El presidente honorífico de CESM, en la sede del sindicato en Madrid.
Nacer en una clínica psiquiátrica fue más una premonición que una casualidad en la vida de Patricio Martínez, que a posteriori llevaría su carrera precisamente por esos derroteros. Madrid y Barcelona han visto crecer profesionalmente a este médico que, pese a llevar la lucha profesional impresa en su ADN, nunca colgó la bata por atender sus responsabilidades sindicales y que ahora, desde su retiro, confiesa que de seguir en activo sería el ‘azote’ del consejero de Salud catalán, Antoni Comín. Con más de 30 años de manifestaciones a sus espaldas, el actual presidente de honor de la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) se enfrenta en esta entrevista a temas tan comprometidos como el de la prescripción enfermera sin ningún tipo de tapujo y reconoce, no sin cierta tristeza, que el sindicalismo actual está “anestesiado”.
Médico de profesión, ¿qué le llevó a elegir este trabajo?
Fue una decisión innata desde que nací, ya que vine al mundo en el psiquiátrico de Ciempozuelos (Madrid), en 1940, porque el parto de mi madre llegaba con ciertas complicaciones.
Imagino que de ahí llegó su inclinación por la Psiquiatría.
Sí, aunque la primera carrera por la que opté fue una Ingeniería gracias a una beca de los Jesuítas. Pero pronto me di cuenta de que no era lo mío. Lo dejé para trabajar en la obra y ganar dinero con el que costearme la carrera de Medicina.
Su padre y su tío trabajaron en el psiquiátrico de Ciempozuelos, uno como administrador y otro como médico especialista. ¿Ellos fueron quienes le animaron a cursar Medicina?
No, ninguno de los dos, fue una decisión personal. Primero entré como alumno interno en el Área de Psiquiatría de la Clínica de Nuestra Señora de La Paz, bajo la dirección de Juan Antonio Vallejo-Nágera.
Martínez, durante su etapa escolar.
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¿Qué recuerda de su paso por este centro?
Aquí aprendí la especialidad de una forma absolutamente cercana y vi cómo era el hombre, a pesar de su enfermedad mental.
Más tarde dio el salto a Chinchón para ejercer de médico de pueblo. ¿Cómo fue aquella etapa?
Fue una experiencia necesaria, tanto en mi vida como en mi carrera profesional. En mi opinión, todos los médicos, independientemente de la especialidad que luego hagan, deben pasar por Atención Primaria. En Chinchón estuve cuatro años hasta que aprobé las oposiciones en el antiguo Instituto de Previsión Social. Quedé el número dos de este examen -ya que el primero fue un sobrino del doctor López-Ibor, así que me destinaron a Barcelona.
¿Qué es lo más que más le costó de ese traslado: cambiar de ciudad o aprender catalán?
Cambiar de ciudad, sin duda, porque en Barcelona no teníamos ninguna estructura familiar. Por aquel entonces, mi mujer Paloma y yo éramos muy jóvenes y nuestros hijos tenían tres y un año, pero afortunadamente nos integramos enseguida. En esta etapa conocí al coordinador en Psiquiatría de la Universidad Autónoma de Barcelona, Josep M. Costa Molinari, y me invitó a trabajar en el centro psiquiátrico municipal, donde acabé como jefe de servicio.
¿Dan tanto miedo los psiquiátricos por dentro como la gente piensa?
Claro que impresiona, pero lo que más llama la atención es la vida del enfermo y la total falta de libertad en sus pensamientos y movimientos.
¿Es la especialidad más dura a la que se enfrenta el médico?
Sí, junto a la Oncología infantil.
En su faceta más sindicalista, ¿echaba de menos ponerse la bata y atender a los pacientes?
Nunca he dejado de ponerme la bata, a pesar de todos los cargos sindicales que he tenido.
¿Qué características definen a un buen líder sindical?
La verdad y el entusiasmo.
¿Ha sido el quebradero de cabeza de algún político?
De Pasqual Maragall. Recuerdo que una vez, cuando él era alcalde de Barcelona y yo responsable de la Junta de Personal de este consistorio, tuvimos que acudir juntos al parque de bomberos para intentar apaciguarles y acabar con su manifestación.
Marina Geli, Boi Ruiz o Antoni Comín. ¿Quién es mejor consejero de Salud para Cataluña?
A Antoni Comín no le conozco personalmente, pero creo que ha entrado a la Consejería como un elefante en una cacharrería. No sabe todavía qué es el modelo catalán y está tomando decisiones impropias, basadas únicamente en su ideología. También es verdad que ahora estoy retirado de la vida sindical. Si no llega a ser así, ya le habría montado un conflicto en su departamento.
Con los otros dos he tenido una relación más cordial y entrañable. Con la consejera cerraba tratos en restaurantes y con Boi Ruiz, en un bar que había debajo de su despachó de Unió. Es cierto que le pilló toda la época de los recortes en sanidad y dejó de ser médico para ser más político.
La pelea más dura del sindicalista martínez
Cuatro días sitiando la Plaza de Sant Jaume de Barcelona. Ese es el tiempo que estuvo Patricio Martínez manifestándose contra el consistorio catalán para impedir que le trasladaran del psiquiátrico local al Hospital de la Esperanza, que ni siquiera tenía un área específica en Psiquiatría. Eran días difíciles para la ciudad condal, especialmente tras el asesinato de su alcalde Joaquín Viola por parte de un grupo de terroristas. “El Gobierno autonómico metió los tanques en la manifestación para disolvernos” recuerda de una noche “muy tensa, que viví al lado de Pasqual Maragall, que por aquel entonces era solo un funcionario”.
En 1986 es nombrado secretario general de Metges de Catalunya hasta 2002. ¿En qué ha cambiado el sindicato desde que usted no está al frente?
Deberíamos tener una mayor penetración en los medios de comunicación y poner el binomio médico-paciente en el centro del Sistema Nacional de Salud (SNS).
¿Se olvidan los actuales líderes sindicales de que también son médicos?
Sí, es muy fácil cuando estás en la lucha olvidarte de que estás al servicio del ciudadano.
En la actualidad, ¿da más pereza salir a la calle a manifestarse que antes?
A pesar de que ahora hay más razones para salir a manifestarse en la calle, se hace menos. El sindicalismo actual está perdiendo la ilusión y da la sensación de que estamos un poco anestesiados. Y si a eso le sumas que los sindicatos han sido señalados hasta por casos de corrupción, como los cursos de formación en Andalucía, el ciudadano pierde toda la ilusión por implicarse y luchar.
¿Ha llegado la corrupción a su sindicato?
No, que yo sepa, ya que solo vivimos de las cuotas de los afiliados.
¿Qué opina de que algunos médicos catalanes se posicionen a favor de la independencia?
Ni no lo comparto ni lo acepto.
¿Cómo afectaría al médico catalán una ruptura con España?
Iríamos a peor, no solo saldríamos de la Unión Europa, sino que se estancarían los avances científicos de comunidad. Pero España también iría a peor sin el médico catalán y sin las infraestructuras sanitarias de esta autonomía.
¿Cómo valora el distanciamiento del Colegio de Médicos de Barcelona con la Organización Médica Colegial (OMC)?
Es una larga historia que tiene su origen en el Patronato de Huérfanos. El Colegio de Médicos de Barcelona (COMB) se ha postulado como presión política de cara y delante de Madrid. Eso no se puede despreciar.
¿Quiere menos la OMC al médico catalán que al del resto de España?
No. Juan José Rodríguez Sendín está siendo un buen presidente y no está discriminando a ningún facultativo, independientemente de donde viva. Aunque sí que se ha metido en varios charcos…
¿El de la prescripción enfermera es el último?
En este problema siempre ha habido dos patas. La primera, entre el presidente de la OMC y el del Consejo General de Enfermería (CGE), Máximo González Jurado, donde la relación brillaba por su falta de comprensión y de empatía entre ambos. Y, por otro lado, la de los sindicalistas: Víctor Aznar, presidente de Satse, y yo, que teníamos más voluntad por sacar adelante esta cuestión. Por las diferencias entre Rodríguez Sendín con González Jurado no nos pudimos sentar en ningún momento a resolver ese tema. Yo me sentía como Albert Rivera en esos momentos (risas).
¿La prescripción enfermera ha abierto la brecha más grande en la relación médico-enfermero?
Sí, la más grande y la más profunda, cuando a nivel de trabajo entre ellos no había habido ningún problema hasta ahora. Y encima han entrado los partidos políticos a generar más polémica… Con lo importante que es la sanidad para la sociedad y que no seamos capaces ni de llegar a un pacto en España.
¿El Pacto por la Sanidad alcanzado en La Moncloa en 2013 fue una farsa?
Totalmente. Tanto es así que los partidos políticos están otra vez intentando alcanzar un consenso. Estoy convencido de que si Albert Jovell siguiera vivo, hubiese sido el gran impulsor para alcanzar el Pacto por la Sanidad en España.
¿Habrá un acuerdo en este sentido en la próxima legislatura?
No creo, porque hay demasiados intereses políticos que lo impiden.
El presidente de Honor de CESM, en su faceta más familiar junto a su mujer y sus tres nietos.
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¿A la sanidad le ha ido mejor en la época socialista o en la popular?
En mi opinión, los mejores responsables de Sanidad que ha tenido España han sido los ministros Julián García Vargas, Ernest Lluch y el consejero madrileño socialista Pedro Sabando. Pero luego hemos tenido otros responsables como Ana Mato, que ha sido una ministra de Sanidad de muchísima altura y que se lo ha currado, aunque no ha estado acertada con sus líos de la trama Gürtel.
En 1987 entró a formar parte de la Confederación Estatal de Sindicatos Médicos (CESM) hasta el 2008, ¿cómo se lleva con los otros barones del sindicato?
Muy bien, ya que en los 22 años en los que estuve al frente, me consideré el padre de todos ellos, y si ha habido algún roce ese tiempo, se han ido limando.
¿Considera a Francisco Miralles un digno sucesor?
Sí. Murcia la tiene muy bien organizada porque tiene el sindicalismo metido en las venas. El único reproche que le haría es que no ejerce como médico todos los días y está más enfrascado en la organización.
¿Cree que debería seguir en el cargo o pasarle el testigo a otro?
Si tiene fuerzas y no está cansado, debería seguir.
¿Quién es su favorito para liderar la nueva CESM?
Ya no estoy en la directiva del sindicato, así que no me corresponde a mí elegirlo. Pero si pudiera, apostaría por el perfil de una mujer, de 40 años, que trabaje en Atención Primaria y que compagine la nueva responsabilidad con su cargo de médico.
presidente de honor de cesm
En octubre de 2012, el sindicato en el que llevaba militando más de 22 años y del que ha sido su secretario general y presidente, le distingue con su máximo reconocimiento: la Presidencia de Honor. Sus sucesores en ambos cargos, Francisco Miralles y Albert Tomàs, fueron los maestros de ceremonias y encargados de entregarle la placa conmemorativa, ante la atenta mirada de su mujer Paloma, sus dos hijos y sus tres nietos. Patricio Martínez ha sido el primer y único presidente de honor nombrado por CESM y no es para menos: logró vertebrar al sector a través de su ‘criatura’, el Foro de la Profesión Médica, que reúne a sindicatos, sociedades científicas, colegios, decanos, estudiantes y comisiones nacionales. Con ello se consiguió crear un interlocutor válido para sentarse a debatir en la misma mesa con el Ministerio de Sanidad.
Siempre se ha rumoreado sobre una supuesta mala relación entre usted y Carlos Amaya. ¿Es su gran archienemigo?
No. Carlos Amaya y yo fuimos amigos y, a pesar de todas las cosas que han sucedido, seguimos siéndolo. Tras lo ocurrido en la Federación Europea de Médicos Asalariados (FEMS), nos hemos ido alejando, pero siempre he confiado en su valía y en su capital humano. Por eso, hace apenas dos meses nos dimos un gran abrazo de reconciliación.
Su vida profesional y sindical ha sido muy intensa. ¿Cómo ha podido compaginarla con la personal?
Muy fácil, porque he estado siempre presente en mi casa y porque mi mujer Paloma ocupaba los huecos cuando no estaba. Sin ella, hubiese sido imposible que me hubiera implicado tanto en el sindicato. Ahora que estoy jubilado, dedico mucho tiempo a estar con mi familia, con los nietos, a llevarles al colegio en moto… Pero también a bailar (“soy un bailón”, confiesa entre risas) o a ir a los toros, una de mis grandes aficiones.
Hablaba de su mujer, Paloma. ¿Cómo la conoció?
En el psiquiátrico de La Paz, donde estaba ingresado su tío. Empezamos a vernos en los patios de este centro y terminé pidiéndole matrimonio en un taxi, rodeada de su familia.
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