Del mismo modo que los protocolos en la ciencia médica nos sirven para poder trabajar en equipo y con un mismo objetivo, y para que sean más eficaces tienen que ser sometidos frecuentemente a revisión clínica y epidemiológica, otros muchos “paradigmas” pueden ser revisados y mejorados, de acuerdo a los avances en investigación, en epidemiología y en este caso en la Salud Pública y los nuevos pacientes del Siglo XXI.
Hoy todos nos vanagloriamos de que los avances de la medicina moderna han conseguido que podamos vivir más años, logro fundamental del Siglo XX, y cada vez más, aunque en algunos casos de una forma algo tímida, también comenzamos a trabajar para conseguir llenar de vida esos años, mejorando nuestra “calidad de vida” y especialmente gracias a la Educación para la Salud de la población en general, tanto personas sanas como enfermas.
Algunos, con cierto miedo que no puedo alcanzar a entender, lo llaman “empoderamiento” del paciente porque al disponer de más información y razonamiento sobre las enfermedades, como es lógico, serán más poderosos, pero contra los gérmenes y las enfermedades, no contra nosotros como profesionales sanitarios. Aceptando esta nueva situación, ¿por qué no reflexionar sobre el “paradigma” que la medicina clásica nos enseñó sobre los conceptos de “síntoma” y “signo”?.
Síntoma, según los clásicos es “cualquier manifestación subjetiva que percibe el paciente”, mientras que siempre nos han enseñado que Signo es “una manifestación que es objetivable y cuantificable por el profesional sanitario”. Y así se sigue entendiendo en una gran mayoría de tratados de Fisiopatología, dentro de la Semiología y la Propedéutica.
Pero ahora, que una gran mayoría de profesionales sanitarios, médicos y también enfermeros, estamos convencidos de los beneficios de la Educación para la Salud de la población, tanto de los sanos, como de los enfermos y sus familias, tendríamos que reflexionar y al menos enseñar a nuestros alumnos en la Universidad, futuros profesionales sanitarios, que “síntoma”, claro que es una manifestación subjetiva, que solo percibe y siente el paciente y que nos cuenta durante la anamnesis, esa parte de la clínica tantas veces olvidada y siempre imprescindible, mientras que “signo”, siendo verdad que es una manifestación objetivable y cuantificable, puede ser observada y analizad por el profesional, pero también por el paciente y en algunos casos por sus familiares, siempre que gocen de la información precisa en cada caso.
Ese es el objetivo de la Educación para la Salud. Pero por otra parte, también hemos de reflexionar en torno a los “síntomas”, porque siendo subjetivos y sentidos por el paciente, en muchas ocasiones, los profesionales debidamente entrenados para ello, pueden cuantificarlos con las “escalas visuales analógicas” (EVA), que no solo sirven para objetivar el dolor.
Encuentro en casi todos los manuales de medicina que “el dolor” es un síntoma, y claro que lo es en tanto que es el paciente quien lo siente, pero también es un signo que los profesionales podemos cuantificar gracias a la “EVA del dolor”. ¿Y por qué no hacer lo mismo con el cansancio, la tristeza, el mareo, la astenia, la anorexia y muchos más síntomas?
La hipoglucemia, la fiebre, la ictericia, la bradicardia, por poner solo algunos ejemplos, son considerados por los clásicos de la medicina como verdaderos signos, porque podemos medirlos y observarlos objetivamente, pero…¿no es también cierto que lo pueden identificar, e incluso cuantificar los pacientes y sus familiares, cuando están debidamente entrenados o “empoderados”?
Sin afán de corregir a nuestros grandes maestros de la Medicina, sinceramente creo que deberíamos reflexionar en este sentido y ofrecer a nuestros alumnos un nuevo concepto de estos dos términos, al menos yo lo vengo haciendo desde hace años en la Universidad: “síntoma es toda aquella manifestación clínica, que subjetivamente siente el paciente y que nosotros como profesionales debemos aceptar y creer, al tiempo que en algunas ocasiones podemos también cuantificar aunque no con exactitud”, mientras que “signo es toda aquella manifestación clínica que puede ser cuantificable o medible, siempre por parte del profesional sanitario entrenado para ello, pero también y cada vez con más frecuencia por el paciente y su familia, cuando cuentan con la formación y el entrenamiento que les ofrece la Educación para la Salud”.
Hoy todos los profesionales sanitarios hemos de aceptar de buen grado el “empoderamiento” que pueda tener el paciente, porque además de ser una de nuestras obligaciones éticas, gracias a ello podremos contribuir a conseguir la sostenibilidad de nuestro Sistema Sanitario, tanto público como privado. Un ciudadano sano bien informado y formado es mucho más difícil que enferme, pero al mismo tiempo, un enfermo que está bien formado y entrenado en el conocimiento y manejo de su enfermedad, será más fácil que se cure, que se recupere o que no recaiga, mejorando su calidad de vida a pesar de padecer una enfermedad crónica. Y este desde luego, es el verdadero paradigma de la Educación para la Salud.