La
relevancia progresiva del mundo digital en el contexto de obtener información, general y especializada, es una práctica creciente y muy actual. Tener audiencia en una u otra red social se está erigiendo como un verdadero status para la valoración social e
incluso profesional y científica, en no pocas ocasiones.
Esta proliferación de medios digitales está facilitando la difusión de informaciones escasamente contrastadas o informaciones claramente sin fundamento científico, a este fenómeno se le conoce como desinformación. Este proceso se generaliza, en algunos momentos como fue la pandemia por Covid-19 donde tuvo su apogeo, fue este hecho el que
alertó de forma relevante a determinados grupos de investigadores, más allá de denunciar la situación, por lo que profundizaron en sus contenidos y mecanismos de acción, así como en la necesidad de diseñar acciones serias y rigurosas para controlar y minimizar el proceso de desinformación.
Donde primero se detectó la desinformación fue en la información general y política, eso parecía tranquilizar a determinados sectores de la población, pero pronto se fue extendiendo, como mancha de aceite en papel de estraza, a otros ámbitos sociales hasta que ha llegado al mundo sanitario en general y a la salud mental en particular. Entonces se incrementa la preocupación y se reclama tomar medidas contundentes y claras para encapsular la desinformación, tanto más cuanto que la emergencia de
estos mecanismos afectan directamente a la difusión de los conocimientos científicos y aparece la inteligencia artificial (IA) con sus algoritmos que modulan y modelan un nuevo campo en el que podría interferir los daros falsos o falseados a la hora de crear esos algoritmos, con los repercusiones poco agradables para la población general.
Lo primero que se puede sistematizar
son los mecanismos utilizados en la desinformación,
tres tipos de mecanismos se pueden identificar de forma clara:
Simplismo, consiste en buscar y explicitar relaciones directas causa-efecto directas frente a fenómenos sanitarios que, en realidad, son mecanismos complejos y multifactoriales. Ese reduccionismo simplista e vita pensar con tranquilidad y exige soluciones inmediatas, tipo “milagro” y favorece la emergencia de las pseudoterapias, tan perniciosas para la práctica sanitaria.
En segundo lugar, se utiliza el
alarmismo: realizando un incremento indiscriminado de alarmas, supuestas o con un cierto contenido de realidad, y circunstancias descontextualizadas. Es un mecanismo muy frecuentemente utilizado en afecciones mentales, por ejemplo la supuesta agresividad de las personas con problemas mentales, y en las conductas autolíticas, haciendo creer que es una epidemia de nuevo cuño, sin datos reales que lo comprueben.
El tercer mecanismo se refiere al
catastrofismo: estableciendo relaciones espurias entre el incremento de la criminalidad machista con la inmigración o de la concurrencia de enfermedades mentales, buscando la supuesta relación entre SM y crímenes.
Es tan importante el tema y puede tener tanta repercusión que
The Lancet le dedica un editorial sobre el tema, donde sistematiza, de forma rigurosa, todo el
entramado de la desinformación en el mundo sanitario.
La desinformación en la sanidad es usada como un
instrumento deliberado para atacar y desacreditar a los científicos y profesionales sanitarios con el fin de obtener ganancias políticas, así se mostró en la pandemia por covid-19, con una clara relación entre posicionamientos negacionistas y antivacunas y opciones políticas de tipo populista, fundamentalmente de extrema derecha. Los efectos de estas acciones tienen efectos destructivos y demoledores para la salud pública, pues tienden a impedir las acciones preventivas y educativas, afectando a las clases populares, de forma preferente.
La
desinformación en el campo de la salud mental (SM) se utiliza como arma de propaganda hacia la población general, explotando el miedo a la persona con problemas mentales, socavando la confianza pública en las acciones que se desarrollan en el terreno comunitario y obstaculizando la acción colectiva en momentos críticos (pe, maximizando con alarmas injustificadas o minimizando (romper la adherencia al tratamiento) la gravedad en SM, tanto clínica como en la repercusión social).
Recientemente han ocurrido algunos ejemplos graves, donde se prima el poder de las redes sociales, las redes X y META ponen fin a la verificación de los datos que publican, abriendo la puerta para publicar contenidos “dañinos”, ya que es un hecho comprobado que
la desinformación se propaga más rápido que los hechos científicos.
De esta suerte que las instituciones han decidido que se debe tomar medidas para afrontar esa situación. Hay algunos ejemplos, por ejemplo, en Australia se impone fuertes multas para las plataformas que no impidan la difusión de información errónea.
En la Unión Europea se está discutiendo para encontrar normas con el fin de abordar la desinformación. La propia OMS señala que se debe articular medidas para fomentar la comunicación responsable en sanidad, reiterando sus planteamientos generales de seleccionar las fuentes, comprobar los contenidos y limitar los datos que sean alarmistas o poco sensibles.
La acción fundamental de las instituciones debe ser combatir la desinformación, para ello The Lancet sugiere actuar como en los casos de infecciones:
Encontrar y contener la fuente tóxica; identificar de forma proactiva a los colectivos que pudieran ser más vulnerables a sus efectos de intoxicación, por fin,
inmunizar a la población contra las informaciones falsas, fomentando los contenidos educativos y la crítica constructiva.
Es clave reconocer que estas acciones neutralizadoras de la desinformación no pueden dejarse en manos individuales y voluntarias, sino que debe ser
programado por grupos serios y rigurosos que aborden esta situación. El punto clave consiste en que se debe generar confianza y respuestas emocionales de esperanza y alivio del escepticismo y la ansiedad que genera la desinformación.
En este sentido, los
comunicadores sanitarios deben proporcionar mensajes relevantes, con información precisa, que fomente un entorno de confianza y comprensión, así como reconocer las incertidumbres y las incógnitas que se tienen sobre el tema que se trate en concreto.
Por último, no se debe olvidar que
la desinformación no puede considerarse como una molestia académica, sino que es una amenaza social real.