La sanidad pública vive una crisis sistemática y multifactorial que afecta a la mayoría de los países europeos. Está en juego la sostenibilidad de un modelo de protección social surgido después de la Segunda Guerra Mundial que ha proporcionado el mayor índice de salud, esperanza de vida, bienestar y confort vivido nunca en el viejo continente. Un sistema que se ha mostrado eficiente durante más de 50 años, pero que ahora se ve incapaz de responder a los retos sanitarios, demográficos y tecnológicos que plantean las sociedades occidentales. Si hacemos la analogía con un proceso patológico, podemos decir que el diagnóstico y el tratamiento están definidos, pero el paciente todavía no ha recibido los fármacos que necesita. Y sabemos perfectamente que, si no los toma, el pronóstico es grave. Tal y como advierte la oficina regional de la OMS en Europa, el tiempo de actuar es ahora.
La crisis, como decíamos, afecta a diferentes frentes, pero de modo muy relevante al de los trabajadores de la salud, especialmente al colectivo médico. Profesionales con una media de edad que supera los 55 años y que soportan cargas de trabajo superiores a las que asumían cuando tenían 30. Jornadas extenuantes, horas extraordinarias, guardias, cobertura de bajas y jubilaciones, presiones para garantizar la accesibilidad y reducir las listas de espera, temor a cometer errores o descuidos. Éste es el día a día de miles de médicos, por lo que poco debe sorprender que muchos profesionales colapsen mentalmente o que el índice de burnout entre el colectivo supere el 50 por ciento.
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Por otra parte, nos encontramos en medio de una lucha selvática entre países por captar facultativos. Los más ricos fagocitan a los profesionales de los países más pobres, ofreciendo condiciones laborales y retributivas irrechazables. Ni que decir tiene que los médicos españoles, por su calidad y preparación, son muy preciados y demandados.
El gasto sanitario público sigue siendo insuficiente, por mucho que los gobiernos se jacten de destinar “el mayor presupuesto de la historia” a la sanidad. La realidad es que todavía no se ha recuperado la inversión anterior a la crisis económica de 2010.
Y en lo que se refiere a la perspectiva de género, un sector conformado por más de un 70 por ciento de mujeres sufre los mismos problemas que el resto: brecha salarial en relación con los hombres, techos de vidrio, violencia laboral, acoso sexual y enormes dificultades para conciliar su carrera profesional con la vida personal y familiar.
La OMS es la autoridad sanitaria internacional más prestigiosa y reconocida, y señala exactamente estos mismos problemas, pero también ofrece soluciones que, insiste, es necesario aplicar de forma inmediata. La principal, un plan que llama “Retain and Recruit” consistente en la retención y contratación de trabajadores sanitarios mediante mejoras en las condiciones profesionales, asistenciales y retributivas, prestando especial atención a las zonas rurales y remotas para mantener la equidad territorial.
¿Y qué están haciendo hasta ahora las administraciones sanitarias? Por un lado, ofrecen beneficios para todos aquellos médicos que quieran prolongar su vida laboral más allá de la edad legal de jubilación. Por otra parte, aumentan las plazas de formación de graduados y especialistas médicos. La primera no puede ser el pilar de una respuesta política sólida significativa y la segunda no tendrá efectos hasta dentro de una década. La conclusión obvia es que las políticas sanitarias deberían priorizar la retención del personal existente.
¿Y qué hacen las administraciones sanitarias para retenerlos? No es posible ofrecer una respuesta uniforme, puesto que cada país o territorio toma sus propias medidas. Así, mientras algunos hacen ofertas muy tentadoras a los profesionales médicos propios y foráneos, otros toman caminos diversos, como incorporar perfiles profesionales alternativos a los médicos o pagar más, pero sólo si es por trabajar más. Y en esta situación nos encontramos a la hora de negociar, ya sea en el contexto de renovación de un convenio colectivo, en una mesa médica o en la negociación abierta para poner fin a una huelga.
En cualquier caso, no se ofrece una respuesta a la altura de lo esperado por los facultativos y conviene no olvidar que son profesionales de la salud muy preparados y formados que tienen al alcance de la mano otras opciones si se sienten infravalorados. Más allá del aspecto puramente retributivo –importantísimo, sin duda– interceden otros aspectos más personales que tienen que ver con las condiciones de trabajo, pero también con la calidad de vida, la conciliación o el bienestar, cuestiones en las que el sector sanitario a menudo se quedan por detrás de otros.
Sin embargo, como buenos científicos debemos recurrir siempre a la navaja de Ockham. Si aumenta la competitividad entre países o entre la sanidad pública y privada para conseguir médicos y el sistema necesita a estos profesionales, la respuesta más simple suele ser la más probable: páguenles más.