La Organización Mundial de la Salud alertaba estos días sobre la que ya se ha llamado la epidemia del siglo XXI: la obesidad. Unos 1.400 millones de personas en el mundo, más de una persona de cada siete, sufren sobrepeso motivado por distintos factores, entre ellos, los malos hábitos alimentarios, la falta de una educación nutricional adecuada o el sedentarismo.
Aunque el hambre, la falta de alimentos, sigue siendo un problema muy importante que afecta a 800 millones de personas en todo el mundo, la obesidad casi duplica esa cifra y es responsable, según cálculos de la OMS, de 3,4 millones de muertes al año.
Unas cifras que, sin duda, deben llevarnos a una reflexión profunda y que, de manera inmediata, nos traen una primera conclusión. Desde los poderes públicos y también, por supuesto, desde las instancias sanitarias, no se están haciendo las cosas bien cuando tantas personas no tienen una conciencia real de los efectos perjudiciales que conlleva el sobrepeso para su salud.
Creo que parte del problema se encuentra en que muchos sistemas sanitarios, incluido el español, han errado en la manera de gestionar la atención que se ofrece al usuario, al apostar por un modelo asistencialista, orientado al órgano enfermo y focalizado en el centro hospitalario.
De esta manera, los esfuerzos económicos, organizativos y materiales se han centrado en el tratamiento y posible cura de la patología cuando esta ya existe. Por el contrario, y aunque sobre el papel y en los discursos públicos se alude mucho a su necesidad e importancia, la prevención de la enfermedad y la promoción de hábitos de vida saludable han sido claramente relegados.
No hemos sabido aprovechar las oportunidades que ofrecía la atención primaria, y muy especialmente, el potencial de los profesionales de Enfermería, para, en el caso que ahora nos ocupa, hacer una labor de prevención y sensibilización que evite la obesidad.
Hablamos de información, sensibilización y prevención desde los centros sanitarios, pero no debemos olvidar el papel fundamental que desde los centros educativos se puede jugar para concienciar desde edades tempranas de los peligros que conlleva la ingesta reiterada de alimentos y productos especialmente atractivos para niños y jóvenes, como pizzas, hamburguesas, bollería industrial…
De igual manera, tanto a niños como adultos, hay que insistir en la conveniencia de realizar alguna actividad física que, entre otros efectos beneficiosos, ayude a combatir el sobrepeso.
La situación sobre la obesidad advertida por las autoridades sanitarias mundiales me lleva a reafirmarme, una vez más, en la necesidad imperiosa de cambiar nuestro actual modelo asistencial por otro orientado al paciente, a la persona en su conjunto, y en el que la atención sea integral y continua.
Considero primordial que los esfuerzos públicos se orienten, por tanto, en priorizar políticas y actuaciones preventivas y en corregir estilos de vida no saludables. Recordar, a modo de ejemplo, que las enfermedades relacionadas con el estilo de vida son la causa del 70% al 80% de las muertes en los países desarrollados.
De igual manera, un sistema de salud es mucho más eficaz en la prestación preventiva que curativa, y también resulta mucho más económico, ya que prevenir requiere al final del proceso una menor inversión que curar.
Señales tan claras como el preocupante aumento de la obesidad en el mundo supuestamente más desarrollado no deberíamos dejarlas pasar. Aún estamos a tiempo de cambiar las cosas y de evitar más complicaciones de salud, incluso muertes, para millones de personas.