Fachada de la mítica librería sanitaria.
La icónica
librería de Nicolás Moya, ubicada en la calle Carretas de Madrid desde 1862, ha colgado en sus vidrieras los carteles de "liquidación por cese de actividad" ante la imposibilidad de mantener el negocio por
culpa de la crisis y las ventas online. Se trata del único negocio centenario que aún perduraba en la madrileña calle Carretas.
Aún no hay fecha oficial del cierre, pero la primera librería española especializada en el "arte de curar", la
Medicina, no aguanta la presión de la crisis del libro.
El
fundador,
Nicolás Moya, vio la oportunidad de abrir una tienda médica y tuvo que pedir el permiso de sus progenitores para empezar el negocio ya que no contaba con la mayoría de edad y
dedicó su vida a comprar, traducir y editar libros médicos.
"Ya poca gente está interesada en comprar libros, ni siquiera estudiantes de Medicina o Veterinaria. Con apuntes e internet les basta"
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Moya inició la andadura de crear una imprenta en la que publicaría los libros de referentes de la época como los de los
doctores Santiago Ramón y Cajal, José Letamendi y Federico Loriz, o a la traducción de obras científicas francesas, inglesas y alemanas que de otra forma no hubieran llegado a España.
Mientras que el Café Gijón (1888) acogía las tertulias de los poetas y escritores, la
trastienda de Moya sirvió las veces de aula para el Nobel de Medicina Ramón y Cajal, que utilizaba este escenario para compartir sus conocimientos con los colegas de otras ciudades que lo visitaban en Madrid.
Tras fallecer Moya a los 74 años, las charlas cesaron y el establecimiento se desplazó del número 8 de la calle Carretas al 29, por lo que la actual tienda se abrió hace más de un siglo, en 1915, pero parece que "ya poca gente está interesada en comprar libros", ha explicado el
dependiente del local, Eduardo Valencia.
La biznieta de Moya prefiere echar el cierre
"Ya ni siquiera los estudiantes de Medicina o Veterinaria vienen a comprar libros, dicen que con los apuntes y las cosas que encuentran en Internet les basta", asevera Valencia. Por este motivo
Gema, la biznieta de Moya, ha decidido echar el cierre antes de tener más pérdidas.
Algunos
golosos aprovechan los descuentos de la liquidación y Eduardo envuelve en un fino papel blanco estampado con la razón social los que serán los últimos libros que vende. Esta librería dejará un hueco palpable en la acera de los número impares de Carretas, una calle pegada a la Puerta del Sol que hace poco se entregó por completo a los peatones.
Valencia se imagina el futuro del establecimiento, que
dejará de ser un negocio familiar para probablemente convertirse en la sede de alguna multinacional, como ocurrió con el local aledaño a la librería, que era una ortopedia con casi un siglo a sus espaldas y tuvo que echar el cierre.
"Sería bueno que las instituciones nos trasladaran un poco de
apoyo y ayuda para seguir manteniendo locales históricos", dice el librero, apenado porque el "único recuerdo" que quedará en breve en la calle Carretas será una placa en la que se leerá: "Aquí estuvo la librería más antigua de Madrid".
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