María Jesús Rodríguez Nieto es Neumóloga de la Fundación Jiménez Díaz.
Descubrió el
realismo mágico de
Cien años de soledad en la adolescencia y, tiempo después, tuvo la oportunidad de recorrer la patria de su autor como médico de una de las tres expediciones de la
Ruta Quetzal en las que ha participado.
María Jesús Rodríguez Nieto practica el optimismo consciente y se refugia del ajetreo de Madrid en los
Pirineos. Aunque sus amigos la acusan de insensible porque, para Chus (como ellos la llaman), los problemas cotidianos no son problemas, sus pacientes valoran que sepa escucharles. A la presidenta de la Sociedad Madrileña de Neumología y Cirugía Torácica (
Neumomadrid) le gusta viajar, leer, bailar y ver comedias románticas, y los miembros de su
club de fans (en general, cualquiera que la conozca) la describen como alegre y entusiasta.
¿Estudió Medicina por vocación?
Realmente, no. Me gustaban las ciencias y, aunque quería hacer Medicina por la parte humana que tiene la profesión, tenía claro que si no podía acceder a la carrera por la nota de corte, haría Física y no sería un drama. En mi casa nadie había estudiado Medicina, así que tampoco tenía muy claro qué era ser médico, más allá de mi experiencia como paciente.
Cuando descubrió lo que suponía ser médico, ¿le gustó?
Sí. La parte del trato con la gente es lo que más aprecio de esta profesión. Tienes que tener conocimientos y habilidades, pero la conexión con el paciente es clave.
Estudió Medicina en Salamanca, la ciudad donde nació. ¿No le motivaba cambiar de aires?
Es que es el paradigma de ciudad universitaria. El ambiente universitario de allí hace que la carrera sea francamente divertida. No me planteé irme fuera, me gustaba estudiar allí y lo recuerdo como la mejor época de mi vida, por los conocimientos que adquirí, por la vida universitaria y por todo lo que ofrece Salamanca. Salía mucho, pero también estudiaba muchísimo.
¿Por qué se decantó por Neumología para especializarse?
Quería hacer una especialidad médica y que empleara técnicas, como Digestivo o Neumología. Y también quería hacer el MIR en Madrid porque era la ciudad donde estaba el que ahora es mi marido. Durante la preparación del examen, tuve un profesor que era internista en la Academia y su manera de explicarnos la Neumología hizo que me gustara mucho la especialidad, más que durante la carrera.
Así que se fue a Madrid por amor…
Sí, así es. Teníamos ganas de estar juntos en la misma ciudad.
A punto de cruzar el río Magdalena (Colombia) en la Ruta Quetzal de 2012.
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¿Qué fue lo mejor de su etapa como MIR?
Fue la segunda mejor época de mi vida. A ver, de estudiante se vive muy bien porque no tienes responsabilidades, pero el MIR es un paso más en la vida adulta, porque tienes que combinar un trabajo con estudiar muchísimo.
Pero fue un gran cambio: venía de una ciudad pequeña y me fui a compartir piso en Madrid con unas amigas de Salamanca. Cambié completamente de vida. En el hospital éramos pocos residentes y manteníamos una estrecha relación: salíamos juntos, hacíamos cenas... Un grupo, incluso, nos apuntamos a bailes de salón.
Eso tenemos entendido, que le encanta bailar.
Sí, se me da bien, tengo el ritmo metido en el cuerpo. Estuve un par de años dando clases y quedábamos para ir a bailar todas las semanas. Me gusta la salsa, el chachachá y el rock and roll. Lo que pasa es que he perdido la práctica, es muy cansado y tienes que estar entrenada. Ahora bailo a nivel
amateur las pocas veces que salgo ya por la noche.
¿Con qué persona del sector sanitario se marcaría un baile?
Con Carlos Jiménez, el nuevo presidente de Separ (la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica), que baila fenomenal. Le he visto bailar y tiene mucho arte.
¿Tiene una pareja de baile platónica?
¡John Travolta! Aunque también puede ser Patrick Swayze…
Volviendo al MIR, ¿qué fue lo más complicado de esos años?
Enfrentarme al día a día del trabajo de la Medicina. Ahora los planes de estudio tienen una parte práctica mucho más intensa, pero cuando yo estudié era todo teórico y el primer día que me enfrenté a un paciente me sentí como una inútil total. Eso fue duro al principio.
¿Su vinculación con Neumomadrid comenzó ya entonces?
Sí, casi todos nos asociamos cuando somos residentes. Empecé la residencia en 1992 y entonces era una sociedad científica joven, pero nuestros jefes ya nos animaban a pertenecer a ella.
¿Y pensaba que iba a llegar a presidirla?
¡Qué va, para nada!
¿Cómo se metió en ese jardín?
Esa pregunta me la hago yo todos los días... Es una sociedad muy familiar, hay buen ambiente y muchas ganas de trabajar. He participado en distintos puestos en Neumomadrid; durante tres años fui vocal de Congresos y eso fue lo que me más permitió conocer la sociedad. También fui vocal de Grupos de Trabajo y, al final, una cosa lleva a la otra y me dejé convencer cuando pensaron en mí para estar en la terna.
Es la segunda mujer que preside Neumomadrid.
Segunda mujer presidenta, sí. Y las que quedan.
UN REFUGIO EN LOS PIRINEOS
María Jesús, disfrutando de la temporada de esquí en Cerler (Huesca).
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Hay un lugar en el que María Jesús Rodríguez Nieto es capaz de desconectar del todo: su casa de Benasque, en el Pirineo Aragonés. “La tenemos desde hace 15 años. Al principio era para ir a esquiar, pero ahora también la disfrutamos muchísimo en verano. Estás allí y es como si el mundo se parase”, comenta.
“Es un sitio muy agradable. Me encanta hacer trekking porque disfrutas del entorno a la vez que haces ejercicio, y allí se pueden hacer tantas rutas que no tienes por qué repetir el mismo camino en cinco años”, destaca la presidenta de Neumomadrid.
Ya lleva muchos años viviendo en Madrid, ¿qué tal se respira en esta ciudad?
Mal, los niveles de contaminación ambiental son preocupantes. Cada día estoy más contenta de vivir en las afueras. Me gustaría que hubiese planes que verdaderamente consiguieran bajar el nivel de polución porque cada vez está más claro que impacta en la salud respiratoria de la gente sana y, sobre todo, de los pacientes. Para mí el coche es imprescindible, pero todos los días voy a Madrid en transporte público. Cada uno tenemos que aportar nuestro granito de arena.
¿Y en Salamanca qué tal se respira?
Bastante mejor. Además, allí se respira tranquilidad. A veces pienso qué hago yo en una ciudad tan grande como Madrid, donde todo es mucho más difícil, sobre todo para conciliar la vida familiar y la profesional. Pero no sé, tiene algo que engancha.
¿Tiene dos hijas, verdad?
Sí, pero ya son mayores: una tiene 19 años y la otra, 16. Ahora es más fácil conciliar porque ya son más independientes y requieren menos tiempo, aunque no menos atención. Todavía tienen una edad complicada.
¿Alguna va a seguir sus pasos iniciando así una estirpe familiar de médicos?
La mayor, no, porque se marea cuando le hacen un análisis; en eso ha salido a su padre, a quien tampoco le gusta nada el tema médico. Está estudiando arquitectura, es más creativa. La pequeña está en primero de Bachillerato y, aunque todavía no lo tiene claro, quizá sí se anime a hacer Medicina. Yo la apoyo, pero también le digo que tenga la mente abierta porque la nota de corte es muy alta y si finalmente no puede entrar en Medicina, no se acaba el mundo. Hay una oferta universitaria enorme y encontrará algo que le guste.
Nos han comentado que algo que le caracteriza es que trata muy bien a los pacientes.
Muchas gracias a quien haya hecho ese comentario. Quizá es por mi carácter, me gusta escuchar, a pesar de que cada vez es más complicado porque disponemos de muy poco tiempo y tenemos que hacer las cosas en un ordenador. Los pacientes se quejan de que los médicos ya no les miramos ni les escuchamos. Vienen a la consulta porque tienen una enfermedad, pero hay otros problemas que también les inquietan y el médico también debe conocerlos porque pueden influir en que no se adhieran al tratamiento o en que no confíen en su eficacia. En esta profesión es importante escuchar y tener empatía.
Para María Jesús es fundamental escuchar a los pacientes.
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Quienes la conocen también destacan su entusiasmo, su humor y su alegría.
Habéis hablado con mi club de fans, ¿eh? Sí, soy una persona vitalista, como mi padre. Él también es optimista y a mí me gusta ver el vaso medio lleno, aunque sin evadirme de la realidad. Es decir, hay que afrontar las cosas, buscar soluciones y encontrar el lado positivo de lo que no tiene remedio. Eso también lo aprecian los pacientes porque, incluso a lo que no tiene solución, se le puede poner una pizca de alegría.
El suyo es un optimismo consciente.
Sí. Mis amigos me dicen que me importan poco las cosas porque, cuando me cuentan un problema, les suelo decir que no es para tanto, que no pasa nada. “Es que a ti te da todo igual”, me dicen. Pero no es verdad, lo que pasa es que tengo una escala diferente, esta profesión nos hace ver tantas cosas… Hay enfermedades que impactan tanto en la vida de las personas que un pequeño conflicto con un vecino, con tu hijo, con tu marido… no es un problema. No hay que agobiarse tanto, aunque por eso me digan que soy una insensible.
¿Qué posición ocupa la amistad en su vida?
Tener alguien con quien hablar y con quien compartir alegrías y penas es muy importante en la vida.
También es vital para usted viajar. ¿Cuándo empezó esta afición?
Siempre me ha gustado, me parece superinteresante viajar. Te abre la mente, te hace ser más tolerante y, al ser testigo de las dificultades con las que viven en otras regiones del mundo, tus problemas parecen menos importantes y aprecias más lo que tienes. La zona que más me gusta es América Latina. Conozco algunos países de Centroamérica y Sudamérica, y tener el mismo idioma te permite contactar más con la gente local y entender mejor su cultura.
¿Cuál ha sido su mejor viaje hasta la fecha?
Fui médico en tres expediciones de la Ruta Quetzal y esos viajes fueron muy intensos y especiales. También me pareció muy interesante Perú, aunque fue un viaje corto.
¿Cuál será su próximo destino?
Cartagena de Indias (Colombia). Estuve en una de las expediciones de la Ruta Quetzal y me encantó. Me gustó el vínculo que tiene con España, la cultura caribeña, los edificios, la gente… Cuando estuve, pensé que a mi marido le encantaría conocer esa ciudad y ahora nos ha surgido la oportunidad de ir juntos y de celebrar allí su 50 cumpleaños.
¿Cómo llegó a ser Médico de la Ruta Quetzal?
Por casualidad. Una compañera del hospital era muy amiga del director del equipo médico de la Ruta Quetzal, Alfonso Camacho. Aunque era en verano, la expedición era en Chile y en el hemisferio sur ya habían empezado los casos de gripe A, así que querían a alguien de respiratorio en el equipo y mi compañera se acordó de que yo en alguna ocasión le había dicho que si algún día necesitaban un neumólogo para la ruta, que por favor me llamaran. Dije que sí y allá que fui. Ese primer viaje quizá fue el más bonito de los tres que hice con ellos. Estuvimos en unos sitios increíbles, como en la Isla de Robinson Crusoe, que está en el archipiélago de Juan Fernández, un sitio donde solo va un barco al mes, fuera de todas las rutas turísticas. Allí se dedican a pescar langostas y viven en plena armonía con la naturaleza. Cuando llegamos nosotros éramos como una invasión, pero nos trataron muy bien, fue muy bonito.
EN CORTO
Un libro favorito
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
Una película
Notting Hill, de Roger Michell.
Una canción
Thriller, de Michael Jackson.
Una ciudad para vivir
Santander.
Una ciudad para viajar
Cartagena de Indias.
Un objeto imprescindible
El coche.
Un personaje de su vida
Mi padre.
Un personaje histórico
Isabel la Católica.
Un equipo de fútbol
El Real Madrid.
Un lema vital
Aprovecha las oportunidades cuando surjan y no las dejes pasar.
¿Qué le hace feliz?
Disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, viajar, estar con mi familia y tener tiempo libre.
Su segunda expedición fue en Colombia.
Sí, hicimos el recorrido de una expedición botánica española dirigida por Celestino Mutis en el siglo XVIII. El jardín botánico que hay en Bogotá lleva su nombre. Hicimos la ruta cafetera, el río Magdalena… y estuvimos en Barranquilla, ciudad de Shakira. Allí entendí por qué baila así: es que todas las mujeres de allí se mueven así.
Y la tercera fue en Panamá. Lo que más me impactó fue convivir varios días en la selva con tribus que viven alejadas de la civilización y tuvimos la oportunidad de recorrer en barco el Canal de Panamá. Es una obra impresionante, cuando estuve estaban construyendo la ampliación.
Si para usted fue tan especial, para los chavales que van tiene que ser increíble.
Los chavales quedan marcados porque, verdaderamente, es una experiencia muy intensa, tanto desde el punto de vista cultural como de la aventura. En las expediciones en las que he estado había chicos y chicas de 16 y 17 años de, al menos, 50 países diferentes. A veces, en lugar del médico, parecía la mamá del grupo. Los americanos estaban más acostumbrados a estar fuera de casa, eran más independientes, pero los europeos echaban de menos a su familia y necesitaban a alguien que se preocupara de sus cosas.
¿Tuvo que atender algún problema grave de salud?
No, en ninguna de las tres expediciones. Solo lo habitual: picaduras, diarrea, gastroenteritis, anginas…
¿Conoció a Miguel de la Quadra-Salcedo?
Sí, era una persona admirable. Mi contacto con él fue meramente en el entorno de estas expediciones, pero me sorprendió su empuje, seguía luchando por sus iniciativas. Ya tenía 80 años y una enfermedad crónica grave que no le permitía hacer todo lo que quería, que le limitaba físicamente. Aun así, él seguía activo en primera línea, lleno de ideas. Sabía un montón sobre cualquier tema, era un lector ávido. Hablabas media hora con él y salías diciendo “¡madre mía!”. Y los chavales, igual: le admiraban. Era un líder de verdad, no hay muchas personas así en el mundo.
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