Antoni Comín está acostumbrado a ser el precoz en su entorno. De pequeño tocaba el piano. Con 32 años ya era diputado autonómico por el Partido Socialista de Catalunya (PSC), y apenas superados los 40 daba el salto a dirigir la Consejería de Salut en el Govern de JuntsxSí, aunque dicen quienes le conocen que su meta ha sido siempre ser alcalde de Barcelona. Un reto personal muy ligado a su sentimiento familiar. Pero su trayectoria política se está empezando a torcer cuando él mejor creía que iba. Salut es un departamento que quema mucho, y Comín está demostrando ser un bombero que (muy posiblemente sin saberlo) apaga el fuego con gasolina. Tal vez por su desconocimiento previo del sector pensaba que con su aura de filósofo le iba a bastar. No está siendo así. En la Consejería cuentan que empieza a dejar de sonreír, de guardar las buenas formas con los colaboradores, y que incluso en su despacho se escuchan voces más altas de lo normal y golpes de algunos objetos que se estrellan contra las paredes y el suelo. De otras ha salido Comín antes, incluso supo cambiar de salvavidas político cuando se hundía un barco. Aquello lo hizo en la sombra. Ahora su declive lo contempla toda Barcelona, toda Cataluña.