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22 ene. 2020 13:00H
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Nota: Los autores del artículo, junto con la profesora de Psicología Gema González López, son autores del libro 'Asalto a la Sanidad Pública', de próxima publicación



En 2019, Mariana Mazzucato publicó el libro 'El valor de las cosas', en el que analiza el impacto de la innovación en la economía global. En uno de sus capítulos, hace una aclaración, a saber, que la innovación no es un concepto imparcial, sino que puede utilizarse para distintos fines.

Nadie ignora que la digitalización desmesurada en algunos ámbitos, como el de la sanidad, tampoco es neutral, ya que con ella se están variando aspectos básicos del contenido de la atención sanitaria.

Con la irrupción y el protagonismo mediático de la inteligencia artificial (IA), que está relanzada desde el Complejo Industrial Sanitario, la sanidad profundiza en un rumbo que añade nuevas incertidumbres a las que ya padecía; y se anuncia el comienzo de una nueva fase en la medicina de máquinas. No solo por el cambio de modelo que supone para la gestión de la sanidad pública desde la Ley de Sanidad de 1986, sino también por lo que supone de amenaza para el empleo.

Arma de doble filo


El caso apunta a la condición de arma de doble filo de la IA. Por un lado, es la más alta expresión de la era digital, su representación más estratégica. Por el otro, un arma de destrucción masiva que termina con determinados  empleos sin aclarar los nuevos. Un arma que, como Jano, afecta también al modelo y la sostenibilidad de la sanidad pública.

La cuestión digital va a condicionar irremediablemente los análisis y los debates de los próximos años. No estamos ante un conflicto menudo, sino ante una lucha de intereses en la que los argumentos tendrán que imponerse con datos y más datos, por encima de las emociones. De modo que lo que importa es que seamos capaces de diseñar las respuestas apropiadas y colocar la tecnología al servicio del desarrollo integral de las personas, y no viceversa.

Sin querer colgarnos ninguna medalla de (neo) luditas, los artesanos ingleses que a comienzos del siglo XIX se unieron en bandas para destruir las máquinas textiles que los desplazaban de sus puestos de trabajo, pensamos que la defensa del progreso (tecnológico) no implica que éste no deba ser sometido a un escrutinio estrecho.


"Apostamos por que las innovaciones se conviertan en tecnologías útiles, desarrolladas para las personas de carne y hueso, y así contribuyan a acrecentar el bienestar de todos nosotros"


Por eso, consultar el pasado para entender el presente es un recurso muy necesario para aplicar la historia a nuestra época. Muy útil para entender lo que acontece a nuestro alrededor. Para que no nos pase como a Fabrizio del Dongo, que no supo que estaba en medio de la batalla de Waterloo hasta que terminó.

Por nuestra parte, apostamos por que estas innovaciones se conviertan en tecnologías útiles, desarrolladas para las personas de carne y hueso, y así contribuyan a acrecentar el bienestar de todos nosotros.

¿Cuál es el balance que podríamos hacer del pulso entre la medicina de máquinas y la medicina de palabras? A pesar de la digitalización, que iba a ser el eje catalizador que facilitaría la organización del día a día, la tecnología y su inercia han impulsado aún más la súper-especialización y el hospital-centrismo, y han influido en la demanda de consumo relegando a la asistencia primaria y cambiando la profesión por la de tecnólogo. Paralelamente, es un secreto a voces que un porcentaje muy elevado de las pruebas de diagnóstico por imagen deberían evitarse.

A este conjunto de despropósitos hay que sumar los resultados perversos en recortes y privatizaciones que ha generado la llamada crisis financiera de 2008 a la sanidad. En efecto, la crisis que hemos pasado durante la última década ha tenido efectos evidentes sobre la población más vulnerable, pero también sobre un ámbito sectorial inesperadamente afectado: la sanidad pública.

Dos son las cuestiones que producen especial disgusto.

- Primera, la tecnofilia de los cargos directivos de los servicios de salud

- Y segunda, unos recursos humanos bajo mínimos y una política de contrataciones que hace bandera de la precariedad laboral. Todo ello en un contexto de masificación y deterioro de la atención en la asistencia primaria, con una población envejecida y con enfermedades crónicas que producen un aumento considerable de la demanda.

¿Qué hacer? Ante todo, hay que lograr un consenso básico: la lucha por la equidad en el acceso a la sanidad y en contra de la precariedad laboral, asumiendo también el modelo irrenunciable de una medicina de palabras, que  debe situarse en el centro de la agenda.

Con la medicina de máquinas ocurre como en la relación entre ciencia, tecnología, mercado y sociedad. El mercado y el hiperconsumo se han  convertido en el fin que modela las relaciones sociales. Se trata de que sean la medicina y la respuesta a las necesidades de salud, y sus determinantes sociales, las que dirijan la incorporación de la tecnología y no al revés.

Hasta ahora son las tecnologías sanitarias y los fármacos, y su potente mercado, las que determinan en mayor medida el modelo sanitario reparador y hospitalario. Con frecuencia imponiendo su orientación y afectando a la sostenibilidad y al modelo sanitario público. Por lo pronto, la medicina y las relaciones humanas han entrado en crisis ante el empuje de la máquina, la técnica y la llamada medicina personalizada.

Los determinantes sociales, de género y ambientales, así como los mecanismos de respuesta sociales y sanitarios, entre los que se encuentran la salud pública, la laboral, la ambiental y la salud mental, siguen siendo las asignaturas pendientes del sistema sanitario. No se trata de negar la técnica ni de excluir el mercado, sino de ponerlos al servicio del ser humano y de la salud.

Sin embargo, poco o nada se dice en el reciente pacto de Gobierno en relación con las políticas de salud en un sentido amplio, cuando los datos del observatorio de salud y los distintos estudios muestran que nuestras debilidades se encuentran más en los determinantes sociales de la salud y en los hábitos de riesgo que en los propios servicios sanitarios. Los principales riesgos para la salud colectiva son:

- Contaminación

- Tabaquismo

- Sedentarismo

- Obesidad

- Ritmo de vida y de trabajo

Resulta inexcusable la necesidad de renovación del sistema sanitario, cada vez más orientado como tecnólogo, reparador e hipermedicalizado. Pero se trata sobre todo de priorizar las políticas de salud integral para responder a los llamados determinantes sociales mediante la puesta en marcha de estrategias de salud en todas las políticas.

Impedir que los hechos que describimos terminen conformando una deshumanización de la medicina en toda regla exige actuar sobre algunas de las circunstancias que los han originado: poner fin a las desigualdades para el acceso a la sanidad pública e impulsar un nuevo paradigma en la formación de nuestros universitarios de las facultades de Medicina y Enfermería, fundamentalmente, que recupere la relación con los pacientes frente a la deriva tecnológica.

Esta última de las exigencias es la menos compleja técnicamente. Basta con reformar los planes de estudio de las facultades y reducir la influencia de la tecnología en la formación pre y post-graduada.