MADRID, 7 (EUROPA PRESS)
La depresión aumenta la carga de la enfermedad neurológica al limitar la respuesta al tratamiento, aumentar la discapacidad, reducir la calidad de vida y elevar las tasas de mortalidad, tal y como se pone de manifiesto en el reciente artículo publicado en 'Brain Sciences'.
Entre un 30-50 por ciento de las personas que padecen una enfermedad neurológica también padecen depresión y la depresión en el contexto de las enfermedades neurológicas suele estar infravalorada e infratratada y presenta retos en su diagnóstico debido a la heterogeneidad de los síntomas y a su posible confusión con otras enfermedades, afirma la revisión.
"La depresión está infradiagnosticada porque muchos neurólogos aún se centran en el diagnóstico de la enfermedad neurológica y comprenden, muchas veces, la depresión solo como una dificultad de adaptación a la enfermedad neurológica. Falta, quizá, esa comprensión de que los síntomas de la depresión están causados por la misma disfunción de los circuitos cerebrales", afirma el neurólogo en el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau y uno de los autores del citado artículo, el doctor Javier Pagonabarraga.
Los trastornos neurológicos y la depresión pueden compartir procesos fisiopatológicos y, además, en algunas enfermedades neurológicas, como la enfermedad de Alzheimer, la epilepsia y el accidente cerebrovascular, existe una relación bidireccional con la depresión, de modo que la depresión es un factor de riesgo para ciertos trastornos neurológicos y viceversa.
"Esa relación bidireccional quiere decir que, efectivamente, en muchos de estos pacientes la depresión es secundaria a la disfunción propia de redes neuronales que están afectadas por la enfermedad neurológica en sí. Esto puede ir desde la depresión en la esclerosis múltiple, donde la misma enfermedad neurológica afecta a circuitos que facilitan el desarrollo de depresión, y es aplicable tras haber sufrido un ictus o tener epilepsia y, desde luego, en las enfermedades neurodegenerativas más frecuentes", explica el doctor Pagonabarraga.
Si la depresión no se detecta ni se trata junto con el trastorno neurológico, puede provocar la persistencia de los síntomas y una mayor discapacidad. El tratamiento de la depresión en las enfermedades neurológicas requiere de un enfoque que contemple tanto los aspectos neurológicos como los psiquiátricos y psicológicos, lo que pasa por estrategias integradoras con intervenciones farmacológicas y no farmacológicas. Los neurólogos deben reconocer los síntomas, realizar un diagnóstico e iniciar la terapia de forma precoz, según pone de manifiesto este artículo.
En este sentido, el doctor Pagonabarraga considera que "cualquier neurólogo tiene que saber identificar un síndrome depresivo y diferenciarlo de un síndrome apático o de una clínica ansiosa para poder establecer el mejor tratamiento y saber explicar a los pacientes cada una de las esferas sintomáticas que le están afectando en el día a día".
El artículo destaca también la importancia de ser conscientes de los síntomas menos conocidos de la depresión, como los cognitivos, y evaluarlos junto con otros síntomas depresivos.
La prevalencia de depresión en pacientes con deterioro cognitivo leve es de aproximadamente el 25 por ciento en muestras comunitarias y del 40 por ciento en muestras clínicas. Entre los adultos mayores con demencia por todas las causas, la prevalencia del trastorno depresivo mayor es del 14,8 por ciento en pacientes con enfermedad de Alzheimer (EA) y más elevado (24,7%) en pacientes con demencia vascular.
La progresión del Alzheimer está asociada con una apatía más severa y una depresión y ansiedad menos graves, pero los síntomas afectivos son prevalentes en todas las etapas de la demencia.
Por su parte, los síntomas neuropsiquiátricos en la enfermedad de Parkinson a menudo contribuyen más a la discapacidad, a peor calidad de vida y a mayor carga para los cuidadores que los síntomas motores, tal y como refleja la revisión publicada en 'Brain Sciences'. Por tanto, el inicio temprano del tratamiento para los síntomas depresivos en el Parkinson es crucial.
La depresión es, además, el trastorno afectivo más frecuente tras un ictus y afecta significativamente a la rehabilitación posterior al ictus, la calidad de vida, la mortalidad y la discapacidad. La depresión post-ictus puede ocurrir en, aproximadamente, uno de cada tres personas con ictus y permanece estable hasta 10 años después del ictus. La evaluación precoz de la depresión en la fase aguda del ictus es crucial, ya que la presencia de síntomas de ictus puede dificultar el diagnóstico y conducir a un infradiagnóstico.
"Cada vez entendemos más la depresión no como un déficit de neurotransmisores sino como una disfunción en red, es decir, está el bucle límbico, que involucra el córtex prefrontal, regiones emocionales del sistema límbico, regiones asociadas al sistema límbico del lóbulo temporal y, por tanto, el gran reto es cómo conseguimos restablecer y conseguir que este bucle límbico fronto-subcortical vuelva a funcionar correctamente", declara el doctor Pagonabarraga.
En su opinión, "la concepción de la depresión como una enfermedad en red abre la vía a muchos más mecanismos de acción y, por tanto, a muchas más dianas terapéuticas". Por último, este especialista apunta también a la importancia de la psicoterapia en el tratamiento de la depresión, un abordaje que se debe reclamar, "ya que cuesta mucho poder realizar psicoterapia, especialmente desde la neurología, y sin ella, los pacientes no van a acabar de estar bien tratados".