No pasa día sin que en los medios de comunicación generales y profesionales y en las redes sociales veamos y escuchemos a políticos, sindicalistas y profesionales desgranando iniciativas disruptivas, en muchos casos, de apariencia radical, sobre los
cambios que deben introducirse en nuestra Atención Primaria y Comunitaria (APyC) para sacarla de la profunda crisis en la que se encuentra desde hace ya muchos años; para algunos de ellos desde el mismo inicio de una reforma que se diseñó mal y nació con tan graves errores que solamente ha causado males sin cuento a la ciudadanía y a los propios profesionales.
Hay líderes y colegas muy respetados y distinguidos que parecen empeñados en 'descubrir la pólvora' cuando se centran casi exclusivamente en los problemas del modelo de APyC de los años 80 olvidando que es prácticamente universal el reconocimiento de su existencia y de la necesidad de su corrección. Personalmente no conocemos a nadie que sea negacionista de dichos errores, entre los que son protagonistas la rigidez conceptual y organizativa de los centros y equipos y la funcionarización profesional.
Asumida por todos la situación progresivamente crítica de nuestra APyC, en cuya génesis también han jugado un papel esencial la ausencia de iniciativas políticas innovadoras de los gobiernos de diferentes colores ideológicos en los últimos 20-25 años así como la infrafinanciación y el deterioro de las condiciones laborales de sus profesionales, han florecido múltiples iniciativas políticas, sindicales y profesionales que, en muchos casos, podrían ser catalogadas como meras “ocurrencias” que no están basadas en análisis serios de los antecedentes, situación actual y viabilidad futura de las “soluciones” propuestas a los problemas.
Consideramos imprescindible evitar que las mencionadas “ocurrencias” nos lleven a caer en el desprestigio político y profesional y contribuir a potenciar el frenado de los cambios que cada vez con mayor urgencia necesita nuestro sistema sanitario y la APyC. Hay que ser serios si queremos evitar la generación de disculpas fáciles a las justas y reiteradas peticiones de innovación.
A estas alturas los lectores pueden estar preguntándose a que “ocurrencias” nos estamos refiriendo, pero dado su número y variedad temática, se nos hace difícil describirlas con detalle en un espacio breve como el de este artículo, baste, a título de ejemplo, mencionar que van desde las que propugnan el crecimiento exponencial del tamaño de las listas de pacientes adscritos a cada profesional (a más de 6000-8000) a las que multiplican por 10 su retribución media actual. A ver señores(as), ni tanto ni tan calvo. Una cosa es que la sacralización del tamaño límite del cupo sea un grave error así como una realidad incontestable la constatación de la precariedad laboral y los bajos salarios profesionales, y otra bien distinta trasladarse alegremente de planeta.
Hemos repetido desde hace años que, necesariamente, los cambios que precisa la APyC han de producirse juntamente con los del conjunto del sistema sanitario para ser viables. Por tanto y en primer lugar es preciso realizar planteamientos innovadores bajo una
perspectiva global y no limitarse a propuestas y “ocurrencias” segmentarias, limitadas exclusivamente a la APyC o alguno de sus componentes.
La segunda premisa para poder pasar de las “ocurrencias” a las propuestas serias es asumir que en un sistema tan complejo como el sanitario los cambios no pueden producirse de forma brusca y que es imprescindible diseñar un
periodo de transición más o menos largo para pasar de la situación actual a la que se pretende llegar, entre otras cosas para garantizar que durante el mismo el sistema continúa funcionando.
Para pasar de las ocurrencias a las propuestas serias en un entorno tan complejo como el sanitario es necesario un periodo de transición
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En tercer lugar es preciso no caer en el mismo “pecado original” del modelo actual y evitar preconizar
recetas de uso universal, esencialmente contrarias al espíritu y la letra de la filosofía de una APyC que necesita la máxima adaptación a las necesidades y características de cada contexto de aplicación bajo el principio de que lo que es bueno para un lugar y contexto puede no serlo para otro.
En la cuarta posición, sin orden de importancia, situaríamos el análisis profundo, estricto, de la
viabilidad política, económica, organizativa y profesional de los cambios propuestos. Análisis basado no en las propias convicciones o deseos personales si no en la trayectoria histórica y cultural de las interacciones entre la ciudadanía española y el sistema sanitario, en este caso con la APyC. Claro que hablar de viabilidad supone también preguntarse si los propósitos de la clínica, como se entendían hace 40 ó 50 años, siguen siendo vigentes o hay que replantearlos de modo que las expectativas de unos (los profesionales y trabajadores) y de otros (la ciudadanía y los pacientes) respondan a unos planteamientos sensatos.
Podríamos seguir enumerando más y más premisas para la elaboración de propuestas de innovación serias y consistentes de la APyC pero no lo consideramos necesario. El mensaje está claro: somos legión los(las) que estamos de acuerdo en la necesidad de llevar a cabo una reconsideración en profundidad del conjunto de nuestro sistema sanitario y, dentro de él, de la APyC pero este convencimiento y su urgencia no puede servirnos de disculpa para lanzar a la opinión ciudadana y profesional “ocurrencias” que pueden resultar contraproducentes para conseguir los objetivos que pretendemos alcanzar. Hay que evitar por todos los medios que la necesidad perentoria de los cambios nos lleve a la precipitación y a caer en el desprestigio.