El psiquiatra José Manuel Olivares repasa el 'estado del arte' de la enfermedad

"La adherencia marca la diferencia del pronóstico en la esquizofrenia"


29 abr. 2016 12:20H
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POR @JAVIERBARBADO
Todavía no sabemos qué alteración explica la esquizofrenia y, sin embargo, conocemos su forma de manifestarse y, ante todo, la manera de controlar su virulencia. De ahí que no esté de más recordar la importancia de que el paciente siga el tratamiento prescrito sin saltarse las tomas, pues ello condiciona la diferencia entre una vida completamente normal y otra dependiente de terceros, según advierte el psiquiatra José Manuel Olivares en una entrevista para Redacción Médica.

¿Cuáles son los retos a corto, medio y largo plazo que se fija la psiquiatría para la esquizofrenia?

Los retos son muchos. Desde un punto de vista científico necesitamos comprender mejor la Neurobiología del trastorno y así poder detectar, prevenir y tratar el inicio de su desarrollo lo más tempranamente posible.

Mientras esto no suceda, aún es mucho lo que podemos hacer hoy en día. Nuestro mayor reto actualmente es conseguir que los pacientes que ya hemos diagnosticado y comenzado a tratar, sigan los tratamientos adecuadamente.

La inmensa mayoría de nuestros pacientes no siguen adecuadamente los tratamientos, lo cual hace que el pronóstico de la enfermedad cambie drásticamente. Podemos pasar de tener una posibilidad real de recuperar al paciente para una vida complemente normal a una vida en la que el deterioro progresivo le lleve a depender totalmente de otras personas para su autocuidado, con todos los rangos intermedios.

Las claves del éxito son una buena alianza terapéutica entre el paciente, la familia y el equipo de tratamiento, y una buena adherencia a éste, tanto el de índole psicosocial como el farmacológico.

En este sentido, los tratamientos farmacológicos de larga duración (en los que una dosis inyectable dura un mes) suponen una gran ayuda para conseguir este propósito, particularmente ahora que disponemos de estas formulaciones en fármacos mucho más modernos, eficaces y con mínimos efectos secundarios.

Es cierto que muchos pacientes no se sienten enfermos y rechazan el tratamiento (y es nuestro trabajo ayudarles a aceptar la enfermedad y facilitarles el seguimiento de las terapias), pero no es menos cierto que pequeños olvidos o desviaciones en la toma de los tratamientos orales diarios suponen un aumento del riesgo de recaídas muy grande, con todas las consecuencias que hemos descrito anteriormente.

La mayoría de los pacientes no sigue la pauta prescrita por su médico y se arriesga a no recuperar una vida normal. ¿Sabemos, hoy día, qué es exactamente la esquizofrenia?

No, no lo sabemos con total seguridad. Todavía nos encontramos en una fase descriptiva en la cual definimos este trastorno por la presencia de una serie de síntomas (ninguno de ellos exclusivo). No disponemos, de hecho, de un biomarcador que nos valide el diagnóstico.

Con todo, estamos hablando de una entidad clínica con una sintomatología, curso clínico, pronóstico y respuesta a determinados tratamientos que se mantienen notablemente estables en distintas culturas y en diferentes épocas, lo cual le confiere una entidad biológica suficientemente importante como para haber mantenido una entidad nosológica a lo largo de los años.

Sabemos que comienza en personas jóvenes, generalmente en la adolescencia; que sigue una serie de fases (premórbida, prodrómica, psicótica y residual) bien caracterizadas clínicamente, en las que la clínica refleja una alteración subyacente y progresiva del neurodesarrollo, que cursa en brotes, y en la que si no tratamos y evitamos los brotes agudos de la enfermedad, se va a añadir un deterioro biológico, psicológico y social a medio y largo plazo.

¿Existe una delimitación diagnóstica inequívoca de la esquizofrenia? ¿O se utiliza demasiado a menudo el nombre, en su opinión, para designar enfermedades mentales que, en realidad, responden a otras patologías (como trastornos psicóticos, bipolar u otros)?

Las fases premórbidas y prodrómicas son muy difíciles de diagnosticar. Hablamos de personas adolescentes, en las que los cambios en su conducta son algo habitual y achacables a muy diversos motivos. Incluso cuando aparece el primer brote psicótico puede ser difícil asegurar el diagnóstico, pues ni delirios ni alucinaciones (lo más representativo de esta fase) son exclusivos de la esquizofrenia, y además con demasida frecuencia, lamentablemente, concurren el consumo de cannabis u otras drogas psicotropas capaces de inducir estos síntomas. Hay casos en que es más probable acertar a la primera que en otros.

Por ejemplo, en aquellos casos en que hay un inicio insidioso, con progresivo aislamiento y pérdida de relaciones sociales, dificultades cognitivas, nuevos intereses que chocan con sus gustos o su cultura, y además tiene familiares cercanos diagnosticados las probabilidades son muy altas. En otros casos menos característicos habrá que tratar el cuadro psicótico y esperar a ver la evolución antes de hacer un diagnóstico de esquizofrenia.

¿Qué se puede hacer, hoy día, para aliviar la enfermedad?

Tenemos afortunadamente fármacos muy potentes en el control de gran parte de la sintomatología que aparece en un primer episodio. La clave es detectar pronto la enfermedad, tratarla tempranamente, y mantener el tratamiento sin fisuras. La mayoría de los primeros episodios responden muy bien al tratamiento farmacológico. Lamentablemente, si el paciente tiene sucesivos brotes, la presencia de síntomas persistentes, pese al tratamiento, comienza a crecer, y el deterioro biopsicosocial aumenta proporcionalmente. Paralelamente al tratamiento farmacológico, se debe tratar intensivamente también  desde el punto de vista de su recuperación psicosocial, incluyendo a la familia en dichas terapias rehabilitadoras, con el fin de reintegrar de la mejor manera a la persona en la comunidad lo antes posible.

¿Qué porcentaje de la población mundial la padece?

Se suele citar en la literatura científica un 1 por ciento de la población. Parece que la incidencia ha descendido un poco pero sigue siendo mucho.

¿A qué se cree que es debida?

Se trata seguramente de una serie de trastornos con una carga genética compleja y diversa que confieren una vulnerabilidad a estas personas a desarrollar la enfermedad ante determinados estresores ambientales, ya sean estos biológicos (problemas durante el embarazo, virus, drogas, etc.) o psicosociales (maltrato infantil, negligencia en sus cuidados, shock cultural, etc.).
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