Lluís Montoliu, investigador del CNB-Csic y responsable del equipo que ha validado funcionalmente estas Cas ancestrales en células humanas en cultivo.
Tras obtener resultados positivos en las células humanas en cultivo, ahora, la
nueva versión del Crispr-Cas deberá afrontar los ensayos en animales. Aunque todavía es “pronto” para hablar de plazos y fechas, superar las dificultades de los organismos animales será el próximo paso a dar antes de llevar a cabo el ensayo en humanos. Es un proceso que deberá ir “paso a paso”, ya que los organismos serán más complejos, apunta
Lluís Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC (
CNB-Csic) y del
Cieberer, y responsable del equipo que ha validado funcionalmente estas Cas ancestrales en células humanas en cultivo.
Antes de poner en marcha esos
modelos animales tienen que comprobarse los pasos pre-clínicos. “Los nuevos modelos estarán disponibles cuando verifiquemos que el daño que se pueda causar será menor al beneficio y a la eficacia del tratamiento. No podemos tomar atajos, llevará el tiempo que haga falta”, recalca Montoliu. A su vez, el investigador añade que si todo va bien con el experimento en ratones, se podrá pasar a hacer un ensayo clínico en pacientes con determinadas enfermedades.
El proyecto que ha llevado a cabo el hallazgo de la
reconstrucción del ancestro del sistema Crispr-Cas de hace 2.600 millones de años ha estado dirigido por el investigador
Raúl Pérez-Jiménez, del Ikerbasque de CIC nanoGUNE. Han participado equipos investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), la Universidad de Alicante, el Centro de Investigación Biomédica en Red de Enfermedades Raras (Ciberer) y otras instituciones estatales e internacionales.
Características más “especiales y singulares”
La proteína más antigua que han encontrado mediante esta investigación data de hace
2.600 millones de años, pero estos científicos han analizado varias secuencias de ellas para poder llegar al ancestro: “Hemos utilizado las relaciones parentales de seres vivos y sus ancestros, es decir,
grupos de 59 bacterias relacionadas evolutivamente entre ellos. Hemos calculado las proteínas o secuencias más probables que debieron existir hace muchos años y que son compatibles con la variante actual, y dichas proteínas las hemos analizado mediante equipos tecnológicos. La proteína más antigua que hemos encontrado es de hace 2.600 millones de años”, explica Lluís Montoliu, al detallar la raíz de la investigación.
Montoliu incide en lo “sorprendente” del proceso y de los resultados, argumentando que a pesar de que hayan reconstruido una secuencia de una proteína “tan antigua”, dichas proteínas son
“capaces” de funcionar. Cuanto más antiguas sean dichas proteínas, sus características son más especiales y singulares, lo que hacen ser “más atractivas”, remarca el especialista.
Apunta, por otro lado, que las actuales han perdido la capacidad de funcionar como
herramienta antiviral. Una característica que sí tenían las antiguas. “Buscábamos nuevas herramientas que fueran suficientemente distintas y que nuestro sistema inmunológico no las pudiera reconocer, y lo hemos conseguido”, enfatiza Montoliu.
Posibles vías para tratar el cáncer
Este hallazgo permite que el sistema inmunológico
no reconozca ni ataque esta proteína de la forma en la que se enfrente a una bacteria conocida. Montoliu explica que ahora habrá más donde escoger, puesto que esta herramienta servirá para poder utilizar en terapia, con la “seguridad” de que el sistema inmune no conozca esas bacterias: “Si superamos todos los pasos de seguridad y eficacia, nos va a permitir utilizar esta herramienta para el
tratamiento de enfermedades más complejas”.
El especialista indica que a día de hoy no hay ningún tratamiento aprobado basado en Crispr, pero sí alrededor de 70 ensayos clínicos en diferentes estadios que están evaluando la adecuación de usar estas herramientas Crispr en
enfermedades monogénicas o complejas tipo cáncer, en las que los tratamientos de inmunoterapia están basados en la genética. “Con el tiempo, si se acaba verificando su seguridad, tendremos tratamientos basados en estas herramientas”, añade.
En la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), por ejemplo, no está “claro” que este Crispr-Cas pueda ser útil para tratar la enfermedad, porque la patología está causada por la
alteración de más de un gen, lo que hace que buscar soluciones se convierta más difícil. “Son enfermedades complejas. Siempre que tengamos información del gen o de los genes que están alterados como sucede en el cáncer, serán enfermedades candidatas a poder ser consideradas y, en el mejor de los casos, tratadas con Crispr”, subraya Montoliu, recalcando que esta herramienta “no hace magia”. “Modifica el ADN, y, por lo tanto, si conocemos esos genes que causan estas enfermedades podemos desarrollar tratamientos centrados en Crispr. Nos dice
dónde podemos actuar”, zanja.
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