Por Carlos Alberto Arenas, gestor sanitario y vocal de Sedisa
Hay una diferencia sustancial entre recortar y racionalizar. Lo que ahora conocemos vulgarmente por recortes, suponen en muchos casos disminuciones lineales de presupuesto, eliminación de algunas partidas presupuestarias, recortes de salarios y aumento de impuestos y tasas, que detraen dinero directamente de nuestros bolsillos. Sin embargo, racionalizar supone indagar donde estamos despilfarrando o gastando inútilmente, saber que hacemos y no aporta valor al ciudadano, que duplicamos, cuales son los costes de los errores, la mala organización o la falta de calidad.
Pero claro, recortar es más fácil y rápido. Racionalizar requiere estudiar, comprender, y en última instancia lucidez para explicar y valentía para ejecutar. Racionalizar es un ejercicio más complicado, supone vencer la inercia y esforzarse, además de ver las cosas bajo un nuevo ángulo y estar abierto al cambio. En nuestras administraciones públicas tenemos ejemplos de falta de racionalización sangrante: duplicidades administrativas, instituciones públicas decorativas que no aportan valor al ciudadano o están sobredimensionadas, despilfarro por mala organización y por baja productividad…
Las instituciones sanitarias no nos libramos del despilfarro. Casos de hospitales cercanos que realizan procedimientos de alta complejidad como transplantes o cirugía cardiaca sin tener ambos por separado la masa crítica suficiente de pacientes para ser eficientes. Incremento de camas de hospital allí donde no se necesitaban, servicios sobredimensionados, pruebas duplicadas, cuando no innecesarias, y tratamientos ya sea con fármacos o técnicas que se podrían haber resuelto con igual resultado a un coste mucho menor. Además el que en algunos lados exista exceso casi siempre supone que en otros falten. Las diferencias sangrantes de financiación autonómica no ayudan por supuesto al equilibrio, cuando unas comunidades autónomas reciben del estado más del 50 por ciento que otras. Las penalizadas se ven obligadas a racionalizar. Otras se permiten los lujos de tener cuatro Da Vincis para dos millones de habitantes.
Esto unido a una de las tasas de frecuentación al médico más alta de Europa, un consumo de medicamentos también entre los más altos de Europa, y una nefasta o inexistente educación para la salud, con mala capacitación para los autocuidados, configuran una sociedad excesivamente dependiente del sistema sanitario e hipermedicalizada. El problema es que eso no aporta más calidad de vida, más bien al revés. Según las últimas series estadísticas la frecuentación media por persona y año en España es de 7,5 veces mientras que en Suecia es del sólo 2,3. Sin embargo los suecos son los que tienen mayor calidad de vida en mayores, en concreto los que más años de vida tienen libres de enfermedad importante en mayores de 65 años (ellos 14 años y nosotros 9) y los que menos porcentaje de personas con dependencia para la vida cotidiana en mayores por enfermedad, mientras nosotros estamos por encima de la media europea. ¿Cómo interpretar este dato? A falta de estudios más profundos, lo que pasa en Suecia con frecuentación al médico muy baja y salud en mayores muy alta me suena a mucha mejor educación sanitaria, salud pública, promoción de la salud y prevención de la enfermedad. Mientras nosotros hasta hace poco seguíamos insistiendo en que por cualquier chorrada: por favor consulte con su médico, y nuestros chavales siguen con una de las mayores tasas de fracaso escolar de Europa, sin conocer su cuerpo, sin saber que hacer para mejorar su salud y como controlar y tratar los problemas leves de salud, ni como detectar los verdaderos signos de alarma.
No obstante, recortamos en salud pública donde sólo gastamos en 1,4 por ciento de nuestro presupuesto sanitario, ya que de aquí no se nota el recorte. Pero se notará a futuro. Racionalizar es también marcar prioridades y analizar cuales son las inversiones que aportan más salud globalmente a la población y nos ayudarán no sólo a alargar la vida sino también a añadir calidad de vida a esos años, donde ya no estamos tan bien y nos queda un margen importante de mejora.
Si nos atenemos a estudios científicos sobre las organizaciones sanitarias y sus procesos, se detectan variaciones en la práctica médica impresionantes, tanto por ejemplo en el número de intervenciones en poblaciones similares, como puede ser la tasa de amigdalectomías y adenoidectomías en población infantil, de desviaciones del tabique, o prótesis de cadera en poblaciones de edades similares, de el doble o más por regiones. Igualmente en las tasas de solicitudes de resonancias nucleares magnéticas, colonoscopias o densitometrías óseas.
Si hacemos un análisis global de lo que podríamos mejorar o ahorrar eliminando todas esas ineficiencias, duplicidades y prácticas ineficaces sería entre el 20-30 por ciento de margen de reducción en algunos casos, con el ahorro en dinero que supone. Probablemente en otros países donde se paga por acto médico y que por ello se tiende a la hiperinflación de actos como Estados Unidos u Holanda esa cifra sería aún mayor.
Esa cantidad supone casi justamente lo que la sanidad aporta al déficit de las administraciones públicas. Es decir siendo absolutamente racionales y excelentes en sanidad es probable que tuviéramos superávit y nos ahorraríamos un 20 por ciento del déficit de las administraciones públicas como explicaré en otro artículo.
Pero si la racionalidad hubiera imperado en todo nuestro país, no estaríamos como estamos. La sanidad también es un reflejo de lo que somos aunque con mejores resultados que en otros sectores, pero susceptible de mejorar, pues no mejorar es decadencia.