El mejor directivo de la salud del año, según nos ha contado Sedisa, prefiere presumir de actitud antes que de talento. Él tiene las dos cosas, pero quizá sabe que lo segundo no todo el mundo te lo reconoce. Y, ante la actitud, no hay tutías: es una elección íntima, que luego sale por los cuatro costados, como a borbotones, y que termina alcanzando todo el derredor. Con la actitud como bandera, César Pascual viene desarrollando una carrera profesional tan atractiva como peculiar, que no es sino la prueba de su carácter díscolo e inclasificable. Habituado a lidiar con la incertidumbre propia de la gestión sanitaria, su aplomo le permite estar convencido de ir ganando la batalla. Ha llegado nada menos que a Valdecilla, donde se mantiene, pero más que un gladiador, me parece un pacificador, armado de verdades y evidencias.
Ser gerente de hospital es para César Pascual una prueba inequívoca de resistencia, casi numantina. Resistencia ante la presión asistencial, tan terca como sostenida; resistencia ante la reivindicación profesional, que procede de muy diversos frentes, cada vez más enmarañados e irreconocibles; resistencia ante la exigencia ciudadana y social, vigorosa e insistente, como nunca antes había pasado en sanidad, y resistencia, en fin, ante la desconfianza de los políticos, que prefieren a directivos de confianza antes que a directivos profesionales. Que es lo que persigue ser César Pascual.
Manejar la frustración inherente a cualquier organización sanitaria es otro de sus puntos fuertes, que identifica en sí mismo y hasta sabe aplaudírselo. De otra forma, no sería posible seguir al frente de uno de los hospitales con mayor solera y reconocimiento en el Sistema Nacional de Salud, y en el que ha logrado una tarea titánica: poner fecha de conclusión a un interminable periodo de obras gracias a una imaginativa, arriesgada y seguramente imprescindible fórmula de colaboración público-privada, sin la que el hospital hubiera seguido paralizado en el decaimiento asistencial.
Ahora Valdecilla vuelve a otear un proyecto ilusionante que, a buen seguro, le servirá a sus profesionales para volver a identificarse con la calidad que siempre fue una de las señas de identidad del centro. Y que César Pascual no ha parado de reivindicar pese a no pocas críticas e insinuaciones que ha sabido rebatir con la contundencia del que se fía más de las evidencias que de los prejuicios.
En los últimos años, ha alcanzado tal autoridad que su criterio es casi imprescindible tener en cuenta a la hora de pulsar la opinión de los gerentes de hospital. En realidad, se ve capaz de opinar de muchas cosas más, con lo que su proyección política, que ya la tuvo, la mantiene seguramente intacta ante el año electoral que se avecina. Todo este bagaje parece ocultar sus inicios, muy específicos, que ya apuntaban la madera de líder que se estaba perfilando. Padre del Plan Regional de Drogas de Cantabria, llegó a ser delegado del Plan Nacional en la última legislatura de José María Aznar. Cuando parecía que su carrera se iba a inclinar más por la política que por la gestión, Madrid se cruzó en su camino a través del Hospital de Guadarrama, siendo consejero Ignacio Echániz. De ahí pasó al Virgen de la Torre, y posteriormente, unificó la gerencia de este centro y la del nuevo Infanta Leonor, en el distrito madrileño de Vallecas, donde pudo comprobar la actividad del fuerte movimiento asociativo y vecinal que, años después, habría de movilizarse para impedir el cambio de gestión sanitaria que tenía en mente el Ejecutivo de Ignacio González.
Pascual se define como superviviente, como casi todos los gerentes y directivos de la salud en ejercicio. Ahora bien, esa supervivencia es la que permite al sistema seguir adelante en un estado de imposible equilibrio: demanda infinita y recursos (cada vez más) finitos. No queda más que intentar pacificar la tensión entre ambos extremos. En este sentido, César Pascual es uno de los más insignes artífices de una sanidad, por encima de cualquier otra consideración, posible.