Imaginen sufrir desde la niñez todos los meses varias crisis de dolor de cabeza invalidante, de entre 1 y 3 días de duración, acompañadas de vómitos, intolerancia a la luz, ruidos y olores y a cualquier tipo de movimiento. En esto consiste la migraña, gran olvidada dentro de las enfermedades neurológicas, que es considerada por la OMS como la segunda enfermedad más incapacitante en mujeres.

Afortunadamente en la última década se han producido avances cruciales en el conocimiento de esta enfermedad que han revolucionado su tratamiento. Así, sabemos que la molécula culpable de producir estos dolores de cabeza invalidantes es un péptido que conocemos como CGRP. En pocos años se han desarrollado fármacos, primero inyectables y ahora orales, capaces de anular este péptido productor de dolor. Estos fármacos cambian la vida de muchos de nuestros pacientes con migraña al ser más eficaces y mejor tolerados que las opciones que hasta ahora disponíamos. Los fármacos clásicos, piénsese que tratamos a mujeres jóvenes o de edad media, inducen somnolencia, sobrepeso y muy frecuentemente depresión.

Por tanto, ahora disponemos por vez primera de fármacos eficaces y bien tolerados capaces de cambiar la vida de nuestros pacientes (y de sus familias), entonces ¿cuál es el problema? El problema es que debido a su coste los médicos solo podemos prescribir estos fármacos si el paciente con migraña no ha fallado antes a al menos “3 fármacos clásicos, durante un periodo de tiempo y a la dosis adecuados y siempre y cuando tenga al menos 8 días de dolor al mes”, según las instrucciones del Ministerio de Sanidad de nuestro país. En el mejor de los casos, esto retrasa casi un año el tratamiento y castiga este tiempo a nuestros pacientes a efectos secundarios indeseables. Es duro y éticamente discutible para el neurólogo tener que hacer pasar a nuestros pacientes por este calvario sabiendo que tenemos opciones mucho mejores.  La tentación fácil aquí sería echar la culpa única al Ministerio de Sanidad y pedirle que hiciera accesibles estos fármacos a nuestros pacientes con migraña y sin coste, pero esto no es tan sencillo.

El Ministerio, y esta es la razón de las restricciones, como cualquier madre-padre de familia, tiene la obligación de distribuir los siempre insuficientes recursos que dispone para todo el gasto farmacéutico y los precios que solicitan las compañías farmacéuticas por los nuevos fármacos son siempre muy superiores a los de los fármacos clásicos. Su carestía es la razón real por la que estos fármacos solo se pueden prescribir, en unos pocos pacientes, y en Farmacia Hospitalaria. Es cierto que la dispensación en Farmacia Hospitalaria es más barata, lo que explica las restricciones del Ministerio como demuestra el precio del último fármaco anti-CGRP: algo más de 400 euros/mes en farmacia de calle frente a 110 euros/mes en el hospital ¿Qué implica esto en la práctica? Que solo los ricos (o los desesperados que se empobrecerán), o los pacientes muy refractarios que consiguen llegar a un neurólogo experto en cefaleas acaban accediendo al tratamiento.


"Solo los ricos (o los desesperados que se empobrecerán), o los pacientes muy refractarios que consiguen llegar a un neurólogo experto en cefaleas, acaban accediendo al tratamiento"



En mi criterio, el acceso totalmente gratuito a estos fármacos, algo deseable aunque único en el mundo, es insostenible, pero, por otro lado, el precio propuesto por las compañías farmacéuticas es demasiado costoso y cortoplacista ¿No sería más realista y mejor para nuestros pacientes acordar un precio sensato y realista que permitiera a la mayoría de los pacientes comprar el fármaco, al Ministerio expandir el acceso y a las compañías rentabilizar su inversión al aumentar los pacientes tratados? Voy a poner un ejemplo práctico: si estos fármacos orales estuvieran en farmacia de calle a un precio de 50 euros/mes el paciente tendría que pagar aproximadamente la mitad (20-30 euros/mes), esto permitiría tratar a más pacientes (4 ó 5 por el mismo precio que ahora tratamos a 1), lo que al final se traduciría en beneficios también para la industria farmacéutica.

Una crítica inmediata a mi propuesta sería que el paciente, además de sufrir la migraña, tiene que pagar. Además de que la gratuidad es única en nuestro país y de que un copago racional ayudaría a concienciar al paciente del esfuerzo que todos hacemos y que, se quiera o no, va a ser necesario si queremos disponer de las novedades terapéuticas -en cualquier especialidad-, un coste de 20-30 euros/mes compensaría con creces los gastos directos (por ejemplo, en triptanes), e indirectos (incapacidad para trabajar) que tienen todos nuestros pacientes con migraña frecuente.

En síntesis, todos deberíamos realizar un reseteo total de cómo tratamos la migraña (y muchas otras enfermedades con tratamientos innovadores): pacientes, profesionales sanitarios, administración e industria deberíamos ser capaces de tratar de la migraña de la mejor forma posible, sin olvidar la sostenibilidad del sistema sanitario. Con un poco de esfuerzo común todos saldríamos a la larga beneficiados.