La salud infantil ha experimentado grandes avances en las últimas décadas. Desde 1990, la mortalidad en menores de cinco años se ha reducido en un 60%, salvando millones de vidas gracias a mejoras en la atención primaria, el acceso a vacunas y la nutrición, tal como destaca el informe Global Burden of Disease 2023. Sin embargo, este progreso es desigual. Según un reciente editorial de The Lancet, millones de niños siguen enfrentando barreras estructurales que perpetúan las desigualdades en su bienestar. Desde el impacto de los conflictos bélicos hasta la malnutrición, la obesidad y el cambio climático, los retos actuales comprometen no solo su desarrollo físico, sino también su salud mental y sus perspectivas de futuro.
Un progreso desigual
A pesar de la reducción global de la mortalidad infantil, más del 80% de las muertes prevenibles siguen concentrándose en países de ingresos bajos y medios. Regiones como el África subsahariana y el sudeste asiático soportan una carga desproporcionada de enfermedades infecciosas como neumonía, malaria o tuberculosis, condiciones prácticamente erradicadas en otras partes del mundo. Estas áreas no solo presentan sistemas sanitarios frágiles, sino también crisis recurrentes que dificultan la sostenibilidad de los avances.
Estas desigualdades se agravan aún más en situaciones de conflicto. Según datos de Save the Children, los niños que viven en zonas de guerra tienen hasta veinte veces más probabilidades de morir antes de los cinco años que aquellos en entornos pacíficos. Gaza, con su prolongado estado de bloqueo y recurrentes episodios de violencia, es un recordatorio constante de cómo los conflictos destruyen infraestructuras esenciales, como hospitales y escuelas, y perpetúan condiciones que afectan profundamente a la infancia.
Problemas globales en los países de ingresos altos
Las desigualdades en la salud infantil no se limitan a los países más pobres. En el mundo de la opulencia, los niños están sometidos a problemas específicos, igualmente preocupantes. La obesidad infantil, por ejemplo, está alcanzando niveles epidémicos en muchos países desarrollados. En Europa y América del Norte, su prevalencia se ha triplicado en las últimas décadas, y con ello, también se ha ido disparando la prevalencia de determinadas condiciones crónicas en la edad adulta, cada vez más precozmente.
La salud mental es otro problema creciente en las economías avanzadas. Trastornos como la ansiedad y la depresión están en aumento entre los menores, exacerbados por la presión académica, el aislamiento social y el acceso ilimitado a redes sociales. La pandemia de COVID-19 actuó como catalizador, interrumpiendo rutinas escolares y restringiendo las interacciones sociales, dejando a muchos niños en una situación de vulnerabilidad psicológica sin precedentes.
Desafíos críticos en la salud infantil
Además de las desigualdades en el acceso a servicios básicos, varios factores globales continúan afectando de manera crítica a la salud infantil:
1. Vacunación desigual.
Aunque las campañas de vacunación han logrado avances notables, uno de cada cinco niños en el mundo sigue sin recibir las vacunas esenciales. Como consecuencia, se ha producido el resurgimiento de enfermedades prevenibles, como el sarampión, que en 2022 provocó brotes en regiones vulnerables de África y Asia.
2. Cambio climático.
Las crisis climáticas agravan las desigualdades ya existentes, afectando especialmente a la infancia. El aumento de las temperaturas, las inundaciones y las sequías están directamente vinculados a un mayor riesgo de desnutrición y enfermedades como la diarrea y las infecciones respiratorias. Actualmente, más de 500 millones de menores viven en zonas de alto riesgo climático.
3. La doble carga nutricional.
Al mismo tiempo, mientras que la desnutrición sigue siendo la causa subyacente del 45% de las muertes infantiles, la obesidad infantil está en aumento, particularmente en países de ingresos medios. Esta "doble carga" de malnutrición plantea un desafío complejo para los sistemas de salud, que deben abordar condiciones aparentemente opuestas.
4. Salud mental infantil.
Finalmente, los trastornos mentales en niños, como el estrés postraumático, la ansiedad y la depresión, representan una crisis silenciosa pero creciente. Aunque estos problemas son cada vez más reconocidos por los sistemas sanitarios, la inversión en servicios especializados sigue siendo insuficiente. Además, el estigma asociado a la salud mental infantil continúa dificultando el acceso al apoyo necesario, dejando a millones de menores sin la atención que requieren.
Adultismo y determinantes sociales de la salud
Entre los múltiples factores que perpetúan las desigualdades en salud infantil, el “adultismo” destaca como un problema estructural. Esta tendencia a priorizar las necesidades de los adultos sobre las de los niños ha quedado patente en decisiones como el cierre prolongado de escuelas durante la pandemia, que afectó de forma desproporcionada a los menores, privándolos de acceso a educación, socialización e incluso alimentación.
Sin embargo, el adultismo no es el único problema. Los determinantes sociales de la salud, como la pobreza, la falta de acceso a servicios básicos y la educación limitada de las madres, son factores que explican gran parte de las desigualdades en salud infantil. Diferentes estudios muestran que cada año adicional de educación en las madres puede reducir la mortalidad infantil en un 10%, subrayando la importancia de enfoques integrales que combinen salud, educación y políticas sociales.
El papel de la cooperación internacional
La salud infantil requiere una acción global coordinada. Países como España, pueden desempeñar un rol clave en la cooperación internacional, no solo en la provisión de recursos, sino fundamentalmente en el desarrollo de programas sostenibles que fortalezcan los sistemas de salud locales. Esta contribución debe ir más allá de la ayuda humanitaria inmediata, centrándose en iniciativas a largo plazo que integren nutrición, vacunación y salud mental en las comunidades más afectadas.
Además, programas globales como GAVI, la Alianza para las Vacunas, necesitan apoyo continuo para garantizar que éstas lleguen a todos los rincones del mundo, especialmente a los más vulnerables. En paralelo, las políticas globales deben abordar el cambio climático como un problema de salud pública, dado su impacto desproporcionado en la infancia.
La infancia: el corazón del progreso global
La salud infantil no es solo una cuestión de justicia, sino una estrategia clave para garantizar el bienestar y la prosperidad de nuestras sociedades. Proteger a los niños de las desigualdades, las crisis climáticas y los efectos de los conflictos implica no solo atender sus necesidades inmediatas, sino también crear las condiciones para que puedan crecer y desarrollarse plenamente.
Invertir en la infancia es apostar por un futuro más justo, equitativo y sostenible. Los niños no deben ser vistos como receptores pasivos de ayuda, sino como agentes de cambio cuyo potencial es fundamental para transformar el mundo que heredarán. Priorizar su salud y bienestar no es solo una responsabilidad moral, sino un compromiso con el progreso colectivo.