Ángel López, médico rural de Cañada Rosal que elogió el trabajo del enfermero en una carta propia.
Los profesionales sanitarios lidian con los peores momentos de las personas, aquellos en los que la enfermedad les asalta y muestran especial debilidad y necesidad de ayuda. Tras muchos años de preparación teórica, deben enfrentarse a la práctica, ese tú a tú con el paciente para el que hay poca enseñanza de aulas y mucha de calle y consultas. En esas largas jornadas de trabajo dan para mucho, y han sido varios los que han decidido
plasmar sus sentimientos en emotivas cartas que, sin pretenderlo, han corrido como la pólvora por las redes sociales. Palabras de compañerismo entre profesiones que trabajan codo a codo, de aliento y agradecimiento para los pacientes o de simple desahogo personal.
Uno de esos casos es el que ha protagonizado recientemente
Ángel López, médico rural del municipio sevillano de Cañada Rosal que tras una guardia complicada se sentó a valorar que
su trabajo, sin la ayuda del enfermero que suele acompañarle, no tendría sentido.
Bajo el título ‘Sin ti no soy nada’ quiso agradecer
en su blog personal la labor de los enfermeros en el trabajo diario de los médicos. “Fue un día con varios casos importantes y pensé, en muchas ocasiones, si no estuviera el enfermero, ¿yo qué haría? Vale, yo tengo el infarto, pienso cómo actuar, pero el enfermero mientras tiene que estar cogiéndole la vía, poniéndole el tratamiento. Yo soy diestro, pero necesito también la mano izquierda, y así pasa con el médico y el enfermero. Yo estoy de guardia y conmigo sólo hay un enfermero. Sí, hay un celador que me abre la puerta y un conductor de ambulancia, y todos somos muy imprescindibles porque si hay algo muy grave tenemos que estar todos, pero las
dos piezas clave son el médico y el enfermero”, explica en conversación con LA REVISTA de
Redacción Médica.
López es un médico de pueblo, lo que siempre ha querido ser puesto que es lo que vivió desde pequeño. “Esos médicos que atienden a la gente, que
no tenían horario puesto que casi vivían de guardia. Yo vivo en el pueblo donde trabajo y mi familia también. A veces aunque haya una emergencia me llaman a mí también porque me tienen más disponible, todo el mundo tiene mi teléfono”, asegura.
Ángel López atiende en la consulta del propio pueblo donde vive.
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Al menos en su caso, se cumple eso de no tener horario, puesto que trabaja, según cuenta, “lunes, martes y viernes de 8.00 a 15.000 horas. Jueves, de 13.00 a 20.00 horas. Cada 6 días tengo guardia y estoy de 8.00 a 15.00 en consulta normal y de 15.00 a las 8.00 del día siguiente en un servicio de urgencia”. Sus pacientes son cerca de 3.300 habitantes de Cañada Rosal, más los de los pueblos de La Luisiana y Campillo cuando está de guardia. Y su compañía siempre ha sido un enfermero. Él, evidentemente, no ha tenido
ningún problema con la prescripción enfermera. “Yo he tenido problemas más bien por lo contrario. Le decía a mi compañero ‘recétale tú, por favor’. Fui de los primeros médicos de Andalucía que le dije a mi enfermera que recetara, y ella a veces me decía que por qué iba a tener que recetar ella, si en los centros de salud de alrededor nadie lo hacía. Y yo contestaba que era un decreto que había salido, que creía que le venía bien a ella, es una cosa diferente y así nos complementamos. No tengo ningún problema en ese aspecto, ni en otros, como aceptar un diagnóstico si son cosas que ellos conocen.
Somos dos piezas fundamentales, estamos todo el día juntos”, admite este médico rural.
Tras plasmarlo en un papel y subirlo al blog que lleva alimentando desde hace muchos años, empezaron a llegar las respuestas. López asegura que
le ha llamado mucha gente, compañeros que hace tiempo que no veía, enfermeros, incluso ha visto que varios colectivos han publicado su carta. “No me esperaba tanto. Hay otros
post que se han leído más que esta, pero esta ha sido más que nada la repercusión que ha tenido, en cantidad de gente, instituciones, periódicos que me han llamado interesándose por esta labor de equipo. La Consejería de Salud, ‘nuestro jefe’, por ejemplo, que no suelen retuitear cosas nuestras, lo ha hecho. Yo creo que ha sido por el tema de
la labor en equipo. Todos somos un equipo y creo que es bueno reconocerlo”, defiende.
"He hecho de tu viaje el mío y tú eres cada parte de mi día. Gracias a ti soy enfermera"
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NECESITA MÁS MEDIOS
Este médico rural apasionado de la bicicleta, que ha conseguido que todo el pueblo la utilice como medio de transporte dando ejemplo él mismo haciendo sus desplazamientos en ella, asegura que es feliz con su trabajo, aunque hay una petición que no se cansa de repetir. “
Necesito que me den más medios. Yo trato desde un granito en la nariz a un infarto o parada cardiaca. En urgencias, yo soy el 112 aquí, y tengo una ambulancia que me gustaría que vieras, y muchos menos medios. Mi tiempo lo dedico al trabajo, a ver a la gente, y mi formación, hoy día, la puedo mantener gracias a las redes sociales e internet. Pero en medios materiales me hacen falta una mascarilla laríngea, un buen desfibrilador, un buen respirador, cosas que tienen los equipos, un ecógrafo, instalar la teledermatología… lo que haga posible que los
pacientes no se tengan que desplazar de un sitio a otro si tengo dudas y tengo que derivarlo, con lo fácil que sería mandar una foto encriptada para consultar, por ejemplo, si lo que veo es un nevus o puede ser melanoma. Hay muchos sitios en Andalucía que lo tienen, y donde yo trabajo no”, lamenta.
Lo mismo ocurre, por ejemplo, con los pacientes al final de su vida, personas que, como refleja en su blog, “se están muriendo y no quieren ir a un hospital, están sufriendo y tengo que decidir actuar yo”. En estos casos, tiene que pedir prestado al hospital fármacos para sedación y aplicarlos él, pese a que en las guías o protocolos de actuación figura que deben tenerlos a su disposición. “Si tengo que dar una percusión de solinitrina porque la guía lo dice, ¿por qué no me lo mandan? Una
ley de cuidados al final de la vida ayuda siempre y cuando cuenten con todos los estamentos; medicina rural, de emergencias, la de ciudad, etc”, recuerda López.
Pese a los problemas con los que tiene que lidiar, este médico rural tiene claro que el
nivel de sacrificio compensa. “Es algo que tú haces por los demás y la gente más feliz es la que hace algo por los demás. Haz algo por alguien y verás como te sientes feliz, sin pensar en la salud. Pues esa es la satisfacción que me produce a mí estar en ese nivel de sacrificio. A veces los h
orarios son un poco molestos pero después la recompensa es mucho mayor”, explica a este diario, recordando que en el pueblo se mantiene la tradición de obsequiar con cosas sencillas al médico. “Cuando hay huevos, yo soy el primero que tiene huevos”, admite riendo.
El médico ha conseguido que, con su ejemplo, en el pueblo se utilice la bicicleta como principal medio de transporte.
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También viral se hizo hace un par de meses la carta que
Diana Roig, enfermera madrileña de 24 años quiso
dedicar a los pacientes que día a día le marcan en su puesto de trabajo. Tras publicarla en Facebook y comprobar cómo era compartida por más de 22.000 personas en menos de cinco días, admitió su sorpresa por la repercusión. Al cierre de este artículo, la publicación ha sido compartida por 36.821 personas, y tiene 41.586 reacciones.
En ella expresaba sus
propios sentimientos, que admite que habrán sido
identificados por muchos otros compañeros y por los propios pacientes. Sentimientos como las lágrimas al ver una madre abrazando a su bebé prematuro o a otra al perder al suyo de dos meses, la desesperación de unos hijos al no ser reconocidos por el paciente o la cara de dolor al pinchar a alguien más veces de la cuenta. “Como enfermera me he metido la bolsa de sangre que te iba a trasfundir dentro de mi uniforme, para calentarla con mi cuerpo y no provocarte una hipotermia. […] Me has querido emparentar con tu nieto y me has dado bombones. Me has preguntado que cuándo descansaba y qué hacía trabajando a esas horas en Navidad. […] He tenido que curar las heridas que te provocaba estar en la cama durante meses y he visto cómo cerraban. He visto también cómo te salían heridas nuevas. […] Como enfermera he corrido por el pasillo cuando he visto en el monitor que tu corazón se estaba apagando, y te he ayudado a respirar con diversos aparatajes. […] Me he equivocado con tu medicación y me he pinchado con tu aguja. […] Como enfermera he hecho de tu viaje el mío y
tú eres cada parte de mi día.
Gracias a ti soy enfermera”, son algunas de las declaraciones de la joven madrileña que han emocionado a miles de personas.
Carta completa de la joven residente tras su primera guardia.
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ENSEÑAR A CONSOLAR
En la misma línea que Roig, pero desde la Medicina, escribía también su carta
Sara Yebra, residente asturiana que admitía que
nadie le había enseñado a consolar tras vivir su primera guardia. La joven quería expresar la encrucijada en la que se encontró entre sus conocimientos adquiridos en el Grado y su aplicación en el ámbito profesional.
Se encontró, en concreto, “con unos ojos con más daños que años que me miraban pidiéndome ayuda”. En esas horas, “intenté recordar algo de lo que había memorizado en la carrera.
Sé dar puntos, pero ni idea de restañar heridas que no sangran. Busqué en mi cabeza alguna clase magistral y lo único que recordé haber aprendido sobre el sufrimiento fue cuál es el PH de una lágrima”, admite la residente.
Con altas dosis de habilidad literaria Yebra supo ponerle nombre a sentimientos encontrados, como recitar multitud de síndromes raros pero atascarse a la hora de decir frases como “no va a recuperarse” o “lo mejor es que no sufra”. Para esta joven médico,
en su formación “se olvidaron de decirme lo más importante, que a veces una
sonrisa es analgésica y que el efecto es dosis dependiente y no tiene techo, que una mano en el hombro es el mejor antihistamínico contra la duda y llamar a la gente por su nombre es la benzodiazepina de inicio de acción más corto y de semivida más larga”.
Son sólo tres ejemplos de que los profesionales sanitarios, detrás de sus instrumentos de trabajo y de sus horas de labor velando por la salud de las personas, también cuelgan la bata o el pijama y admiten con palabras que comparten sentimientos con compañeros y pacientes.
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