Por Ismael Sánchez, director editorial de Sanitaria 2000
Es ya hasta miembro honorario de la Real Academia Nacional de Medicina, un reconocimiento más, que no será el último (hoy ha recibido otro). Y todo por los trasplantes. Parece su segundo apellido: Rafael Matesanz de los Trasplantes, lo dice la gente que no es del sector, que no le conoce de veras, que solo ve a un señor menudo y circunspecto, y a su lado unas siglas que parecen la quintaesencia del trabajo bien hecho: ONT.
Hoy a Matesanz ya no le discute nadie, ni siquiera los que, por lo bajinis, se dedicaron a sembrar de dudas el funcionamiento y la estructura de la Organización Nacional de Trasplantes. La gente hace cola para premiarle, para entrevistarle, para tenerle de conferenciante, de experto o simplemente de asistente. Su obra está teniendo un elogio sin igual, y va camino de convertirse en uno de los grandes legados del sector, a la altura del sistema MIR de Segovia de Arana o de la Ley General de Sanidad de Lluch.
Pero hubo antes un Matesanz interesante, transversal, independiente, con algo de Pepito Grillo y mucho de outsider. Presume de haber estado con más de una decena de ministros, y eso es porque sabe que el verdadero reconocimiento profesional trasciende las simpatías políticas. Los buenos son mejores cuanto más escurridizos en la ubicación ideológica. Es complicado, la presión es máxima, muchos terminan sucumbiendo, pero los hay que aún no sabemos si son de izquierdas, de derechas o apolíticos. Y a Matesanz se le ve cómodo en esta tesitura.
Más allá de la Nefrología, los trasplantes y la ONT, Matesanz atesora una experiencia soberbia de cuatro años al frente de la asistencia sanitaria del último gran servicio de salud que tuvo este país: el Insalud pre transferencial. Hoy son impensables aquellas magnitudes, pero entonces Matesanz dirigía los procesos asistenciales de un organismo provisor que aglutinaba a lo que hoy se articula en nada menos que diez servicios de salud: todos ellos con un cargo como el de Matesanz.
Quizá fue su capacidad resolutiva o su clarividencia lo que le permitió hacerse con un hueco en el nuevo equipo ministerial del PP que ideó el ex ministro Romay. No era lo esperado y, desde luego, descolocó a muchos, principalmente en la bancada popular más mediocre, que nunca entendió –ni seguramente perdonó- que un alto cargo de tanta envergadura se dejara en manos de alguien con pasado socialista.
Para la historia quedan aquellas conferencias de prensa en las que Romay y Núñez Feijóo, por entonces presidente del Insalud, recurrían a Matesanz para potenciar el criterio clínico en la necesaria explicación del milagro que estaba sucediendo en la reducción de las demoras quirúrgicas: en apenas dos años, se pasó de esperar más de 200 días a poco más de 80, gracias al aumento de actividad por las mañanas y al impacto de la cirugía mayor ambulatoria, en definitiva, a una mejor organización de los recursos que dependían de Matesanz.
Con la misma naturalidad y certidumbre que se le reconocen hoy al hablar de trasplantes, exponía entonces, en su despacho de la calle Alcalá, sus consideraciones y convicciones sobre la gestión clínica, la resolutividad de la atención primaria, los contratos de gestión y la autonomía de los centros. Y escucharle entonces era sinónimo seguro de aprendizaje. Igual que ahora.
La llegada de Celia Villalobos al Ministerio supuso el final de Matesanz en el Insalud. Tampoco logró reubicarse en su casa, la ONT, y marchó fuera, como otro más de los muchos ilustres no profetas en tierra propia. Estuvo en la Toscana, aportando a los italianos su bagaje, su experiencia y su conocimiento. Afortunadamente, regresó, más pronto que tarde. Y ahí sigue, en la ONT. Aclamado y reconocido. Sabedor, aunque parezca extraño, de que en su camino profesional hay también otras razones para el reconocimiento. Menos conocidas que sus trasplantes, pero igual de poderosas.