Más de dos años y medio después de su condena pública como chantajista profesional, el ciudadano Santiago Cervera pudo gritar ¡por fin! al ser absuelto por el Juzgado de lo Penal número 3 de Pamplona. Puede que a la ingrata política le importe un bledo su inocencia porque le considere un personaje amortizado. Pero la sanidad debería felicitarse por seguir contando con un profesional relevante que pudo llegar muy, muy alto y que ha sabido caer con dignidad para, desde cero, empezar una nueva vida. Sin chantajes, sin acusaciones ni investigaciones. Sin condenas.
Cervera fue descabalgado de un progresivo ascenso político que le había llevado desde la Consejería de Salud de Navarrahasta la Presidencia del PP de Navarra y la Secretaría del Congreso de los Diputados. Cuando ocurrió el fatal episodio que condujo a su defenestración, era más político que sanitario, pero cuando aparecía por el sector siempre era bien recibido. Suele ocurrir con algunos otros personajes que ascienden y alcanzan mayor notoriedad pública, pero que no se olvidan del pequeño ámbito que les dio la oportunidad de destacar. Algo así como el agradecimiento, que es de bien nacidos.
Pero entonces apareció la CAN, hoy desaparecida, como la mayoría de cajas de ahorro que no hace mucho miraban de igual a igual a los bancos y hacían méritos por tratar de liderar los negocios financieros en sus respectivos ámbitos de influencia. Y se cruzó la figura de José Antonio Asiaín, el entonces presidente de la CAN, con el que Cervera se las estaba teniendo tiesas, en público y sin miramientos. A la luz de la sentencia, y según su propio testimonio, Cervera cometió una imprudencia cuando aceptó intentar acceder a determinada información comprometedora para Asiaín. Y, desde luego, ha pagado con creces aquel atrevimiento.
Que no fue, para desgracia de los que se apresuraron a condenarle, un chantaje. Lo que sí comenzó entonces fue una larga instrucción, que ha investigado a fondo al ciudadano Cervera, que dejó de ser político en cuanto le imputaron porque es de los pocos que piensan -y practican- que los cargos públicos deben mostrar no solo un comportamiento íntegro y honorable sino también servir para prestigiar la institución a la que pertenecen. Y estando imputado, por muy inocente que seas, no se prestigia nada de nada.
Cervera ha experimentado en sus propias carnes la contundencia de esa frase hecha que tiene bastante más verdad de la que aparenta: que caiga el peso de la ley. El problema es cuando cae sobre un hecho que ni siquiera merece ser considerado como indicio de ningún comportamiento punible. Que es lo que ha ocurrido en este caso, que no es el primero ni seguramente será el último. Al ciudadano Cervera, después de atravesar una prolija investigación de año y medio en el que han analizado dispositivos electrónicos, cuentas corrientes, correos electrónicos y mensajes telefónicos, solo le queda preguntarse eso de “¿a ver quién me resarce a mí de todo esto?”, que tiene una respuesta inmediata: nadie.
Lógicamente, Cervera no quiere oír hablar más de la política. En los días posteriores a su dimisión, circularon no pocas teorías conspiratorias nunca confirmadas que le tenían como protagonistay a la mismísima Dolores de Cospedal como muñidora principal de su derribo. Es evidente que el político Cervera no era un personaje cómodo, ni en Navarra, donde su afán por denunciar los problemas de la CAN le llevó a posicionarse de manera poco ortodoxa, ni en Madrid, donde nunca tuvo el respaldo del grupo parlamentario popular. Su caída en desgracia seguramente satisfizo a unos cuantos e hizo sonreír a unos pocos más.
El nuevo Cervera es emprendedor y un apasionado de las nuevas tecnologías y su aplicación en el entorno salud. Ya solo se quiere dedicar a esto, y olvidar la política, ahora que se ha dado cuenta de valorar muchas otras cosas importantes que hay en la vida. Su absolución ha llegado como una especie de revelación para perseverar en el camino emprendido y olvidar todo lo pasado. Quizá el precio haya sido alto, pero nunca es tarde si la dicha es apolítica.