La gerente del Parc de Salut Mar, Olga Pané.
La gerente del Parc de Salut Mar,
Olga Pané, ofrece su testimonio de las vivencias de la pandemia en el documento
'Lecciones del Covid', impulsado por
Redacción Médica. Pané asegura que la "pandemia ha permitido reconocer que
el gasto en salud no es un lastre para la economía", además de confimar que "era y es necesario mejorar la financiación". La que
hubiera sido consellera de Salut si el candidato del PSC a la Generalitat de Cataluña, Salvador Illa, hubiera ganado las elecciones y, por tanto,
hubiera tenido que gestionar la pandemia, pronostica "más olas", pero "
cada vez más atenuadas desde el punto de vista de la gravedad, aunque probablemente no de su extensión". Pané celebra la experiencia de
trabajar sin los corsés habituales de restricciones burocráticas.
¿Qué balance hace de la gestión de la pandemia tras dos años del primer caso del coronavirus Covid-19 detectado en España?
Cuando se ve la gestión de la pandemia en perspectiva y comparando con otros países del entorno, podemos decir que no hemos desentonado. Otra cosa es admitir que se hubieran podido hacer muchas cosas mejor, pero el grado de desconocimiento e imprevisibilidad era muy alto. La pandemia ha impactado de manera profunda en nuestro sistema sanitario y muchas cosas no serán como antes, empezando por el volumen de recursos necesarios para mantener un sistema de cobertura universal con la calidad exigible.
La pandemia ha permitido reconocer que el gasto en salud no es un lastre para la economía, es más, es indispensable para el desarrollo económico disponer de un sistema de salud robusto. Y aquí hemos podido contrastar que era y es necesario mejorar la financiación.
¿Cuáles cree usted que han sido los puntos más fuertes de la sanidad española a la hora de hacer frente a la pandemia? ¿Y los débiles?
Los puntos fuertes se han visibilizado en varios campos. En primer lugar, la protección universal de nuestro sistema que no dejó a nadie en la estacada. El sistema sanitario y, especialmente los hospitales, con las carencias de material de las primeras semanas, aguantaron la primera ola y evitaron daños mayores. Los profesionales demostraron estar preparados y a la altura de lo exigido con aportación generosa de tiempo y riesgo. Destacaría también la resiliencia de nuestras organizaciones y la rápida adaptación de múltiples sistemas como la digitalización y atención online, que han venido para quedarse. Y no menor, el éxito de la campaña de vacunación, que ha conseguido una de las tasas más altas en el mundo.
Los débiles, la banalización inicial de las medidas que se ponían en marcha en otros países, la carencia de una industria de suministros sanitarios de proximidad, y el fracaso de continuidad y coordinación con los centros residenciales de mayores. Nuestra red de salud pública no tuvo la capacidad de anticipación necesaria y ahí debemos reflexionar y ver cómo fortalecer esa red y establecer un sistema permanente de coordinación. Así mismo, tomamos conciencia de la necesidad de que los profesionales tengan una formación general más sólida que les permita un mayor grado de polivalencia.
¿Cree usted que la sexta ola será la última ‘gran ola’ de la pandemia?
Creo que habrá más olas, cada vez más atenuadas desde el punto de vista de la gravedad, aunque probablemente no de su extensión. Ahora bien, no hay que bajar la guardia, tenemos que estar atentos a las nuevas mutaciones que se van a producir en el virus y asegurarnos que cumplen estas expectativas. Ya hemos sufrido algún error pronóstico con este virus. Nos falta un año para asegurar con mayor rotundidad qué va a pasar.
¿Es el momento de gripalizar el Covid-19?
Hay que devolver la normalidad a la sociedad. Mantener la tensión pandémica ya hemos visto que tiene también sus efectos secundarios. La epidemia de problemas de salud mental, el retraso diagnóstico en enfermedades graves, la saturación asistencial, las restricciones de visitas a los pacientes hospitalizados…, todo esto tiene secuelas también. Por no hablar del impacto económico. No olvidemos que la primera amenaza a la salud es la pobreza y la desigualdad y que un sistema sanitario público y universal se nutre de los impuestos que genera el desarrollo económico.
¿Cómo debe ser el seguimiento de la enfermedad llegado ese punto?
Debe ser un seguimiento de los indicadores que indican gravedad como la mortalidad, las hospitalizaciones o los ingresos en UCI, que ofrecen datos suficientes para ponernos en guardia y no nos olvidemos de vacunar.
¿Qué aprendizaje personal le deja a usted la pandemia del Covid-19?
Hemos aprendido un montón de cosas, muy especialmente las personas de mi generación que no habíamos vivido algo como esto. Desde el punto de vista personal, apreciar la humildad con que hay que enfrentar estos desafíos y, a la vez, la experiencia de confianza entre todos los profesionales y darme cuenta que la cooperación y la complicidad con la sociedad son los recursos más valiosos para conservar el bienestar y la cohesión. Sin ellos, muchos conocimientos no hubieran encontrado la sinergia necesaria para convertirse en acciones efectivas.
Desde el punto de vista organizativo, la experiencia de trabajar sin los corsés habituales de restricciones burocráticas ha favorecido orientarse de manera efectiva a las necesidades de los pacientes en lugar de a las necesidades de los órganos de control. Sin duda, ser transparentes y rendir cuentas es inseparable del servicio público, e indispensable para la confianza de los ciudadanos. Pero deberíamos encontrar un punto de equilibrio entre la efectividad asistencial y organizativa y los requisitos de control burocrático de las múltiples agencias que intervienen en los centros. Como dice un buen amigo mío, no parece razonable que el marco legal de la arquitectura administrativa, que sirve para gestionar las multas de un ayuntamiento, sea el mismo que sirve para organizar la sanidad.
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