronuncia,
pero predecible desde la perspectiva apuntada por Bauman.
Desempeñar el rol de hosco provocador, gritón, en permanente actitud de retar a enemigos visibles e invisibles resulta más fácil cuando se dispone de herramientas que amplifican el mensaje. Y que, además, aparentemente no comprometen. En eso,
el desde ayer nuevo presidente de los EEUU es todo un maestro y su cuenta de Twitter, una lección diaria. Si a eso sumamos sus más que polémicos posicionamientos en asuntos como el
Obamacare, las presiones a la
industria farmacéutica o los guiños a los
grupos antivacunas, ya se ve que, sin salirnos del ámbito sanitario, con él la incertidumbre viene de serie.
Trump ha sabido sacar partido del torrente inacabable de noticias, chismes, rumores, gracietas y banalidades que es Internet. En ese flujo eterno, el
exabrupto de ayer vence a todas las descalificaciones que ha recibido hoy; la
afirmación más extravagante sigue teniendo más alcance que todas las pruebas que la desmontan; y el
magnetismo del personaje reviste de veracidad cuanto dice a ojos de sus seguidores.
Un
analista norteamericano llamado Kevin Madden lo ha resumido mejor que nadie en la revista
Politico: “En un mundo con un exceso de información siempre hay escasez de atención, y él tiene la habilidad de generar cuatro o cinco historias al día. Ante eso, ¿cómo pueden sus rivales colocar al menos una entre ellas?
Siempre tiene el control”.
Como en casi todo, también en el uso de las redes la práctica de Trump se ha ido al extremo más opuesto posible que marcó su predecesor: la primera campaña de Obama se sigue considerando
un hito en el desarrollo de Twitter gracias al partido que su equipo sacó de esta herramienta. Desde el principio la consideraron un canal más de comunicación, tan oficial como un comunicado o una comparecencia. Trump, en cambio, se ha subido a la ola que describía Bauman y ha hecho todo lo contrario: mentir,
difamar o amenazar en Twitter. Aunque luego se desdijera o fuera incapaz de argumentar sus afirmaciones. Para muestra, dos botones de los ‘mantras’ que ha usado hasta la saciedad para cargar contra el Obamacare:
En el de la izquierda, afirma Trump: "Obamacare es un desastre total. Hillary Clinton quiere salvarlo haciéndolo aún más caro. No funciona, lo revocaré y remplazaré!". El de la derecha, más reciente, dice: "Este año habrá aumentos masivos en el coste de los seguros médicos del Obamacare y los demócratas buscarán culpables del desastre. Caerá por su propio peso, descuiden!".
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¿Tan mal encaje tienen las redes sociales y la política? ¿De verdad no importa lo que se diga por este medio? ¿No debería estar la palabra por encima del medio utilizado para transmitirla? ¿O es solo un problema de los políticos, que no terminan de aceptar que el canal vale tanto para lo que uno dice como para lo que le dicen? Volviendo a Bauman, se necesita "un nuevo cuerpo político que sepa nadar en tiempos líquidos". Eso sí, nadar,
no bebérselos como Trump.