Ignacio Vega Quílez, presidente de Cardiva.
La
estimulación cerebral profunda (ECP), también conocida con las siglas DBS (del inglés Deep Brain Stimulation) ayuda a regular el envío de señales por parte del cerebro,
mejorando los síntomas del párkinson y de otros trastornos del movimiento, como la distonía o el temblor esencial. Permite que las personas que conviven con estas enfermedades recuperen su calidad de vida, su capacidad motora, sus relaciones psicosociales y el desempeño de actividades cotidianas.
La ECP utiliza un dispositivo que envía señales al cerebro para favorecer el control de los síntomas motores. Los neurocirujanos implantan uno o dos cables llamados electrodos en el cerebro a través de una pequeña abertura en el cráneo. Los electrodos están conectados a un estimulador que se coloca bajo la piel del torso, a la altura de la clavícula, y que, cuando está encendido,
produce impulsos eléctricos que estimulan un área específica del cerebro.
Una herramienta para los neurólogos y neurofisiólogos
Según explican los especialistas, los pacientes con trastornos del movimiento que han dejado de responder adecuadamente a las terapias farmacológicas son candidatos a recibir un alivio sintomatológico significativo y duradero gracias a la estimulación cerebral profunda.
Los neurólogos y neurofisiólogos son quienes diagnostican e indican esta opción terapéutica a los pacientes candidatos, y son los encargados de hacer el seguimiento de las personas que reciben el implante.
Los dispositivos permiten a los pacientes ajustar y activar o desactivar la administración de la terapia.
Además, esta modalidad de neuromodulación está obteniendo
éxito terapéutico en investigaciones sobre su efectividad en algunos
trastornos psiquiátricos (depresión, agresividad, TOC, anorexia),
enfermedad de Alzheimer y síndromes dolorosos crónicos (cefaleas en racimo), entre otras aplicaciones potenciales.
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