Noviembre, ya estamos en noviembre. Quedan escasos tres meses para la convocatoria anual de una de las oposiciones más socialmente conocidas y sufridas por quienes la padecen: el examen MIR. Atrás quedó uno de los veranos más sufridos en la historia del joven médico opositor, y aún queda lo peor.
En estos meses entra en juego el factor psicológico, la resistencia, el temple. Ser capaz de soportar la presión, las prisas, el cansancio acumulado, la desmotivación o la desilusión. Es el momento de lidiar con los resultados, de seguir luchando, de no rendirte. Es el momento en el que los opositores empiezan a brotar, a saturarse, a preguntarse por el sentido de todo esto. Un año donde han vuelto a dar lo mejor de sí mismos (cómo si seis años cursando una de las carreras más duras, no fuera suficiente). Meses de duro sacrificio donde vuelven a entregar parte de su tiempo vital, de su historia, de sus fuerzas y energía. ¿El objetivo?: lograr una de las ansiadas plazas que les lleve al tipo de Medicina que les gustaría ejercer el resto de sus vidas.
Si en algún momento alguien duda de la vocación de un médico, es que no sabe lo que se sufre en la preparación MIR. Una lucha encarnizada y competitiva. Un examen que dejará en la estacada aproximadamente al 50% de los que se presenten. Un examen que cada año mantiene su número de plazas, pero que no se adapta al número de opositores. Cada vez más aspirantes cada vez más competitividad, cada vez más obstáculos y más tiempo de preparación, más inversión en academias, más sacrificio por parte de los aspirantes. Cada vez peor. Cada vez, más dificultades para ser "médicos". Una etapa que tenemos que sufrir obligatoriamente. Y somos de los sanitarios que estamos "mejor" a nivel de oposición. El mismo problema (o peor), lo tienen los EIR, FIR, PIR, BIR, etc.
No nos engañemos: en Medicina sin especialidad no eres nadie. Las opciones laborales son muy limitadas y en algunos casos, precarias. La especialidad, tampoco depara "el paraíso". Luchamos por un contrato de formación donde seremos "el último mono". Un contrato que nos obligará a seguir dando lo mejor de nosotros, donde seguiremos haciendo malabarismos para atender nuestra vida profesional, laboral y académica. Un período donde estaremos convirtiéndonos en especialistas, pero cuyo coste personal es intangible. ¡Que sería del sistema sin sus residentes! ¿Vale la pena?
El MIR nació como una de las formas más democráticas para acceder a una plaza como especialista. En la actualidad, no está ni de lejos adaptado a los cambios. Es una cadena que nos ata a seguir en un limbo personal y profesional durante todo un año (con suerte), para poder dedicarnos finalmente a lo que nos apasiona. Nos ata a un sistema de elección y criba "relativamente justo" donde un día, un examen, un momento...nos lleva al cielo o al infierno.
El temario es de risa: medicina. Un contenido que se aleja muchísimo del día a día de un médico general. Un montón de datos que ni los propios especialistas conocen. Un volumen ingente de información que sería ilógico manejar en el día a día de un médico especialista, incluso del más brillante. Te aseguro que en el día a día de un médico "normal", no hace falta ni la mitad de lo que se estudia en el MIR y necesitas otros muchos conocimientos que ni siquiera se tocan.
Seguimos encajonados al sistema, encajonados en la metodología del "tú vales lo que valga tu número de orden", sin tener en cuenta tus aspiraciones, tus habilidades o competencias como médico, las necesidades del sistema o del país. Seguimos siendo eslabones de un modelo que nadie se atreve a romper, a adaptar, a mejorar. Seguimos estudiando estoicos deseando ejercer, deseando demostrar cuánto valemos, sentirnos médicos de verdad. Nuestro pan de cada año, nuestro sistema pulcra y clásicamente establecido que cumplimos con devoción y entrega, resignados a seguir saturados, encadenados, consumidos. Borregos en el rebaño apaleado de "papá estado"
Pero ¡cuidado! es peligroso plantearse estas cuestiones. Es peligroso sacar los pies del tiesto. Es peligroso plantear alternativas u oponerse críticamente al desajuste, al desequilibrio y a los problemas que plantea el MIR. El tiempo que inviertes en ello, es tiempo perdido. Tiempo en el que no estás estudiando, en el que no estás compitiendo, en el que no estás siguiendo la corriente con la esperanza de salir a flote. El examen MIR y su preparación es descorazonador. Si te paras fríamente a pensarlo, si bajas el ritmo un momento para reflexionar sobre este sistema de oposición...tu mundo se derrumba.
Cada semana, cada simulacro, cada hora que inviertes es una lucha contra ti mismo, contra el mundo que te rodea, contra la vida. Para los que estamos en redes sociales y leemos día tras día las experiencias de estos opositores, la percepción es terrible. Sentimientos de desesperanza, de desilusión, machacar al médico hasta la médula.
Es difícil ser optimista, muy difícil seguir adelante. Pero aquí siguen año tras año miles de médidos, ilusionados con poder ser pediatras, cirujanos, patólogos, radiólogos, internistas, etc. Miles de personas que realmente dedican su vida a la Medicina.
Esta es la realidad del sistema MIR. Esta es la realidad de la Medicina. Esta es la realidad de los médicos españoles. Saturados, estamos saturados. Me opongo, me niego, aborrezco este sistema de oposición. Me mata formar parte de ello, mutila el alma luchar contra una montaña inamovible, te estanca como persona y como profesional. Un sueño, una ilusión, un futuro. Seguimos luchando, seguimos estudiando, seguimos compitiendo. Seguimos preguntándonos: ¿vale la pena?