Querido paciente,
Sí, tú, el que pregunta “¿dónde está el médico?” cuando entra en la consulta y me ve a mí tras la mesa. El que me dedica una expresión ojiplática cuando respondo que
“el médico soy yo”. ¿Por qué te extrañas de lo “jovencita” que soy? ¿Acaso no sabes que la
carrera de Medicina se termina con una edad mínima de 23 años y muchos estamos trabajando antes de cumplir los veinticinco?
¿Por qué me llamas “nena”, “guapa” y “cariño” si a mi compañero hombre no se lo dices? Porque opino que soy una profesional igual de válida que un chico de mi misma edad y estatus. ¿Por qué me sonríes lascivamente y comentas lo bonitos que son mis ojos? ¿Es este un concurso de belleza?
Estoy trabajando, señor. Tu opinión sobre mi apariencia no es halagüeña y me incomoda. Estoy aquí para
velar por tu salud, no para alegrarte la vista.
¿Por qué me llamas “nena”, “guapa” y “cariño” si a mi compañero hombre no se lo dices?
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¿Por qué me llamas “la chica” y
a mi tutor lo llamas “doctor”? Pese a la diferencia de edad y de experiencia, ambos hemos completado los mismos estudios. ¿Por qué cuestionas abierta y recelosamente mi
práctica clínica, cuando estoy sobradamente preparada para ejercer mi profesión? ¿Por qué lo haces en actitud desafiante e incluso paternalista? ¿Por qué el hecho de tener el pecho más voluminoso y carecer de barba hace de mi criterio algo menos creíble? ¿Qué te hace pensar que soy “la estudiante” o “la de prácticas”? ¿Por qué
susurras que “ahí está la enfermera” cuando me atisbas por el pasillo, asumiendo injusta e inconscientemente que
Enfermería es inferior y que yo, como mujer, he de pertenecer a un rango más bajo? ¿No te das cuenta de que esto es
ofensivo tanto para el colectivo femenino como para el gremio de enfermeros? Es clasista y machista. ¿Por qué me amenazas con tu actitud corporal y verbal, si no lo harías de ser yo un hombre alto, canoso y tres décadas mayor? ¿Por qué me contemplas de arriba a abajo con suspicacia y casi con aprensión?
¿Por qué abandonas huraño la consulta cuando te explico que mi tutor no ha venido y que seré yo quien te atienda? ¿Por qué, en cambio, compones una sonrisa cálida cuando es mi compañero el que te recibe? ¿Por qué al despedirte le das la mano a mi tutor y al estudiante, pero a mí me saludas con un gesto de cabeza o directamente me ignoras? ¿Por qué cuando paso visita con el
estudiante al lado, te diriges solamente a él y a mí ni me miras a la cara?
Querido paciente, te doy varios datos:
El primero es que las
aulas de Medicina están formadas casi exclusivamente por mujeres. Sorprendente, ¿verdad? Agrego algo más: estas mujeres somos tan profesionales como cualquier hombre. Algunas incluso mejores, otras peores. Como en todo. ¿Y sabes por qué, paciente? Porque el género es indiferente. Porque
eres tú quien perpetúa el machismo contra el cual luchamos cada día.
Ser mujer es complicado en prácticamente cualquier ámbito de nuestra vida, por no decir todos. Y, cuando has luchado por
sacarte una carrera de seis años, has hecho frente a un
examen MIR y pugnas día tras día por superar una
residencia de un cuatrienio, mereces ser respetada. Merecemos ser respetadas. Todas.
Por nuestra tenacidad, por nuestro esfuerzo, por nuestra paciencia. Por nuestra
vocación, por nuestra dedicación, por nuestro
compañerismo. Pero, más que eso, merecemos respeto porque somos personas. Igual que tú, querido paciente. Igual que cualquier ciudadano de a pie. Por este motivo no te regañaré.
No te gritaré cuando me ningunees por ser mujer o profanes alguna frase sexista. Pero te corregiré. Te recordaré que soy la doctora, que tengo nombre, y que he venido pisando fuerte para hacer de la Medicina algo mejor tanto para el paciente como para el mundo.
Y este cambio empieza con una palabra:
igualdad.