Como testigo presencial voy a contarles lo que he visto a las ocho menos algunos minutos de la mañana. A esa hora, la puerta de un ambulatorio ya estaba abierta para el personal que trabaja en el centro. Una anciana con una considerable edad y una considerable minusvalía, arrastrándose casi sobre dos muletas, intentó entrar hasta una silla inmediata pero un celador le cerró el paso “a esperar la hora”, y cuando ella aludió a sus deficiencias físicas, la envió a una parada de autobús más o menos próxima. La proximidad es un factor relativo cuando se carga con una minusvalía. Así que se quedó en pie y yo junto a ella, para ayudarla cuando “llegó la hora”. Añadiré que algún personal de Enfermería, al verla, acudió también a asistirla.
Hace pocas legislaturas, una comunidad autónoma (creo recordar que Madrid) incluyó en su programa la humanización de la asistencia sanitaria. Alguno debió faltar ese día a clase. En estas llegó la covid, y la Primaria, simplemente, se cerró. Apáñese usted con la teleasistencia. Las voces de los ancianos son voces, por imponderables cronológicos, que se apagan. En aquellas terribles circunstancias, se apagaban como es lógico a mayor velocidad. Y alguien debió pensar que se extinguían.
Escribo estas líneas sin perder de vista los grandes logros de nuestra medicina especializada, y entre los resultados de mayo y las expectativas de julio. Un paréntesis para dos avisos. El primero es que las elecciones de julio no tienen por qué ser una repetición de las de mayo. Son otras, y lo que sucederá está por ver. El segundo es que, ni aun repitiendo triunfo, los triunfadores tienen garantía de nada. El progreso, la mejora de las condiciones de un pueblo, se construyen día a día. Los charlatanes lo hacen a su modo, autocondecorándose y concediéndose de entrada títulos nobiliarios para su currículum, como el de progresistas. Sin tener ninguna legitimidad, porque quienes la tienen no son los administradores sino los sufridos administrados. Éstos son los que deben decidir (DESPUÉS) quiénes han logrado verdaderos progresos en la enseñanza, en la sanidad, en la cesta de la compra, en la factura de la luz y en un largo etcétera de mejoras sociales auténticas.
La gran sorpresa (grata, en mi opinión) de mayo ha sido la actitud del electorado, antaño influenciable por prestidigitadores de última hora. Esta vez parece que los jóvenes han hecho poco caso de las limosnas con las que pretenden comprarlos y lo viejos de las rebajas en las entradas del cine, que como conquista social suena a chiste. Hay quienes están echando en falta ésos y otros dineros en becas de estudios o en la recuperación de la Primaria. Eso, señores administradores, sí serían mejoras sociales.
Repetidamente me han permitido (y mucho lo agradezco) utilizar estas líneas para pedir el regreso de la asistencia Primaria, aquélla de la tercera edad, con sus médicos de familia presenciales y sus imprescindibles enfermeros. No sea que las voces que se apagan, de pronto den un grito de desconsuelo y alguien se lleve un merecido susto. El teléfono y la Internet para jugar a los marcianitos.