Javier Fernández-Lasquetty. |
Su rostro era todo un poema hace unas semanas, cuando Redacción Médica le entrevistó en pleno huracán de críticas por su plan de sostenibilidad. Los hubo entonces que ni siquiera leyeron sus argumentos. Le sentenciaron por la cara: "Está fuera. No hay quien soporte este descrédito". Pero Javier Fernández-Lasquetty y Blanc (Madrid, 1966) sigue en su puesto, sigue de consejero de Sanidad en la Comunidad de Madrid, seguramente la autonomía en la que se está jugando la partida más determinante en la ya larga batalla entre la sanidad pública y la privada. Todo un mérito sobrevivir al sillón más controvertido de nuestro Sistema Nacional de Salud.
En realidad, a Fernández-Lasquetty se le atribuyen muchos otros méritos y quizá este último, aún inconcluso, no sea más que la síntesis de todos los demás, definido en dos palabras: perspicacia y perseverancia.
Porque su trayectoria política, si por algo se caracteriza, es por la aplicación sistemática de ingenio y habilidad a partes iguales, para ir ascendiendo en la escala del partido y también de la Administración. Gracias también a que ha contado con dos mentores de postín, inigualables en su ascendencia e influencia a todos los niveles: José María Aznar y Esperanza Aguirre, ahí es nada. Pues bien, cuando han podido, los dos han querido tener cerca, muy cerca de sus responsabilidades al actual consejero.
En realidad, podemos advertir en Fernández-Lasquetty características de Aznar y Aguirre: liderazgo, tenacidad, libertad de pensamiento, porfía... Y las podemos apreciar en toda su dimensión en el actual trance político, seguramente el que marcará para bien o para mal, el resto de su trayectoria.
Porque antes, en su paso por el Ayuntamiento de Madrid, por el Ministerio de Cultura, por el Senado, por la FAES y por la Consejería de Inmigración, seguramente no se vio en una tesitura como en la actual: con todo un sector soliviantado, granítico en torno a un mensaje directo y nada conciliador. Y aquí es donde se calibra la altura humana de un político. O la altura política de un hombre.
De momento, su plan prevalece. Pese a que los rumores se oyen a gritos por los pasillos de la Consejería y del Sermas: no serán seis los hospitales privatizados, sera uno solo; no serán seis, será ninguno... Fernández-Lasquetty se parapeta en la templanza y dice sereno que la sanidad pública no se vende ni tampoco se privatiza. Dice que el sistema tiene un problema tan simple como irresoluble si no se hace algo: gasta más de lo que puede gastar. Y dice que las mejoras no se pueden aplicar en un modelo apoyado en el funcionariado vitalicio. Así no hay quien arregle nada.
No parece tener renuncios. Por no tener, no tiene ni seguro privado. Tiene el derecho supremo del que tanto se ha hablado en el sistema, pero que sólo se ha aprobado en Madrid gracias a él: la libre elección, de centro, de médico. Y fía al ejercicio humano de la libertad, tan rutinario, tan indiscutible, que el sistema module sus inercias y termine reconociendo a los que mejor trabajan.
Nadie estuvo tan cerca de implantar una reforma tan ambiciosa. Los viejos hospitales de la Seguridad Social son inabordables, pero transformar la gestión de los nuevos puede ser posible, y sobre todo, aleccionador: tanto para los que necesitan más información sobre los resultados de la gestión privada, como para los que, rechazándola de plano, puedan terminar entendiendo que la sanidad madrileña, tras Fernández-Lasquetty, será mejor, más eficiente y más barata. Es posible que, para cuando lo sepamos, el consejero no pueda atribuirse el mérito. Porque quizá ya no le quedarán ni ganas después de una confrontación de la que aún nos falta un último y definitivo acto. Atentos.
Pedro Hidalgo. |
Pedro Hidalgo
El nuevo vicepresidente del Sindicato Médico de Extremadura es también presidente del Colegio de Médicos de Badajoz y consejero de AMA. Todo un ejemplo de compatibilidad de cargos. Es uno de los debates preferidos de la profesión, dividada entre los que claman por la exclusividad y los que defienden a ultranza la libertad. No sé si a Hidalgo se le puede reprochar o elogiar por una u otra situación. Lo que sí es evidente es su capacidad para ganarse el respaldo de los compañeros y su habilidad para ubicarse en cualquier organización profesional que se precie. Y da igual que sea compatible o incompatible. Hidalgo lo hace posible.
Carlos Amaya. |
Carlos Amaya
No nació para ser asesor. Le he visto tantas veces en el primer plano de la escena que no le imaginaba entre bambalinas. Seguramente la presidenta López Arribas era más presidenta con Amaya a su lado, pero Amaya no era por ello más asesor, porque no es lo suyo. Yo me quedo con el candidato a presidente, frustrado pero no vencido. Yo me quedo con el líder sindical que bien pudiera reorientar su bagaje hacia instituciones tan necesitadas de liderazgo como son los colegios. Pero, francamente, me temo que a Carlos Amaya no le queden ya fuerzas para emprender una nueva etapa de alcance público en su querida profesión.