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2 abr. 2013 19:01H
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Por Fernando Rivas Navarro, vocal de Médicos con Empleo Precario de la Organización Médica Colegial (OMC)

Con esta frase y una cara de estupefacción se quedó la trabajadora de la oficina de empleo cuando acudí a inscribirme en el paro. Habían pasado veintiocho días desde que venciera mi contrato y no fuera renovado. Desde esa fecha había esperado encontrar algún trabajo, dando por hecho que no sería tan difícil. Me equivoqué.

Uno piensa que lo que le dicen sobre su futuro laboral va a realizarse. Nuestro cerebro tiende a esquivar las malas noticias por un mecanismo de supervivencia. Además estás harto de escuchar como hay compañeros que llevan cinco o más años renovando contratos cada 3 ó 6 meses, sin haber tenido interrupciones en el tiempo. Tiendes a pensar que aunque la cosa esté mal, va a seguir habiendo gente enferma (por desgracia) y tu labor va a ser necesaria. Escuchas a tu jefe repetir una y mil veces que aunque hay dificultades, él trata de hacer lo posible para que te quedes, que sigas trabajando en ese proyecto tan interesante y necesario para el hospital y que sigas exprimiendo tu tiempo en el servicio porque hasta el 31 de marzo seguro que estás ahí. Y tú, que confías en todo lo anterior, te lo crees.

Entonces llega el 27 de diciembre y según cruzas la puerta del despacho de tu jefe como cualquier otro día después de haber tenido una mañana con consulta, planta y un busca que suena para pedir auxilio, oyes esa voz plana que dice tu nombre. No es la que suele llamarte para que atiendas una hoja de consulta, ni siquiera esa otra que te hace saltar como un resorte porque parece urgente. Es la voz de alguien que no quiere decir lo que tú habías temido y te había llevado a no cargar tu agenda de la semana siguiente – la primera de enero - por si acaso te tocaba la lotería: “No te renuevan”.

Y ahí estás tú, en una oficina con gente normal y corriente, jóvenes y mayores, que como tú seguro no pensaron visitar, esperando pacientemente el turno que al menos 10 días antes has tenido que coger a través de internet para poder presentar la documentación y no salirte del plazo si quieres percibir la prestación contributiva. Te sientas primero para inscribirte en la demanda de empleo activa que gestiona tu Comunidad Autónoma, y donde una orientadora te animará y ayudará a buscar empleo según tu perfil profesional. Lo que ella no esperaba esa mañana es que ibas a aparecer tú con tu licenciatura de médico, tu especialidad, tus cursos de idiomas, tus actividades extraacadémicas, y un sinfín de documentos que acreditan que llevas más de 10 años estudiando y trabajando para cumplir con tu deseo de servir mediante la atención sanitaria, y a pesar de eso y del alto grado de implicación, esfuerzo y tesón, hoy le pides que te ayude a ti para buscar lo único que te falta y que necesitas para poder continuar tu labor: trabajo. Y es entonces cuando, inconscientemente, se le escapa: ¿Es usted médico!”. Te mira incrédula y pregunta acelerada si no has encontrado nada. Se cuestiona sobre la situación del país y trata de socavar información de tus orígenes profesionales: ella tiene una cuñada médico que hizo la residencia en el mismo hospital que tú y está en la misma situación. ¡Qué pequeño es el mundo! Aunque hubieras preferido no conocer esa coincidencia tan llamativa. A continuación arremete, indignada, contra el sistema y sus gestores, los políticos. Tú casi no abres la boca y tratas de quitarle hierro al asunto, se produce una inversión de papeles, aunque en el fondo sabes que tiene razón. Y finalmente, tras una conversación con un tono pesimista, te da ánimos y te despide cariñosamente. Según te retiras ves que alguien se levanta y con una carpeta entre las manos se dirige a la silla que tú has dejado vacía. El resto de la mañana continuará así.

Con las cifras que vamos conociendo mes a mes sobre el paro médico, esta crónica se repite día tras día en cientos de oficinas de toda España. Las anécdotas que se podrían contar son miles, como la de aquella médico (psiquiatra si mal no recuerdo) que tuvo que atender un parto estando a la espera para darse de alta en el antes llamado INEM.

También hemos conocido que han emigrado más médicos que en años anteriores para buscar empleo en el extranjero, y seguro que han aumentado el número de especialistas que se han vuelto a presentar al examen MIR con la esperanza de conseguir una nueva plaza que les “garantice” al menos cuatro años de contrato. La sensación de inestabilidad de los contratados es grande y la discontinuidad o las jornadas reducidas están al orden del día. Y ante todo esto es difícil creer que se puede salir.

Pero yo me quedo con la expresión y la cara de la mujer que me atendió en aquella oficina, con las de quienes han atendido a miles de médicos en estos últimos meses. Porque su cara y su expresión muestran que si algún colectivo está preparado para afrontar una situación de crisis, ése es el nuestro. Tenemos currículum, experiencia ante las adversidades más duras de la vida (la enfermedad y la muerte), constancia en el trabajo y generosidad en el esfuerzo. Somos imaginativos, tenaces, competitivos, bien valorados por nuestros pacientes y tenemos ganas de trabajar para la sociedad. Y todo esto es un valor incontestable que nos abrirá las puertas de lo que nos propongamos, que no está lejos, aunque nos cueste alcanzarlo.
 


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