Comúnmente se suele asociar la agorafobia como el
miedo irracional a los espacios abiertos debido a su etimología: ágora (del griego plaza pública o sitio de reunión) y fobia (también del griego, miedo intenso). Sin embargo, la definición psicológica actual es más amplia y define este trastorno como algo mucho más abierto.
¿Qué es la agorafobia?
La agorafobia puede definirse como el miedo al miedo. Y no un miedo cualquiera, se trata de un miedo patológico, desproporcionado, irracional e involuntario que aparece ante una serie de situaciones en las que la persona afectada se siente indefensa ante situaciones o lugares donde cree que, ante una crisis de ansiedad, puede no disponer de la ayuda necesaria para superarlas.
Cómo se expresa la agorafobia
Dentro del campo de la psicología y la psiquiatría, la agorafobia se engloba dentro de los
trastornos de ansiedad. Una crisis de ansiedad o
ataque de pánico es un episodio repentino de
miedo intenso que puede manifestarse tanto de día como de noche y que genera un malestar profundo en aparente ausencia de un peligro real. Esta crisis se acompaña de síntomas neurovegetativos, un malestar físico y cognitivo que no podemos controlar porque
nuestro cuerpo nos está “avisando” de que estamos en peligro, aunque en realidad no lo estemos. Estos síntomas se manifiestan como sensación de ahogamiento, dificultad de tragar o sudoración excesiva, entre otros.
Pero
¿qué puede desencadenar realmente una crisis en una persona agorafóbica? En realidad, cualquier situación en la que esa persona piense que no tiene control sobre su entorno o sobre si misma puede generar una crisis. Es por ello que las personas afectadas adopten
conductas de evitación de esas situaciones y renuncien a salir de sus casas, a coger el transporte público o ir a un restaurante, para no desencadenar un ataque de pánico.
Origen de la agorafobia
Aunque no está totalmente consensuado, se considera que la agorafobia tiene
condicionantes genéticos y neurobiológicos. Por regla general, esta patología se desarrolla en
tres fases:
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Una primera con episodios de pánico espontáneos,
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Una segunda en la que se generaliza una ansiedad anticipatoria y,
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Una tercera, la más grave, en la que ya se considera un trastorno clínico que puede asociarse a dos hechos principales neurobiológicos.
La primera es que a lo largo de su vida la persona con agorafobia haya aprendido de forma errónea a asociar estímulos neutrales con
experiencias traumáticas, por lo que puede asociar situaciones “normales” con situaciones amenazantes. La segunda es más compleja e implica alteraciones en el
sistema límbico como lugar donde se origina la ansiedad anticipatoria y en el
córtex prefrontal como origen de las conductas de evitación.
Sobre el
componente genético, los estudios en gemelos han demostrado una mayor concordancia del trastorno de pánico en los mellizos que en los gemelos idénticos, lo que indica que es altamente improbable que la herencia sea por un único gen y se apunte a una causa poligénica. En cualquier caso, los estudios señalan que lo que se hereda probablemente sea una susceptibilidad somática referida al sistema neurovegetativo.
¿Qué teme alguien con agorafobia?
Como hemos avanzado, las
situaciones que pueden desencadenar un ataque de ansiedad en una persona con agorafobia pueden ser múltiples y dependen del entorno y la gravedad del trastorno del afectado o afectada. Algunas de las más comunes pueden ser:
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Utilizar un transporte público colectivo como el autobús, el metro, el cercanías, etc.
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Estar en un espacio público abierto con más o menos gente como un aparcamiento o un supermercado.
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Estar en un espacio público cerrado como un restaurante, un cine o una tienda.
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Verse inmerso dentro de una multitud o una aglomeración de gente como una fila o una cola.
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Simplemente estar solo fuera de casa o de un entorno seguro para esa persona.
Síntomas de la agorafobia
Por lo general se dan varios síntomas físicos y cognitivos comunes a otras fobias que desembocan en una
crisis de ansiedad tales como:
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Temblores.
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Taquicardia.
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Dolor o presión en el pecho.
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Hiperventilación.
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Visión borrosa.
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Dificultad para tragar o náuseas.
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Mareos y vértigo.
Estos síntomas aparecen por una sensación de terror y aprensión, con
miedo a la muerte, a enloquecer o a enfermar gravemente y suelen durar entre 20 y 30 minutos, con el pico máximo a los 10 minutos. En raras ocasiones estos síntomas pueden llegar a durar horas.
¿La agorafobia es un trastorno común?
Se calcula que en torno al 1-3% de la población general sufre trastornos de pánico y que la agorafobia tiene una prevalencia del 0,3% anual. Esta patología se suele manifestar por primera vez en la
adolescencia tardía o entre los 30 y los 35 años. Afecta más a las mujeres que a los hombres, siendo la proporción 2:1.
Este trastorno afecta gravemente a la calidad de vida de las personas que la sufren porque
evitan cualquier situación que pueda generarles miedo, y eso limita mucho su actividad diaria. Además del
sufrimiento personal asociado, los afectados suelen intentar mitigar su angustia con alcohol o consumiendo ansiolíticos, lo que genera cuadros de abuso y dependencia que agravan la situación.
Tratamiento psicológico y medicación para la agorafobia
Si la agorafobia no se trata por lo general se expresa de forma fluctuante, con altibajos durante la vida, ya que el individuo va estableciendo conductas de evitación que evitan cierto número de crisis. Sin embargo, es conveniente tratar con un profesional sanitario este tipo de patología para mejorar la calidad de vida de quien los sufre. Por lo general se utilizan tres métodos:
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Terapia de exposición: exponerse repetidamente y bajo control a la situación que general miedo hasta su desaparición o atenuación significativa.
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Terapia cognitivo-individual: aprender a identificar cuándo su forma de afrontar una situación es desproporcionada o no se ajusta a la realidad, controlar esos pensamientos distorsionados y modificar comportamientos en base a los dos anteriores pasos.
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Medicación: no debe ser el primer recurso a utilizar, ya que con las dos anteriores terapias se logra un gran beneficio en el 90% de los casos. Para el 10% restante, en ocasiones se pauta el uso de inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS), antidepresivos tricíclicos o benzodiacepinas, entre otros.
Aunque esta información ha sido redactada por un especialista médico, su edición ha sido llevada a cabo por periodistas, por lo que es un contenido meramente orientativo y sin valor de indicación terapéutica ni diagnóstica. Recomendamos al lector/a que cualquier duda relacionada con la salud la consulte directamente con el profesional del ámbito sanitario correspondiente.