En la sanidad descentralizada hay muchas autoridades sanitarias, tantas como comunidades autónomas, y aún más, porque el Gobierno central, pese a su increíble complejo menguante, mantiene todavía el Ministerio de Sanidad, que es casi todo Ministerio y poco o casi nada Sanidad, puesto que las competencias se dirimen en otros lares. Pues digo que hay entonces muchas autoridades pero no todas lo parecen, porque aunque lo son en el cargo, no lo parecen tanto en el conocimiento sanitario. Esto no pasa con una autoridad que lo fue, en el plano estrictamente administrativo, pero que lo seguirá siendo en lo más importante: en su ascendencia sobre el sector y en su reconocimiento público como una de las cabezas pensantes más autorizadas de nuestro sistema.
Porque Rafael Bengoa ya era toda una autoridad sanitaria antes de que el presidente Obama le fichara como asesor en temas de salud. Lo era siendo consejero de Salud del País Vasco, que ya de por sí es algo que imprime carácter, no se sabe si por la herencia del inolvidable Iñaki Azkuna o porque los vascos en sanidad llevan siendo mucho tiempo referencia casi obligada. Por si todo esto no fuera suficiente, a Bengoa se le ocurrió avanzar a fondo, cuando tuvo la capacidad de hacerlo, en girar el sistema hacia la atención de los crónicos, algo que casi todas las administraciones ven, pero que muy pocas llevan a cabo.
Hace unas semanas, Bengoa volvió a alzar la mano en público, con su jersey de alumno aplicado y su cara franca de querer hacer bien las cosas. El resultado fue una imprescindible tribuna, publicada en El País, en la que daba rienda suelta a un concepto nuevo, o por lo menos poco conocido, y que vaya, a mí me llamó poderosamente la atención: el paciente conectado. La particularidad del apelativo es que, aunque lo parezca, no se le aplica al propio paciente, sino a todos los agentes que le rodean, que son los que tendrían la necesidad, y la obligación, de conectar con el paciente.
Porque lo que Bengoa deja claro es que “los enfermos no están en el radar del Sistema Nacional de Salud”. Esto es ir muy a contracorriente, porque oyendo hablar a los representantes de cualquier administración sanitaria, el paciente siempre parece encontrarse en el centro de todas y cada una de sus actuaciones. Pero la verdad es que no. Puede que se cuente más con el paciente que hace treinta o cuarenta años, pero eso no quiere decir que el paciente sea el centro. De hecho, Bengoa cree que está desconectado, que no tiene conexión con el resto del sistema, y por aquí debería empezar la gran reforma que preconiza para nuestra sanidad.
El paciente es la prioridad, pero Bengoa también amplía esa necesidad de conexión al ámbito clínico. Los médicos no reciben toda la información que precisan y así ocurre que la variabilidad de la práctica es “enorme e inaceptable”. Y esto también es posible subsanarlo, con sistemas de apoyo técnico que permitan al profesional un mejor conocimiento de causa.
Y aún habría más necesidad de habilitar conexiones antes de reformar, según el libreto de Bengoa: conectar la atención primaria y la especializada, que sería una nueva manera de describir el eterno intento no cumplido de asegurar una mejor colaboración asistencial; conectar la asistencia sanitaria y la social, posibilitando una integración que, lo mismo que con el paciente y el centro del sistema, muchos defienden, pero pocos permiten.
Bengoa no habla solo de digitalizar el sector, esto sería más bien un instrumento, un medio para conseguir un fin mayúsculo, que es la reforma prácticamente íntegra del sistema que hoy conocemos. Pero es una aproximación valiente y novedosa a un concepto muchas veces criticado y hasta criminalizado, pero sin el cual no será posible asegurar la supervivencia del sistema. La reforma y el cambio son inevitables, pero a lo mejor, lo primero que hay que hacer es conectar a los agentes y a los ámbitos que hoy siguen desorientados, cuando no casi irremediablemente perdidos.