Dolores Braquehais, psiquiatra y jefa de Servicio de la Clínica Galatea.
Ubicada a las afueras de
Barcelona, lejos del barullo de la ciudad, con permisos de acceso reducidos y la privacidad del paciente como principal característica. Así es Clínica Galatea, centro dedicado exclusivamente a la
salud mental de los profesionales sanitarios en España. A ella acudió Mónica, facultativa que decidió someterse a tratamiento a finales de 2020, “empujada por sus compañeros de trabajo”. “Funcionaba con el piloto automático, sin permitirme parar y pensar”, reconoce la facultativa a este periódico.
“Llegué a estar una semana sin dormir, mi cabeza no paraba de funcionar; pensaba en pacientes, en la consulta, en qué pasaría mañana”, añade, afirmando que
“tenía miedo anticipatorio a situaciones que podrían pasar o no”. “No me acordaba de lo que había hecho, ni dónde dejaba las cosas”, señala la médica, reconociendo que “llegó a perder 8 kilos”.
“Iba en el metro de camino al CAP llorando”, admite, llegando a reconocer que “si no hubiese sido por sus compañeros, no habría pedido ayuda”. “Pensaba constantemente que sola podía solucionarlo”, afirma.
Mónica admite que solicitó una visita después de la
sobrecarga vivida tras la pandemia del Covid-19. “En Primaria estábamos
agotados física y mentalmente, y además, con 48 años, dos hijos y mi pareja durante casi todos el confinamiento en cama por una hernia discal, hicieron el resto”, afirma. “Yo era la persona que trabajaba fuera de casa, en casa y llevando productos necesarios a mis padres, que no podían salir”, añade, admitiendo que “todo eso, junto a lo vivido en la trabajo, hicieron que no pudiese aguantar más".
Como a todos los pacientes, a Mónica le cambiaron el nombre por un seudónimo para preservar su identidad. “Después me atendió un psiquiatra, que lo primero que me dijo fue que era innegociable que debía coger la baja laboral”, cuenta la facultativa.
Mónica, médica en tratamiento: "Estaba agotada"
“Inicie
tratamiento farmacológico y también me derivaron con la psicóloga para hacer terapia conductual, y para ello, te ofrecen ayuda económica durante las primeras sesiones”, explica, admitiendo que “posteriormente fue a un grupo de terapia para trastorno de ansiedad”. En la actualidad, Mónica sigue “con tratamiento farmacológico y visitas con psiquiatra y psicóloga”, ya que tras el ingreso, la clínica realiza un seguimiento de cada paciente que puede durar entre dos a cinco años.
La situación que vivió Mónica es una realidad para muchos sanitarios, que cada vez con mayor frecuencia deciden pedir ayuda psicológica.
Ana Isabel Gutiérrez, psicóloga acostumbrada a tratar profesionales sanitarios, afirmó a
Redacción Médica, "que los médicos son jarras desbordadas ahora mismo".
"Hay que contratar más sanitarios, pero también curar a los que están desbordados", explicaba a este medio. Para solucionar este problema proponía "crear terapias de grupo para sanitarios y también terapias individuales".
Por su parte,
Dolores Braquehais, psiquiatra y jefa de Servicio de la Clínica Galatea, centro donde ingresó Mónica, asegura a
Redacción Médica que entre las “hospitalizaciones en su clínica hay casos por patología dual; trastorno mental y adictivo”, pero la gran mayoría son por
“problemas de adicciones, salud mental y ansiedad”.
Además, admite que al ingresar en la clínica “al paciente se le cambia el nombre y apellido, por confidencialidad y para que ellos tengan más confianza a la hora de pedir ayuda”. No obstante, en caso de riesgo para la praxis, a uno mismo o terceros, los pacientes firman antes de ser ingresados la cláusula donde dan su consentimiento para que puedan desvelar su identidad real al Colegio al que pertenecen. Aunque, tal y como afirma la jefa de Servicio de la clínica, “son casos muy extraordinarios”.
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