Víctor Áznar Marcén es presidente del Sindicato de Enfermería, Satse
Fragmentación, descoordinación, desinformación... Esta es la realidad actual de la relación existente entre dos sistemas, el sanitario y el social, que, aunque todo parece indicar que están condenados a entenderse, todavía transitan por vías separadas en nuestro país.
Una situación que se mantiene desde hace muchos años pese a que son mayoría los expertos, profesionales o responsables públicos que coinciden, al menos sobre el papel, en la necesidad de establecer una estrategia de acción conjunta que haga posible una efectiva coordinación entre ambos sistemas.
El último intento, a nivel gubernativo, se llama Estrategia de Atención y Coordinación Sociosanitaria, y en su redacción llevan trabajando desde hace meses responsables estatales y autonómicos con el compromiso de aprobarla en lo que queda de legislatura. Confiemos en que en esta ocasión haya la suficiente voluntad y coraje político para vencer las resistencias estructurales existentes y se haga realidad, de una vez por todas, un nuevo modelo de atención que mejore las necesidades de cuidado y atención de las personas.
Desde el punto de vista enfermero, la creación de este nuevo espacio sociosanitario, que coordine e integre de modo permanente y sistemático los servicios sanitarios y sociales, es una necesidad acuciante en nuestro país si queremos garantizar una continuidad asistencial y una ayuda integral al paciente.
En primer lugar, porque los nuevos retos demográficos y epidemiológicos así lo demandan. España ha experimentado en los últimos años distintos cambios sociodemográficos y de morbi-mortalidad (envejecimiento poblacional por el aumento de la esperanza de vida y la reducción de la natalidad; aumento de las necesidades de cuidados por la cronificación de enfermedades, incremento de las personas con discapacidades...) que requieren una solución eficaz por parte de las administraciones.
Asimismo, el usuario ahora no está en el centro del sistema, ni en el sanitario ni en el social. En ambos sectores la persona sigue siendo eminente pasiva en lugar de activa, resultando muy necesario para la salud individual y colectiva empoderar al paciente.
Otra razón a tener muy en cuenta es que la coordinación sociosanitaria es un factor estratégico para la sostenibilidad y mejora del sistema sanitario y de los servicios sociales, ya que hace posible una racionalización y mayor adecuación del consumo de recursos, maximiza la eficiencia, y permite, en definitiva, una reducción de costes.
No se trata de añadir más recursos sino reorganizarlos para que sean más eficientes. No en vano, existe una evidencia creciente que indica que, con una mayor integración y coordinación entre estos dos sectores, se consiguen, no sólo mejores cuidados para los ciudadanos, sino ahorros más que considerables.
En este sentido, experiencias llevadas a cabo en distintos países de nuestro entorno han demostrado que la puesta en marcha de este tipo de modelos se ha traducido en un descenso de los ingresos y estancias hospitalarias e, incluso, en un aumento del coste-efectividad.
De otro lado, para dar una respuesta eficaz a la demanda de personas que necesitan atención sociosanitaria, no sólo es necesario buscar la coordinación entre los sistemas social y sanitario, sino también un modo nuevo en la provisión de servicios que se ajuste a las preferencias de los usuarios y responda de forma satisfactoria a sus propias necesidades y las de sus familias.
Teniendo muy claro esta premisa, resulta también fundamental definir qué profesional debe tener el protagonismo en este nuevo campo, atendiendo al estricto análisis de las competencias necesarias. Para ello, es necesario preguntarse: qué hay que hacer, quién posee la competencias y quién es, además, el más efectivo en función de su coste.
Un profesional, en definitiva, que pueda con relativa facilidad identificar en su trabajo cotidiano las situaciones de necesidad de atención sociosanitaria, que pueda hacerlo, además, en el contexto en el que se producen y evolucionan (domicilio y centro), que pueda valorar los recursos que se tienen a disposición en el entorno (red familiar, social, suplencia/ayuda contratada...), que conozca las preferencias de las personas con las que viene manteniendo una relación a lo largo del tiempo y que, al tener conocimiento de los servicios disponibles, pueda analizarlos y proponerlos para dar respuesta a la necesidad existente.
Atendiendo a estas necesidades, estoy convencido de que las enfermeras poseen todos estos atributos, en función de sus conocimientos, preparación y competencias, y, por tanto, tienen que ser un pilar fundamental en este nuevo modelo de coordinación sociosanitaria.
Así lo hemos trasladado reiteradamente a nuestros responsables públicos, y así se recoge también en el acuerdo alcanzado el pasado año con el Gobierno, desde nuestro firme convencimiento de que, además de suponer un nuevo ámbito de actuación profesional y, por tanto, de mejora laboral, para los profesionales de enfermería, logrará el fin último que debe movernos a todos (profesionales, organizaciones, administraciones, usuarios...) y que no es otro que ofrecer una óptima atención sanitaria al ciudadano.