Ismael Sánchez. Madrid
Escuchar a Máximo González Jurado, y valorar a la vez la dimensión de sus inapelables datos sobre la situación de la sanidad española desde un punto de vista enfermero, nos transporta a otro país, muy lejos del que se cree en posesión del mejor sistema del mundo. De hecho, el presidente de los enfermeros parece pensar precisamente lo contrario: nos creemos los más listos, los más guapos y, somos, de largo, los más tontos. A su juicio, de tantos defectos y desigualdades que presenta, nuestra sanidad es en realidad la peor del mundo. ¡Menudo chasco para los políticos!
Máximo González Jurado, presidente del Consejo General de Enfermería, junto a Pilar Fernández, vicepresidenta primera, durante la presentación de los datos.
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La realidad, obviamente, no es así, ni siquiera para González Jurado, que sabe latín, griego y hasta arameo. Por eso carga contra los políticos sin pudor alguno, dando una exhibición de ironía para atizar a ministros, consejeros, directores generales y hasta el mismísimo presidente del Gobierno. El de hoy, como el de tantas otras jornadas gloriosas que le han elevado por encima del bien y del mal de su profesión, es otro ejercicio de sabiduría política y de cálculo mediático que no tiene parangón en el sector.
Parece como si su afán por engrandecer la enfermería y situarla en el lugar que él cree que merece nunca fuera a estar colmado. No me lo imagino condescendiente ni tampoco agradecido con una supuesta (y hoy por hoy improbable) culminación de sus reivindicaciones, comenzando por los dichosos 140.000 profesionales más que necesitaría el Sistema Nacional de Salud para homologarse con sus socios europeos. González Jurado se sabe azote, disfruta con el gesto grave y crítico y, pese a todas las conquistas logradas para la profesión, nunca serán suficientes.
Obviamente, su disgusto con el Ministerio es palpable, tanto o más que el renovado enfrentamiento con la cúpula de los médicos. En el cuerpo a cuerpo al que reta con alevosía, no tiene reparos en sacar a pasear sus demonios más propios, que está por ver si son también los de toda la profesión. Desde Castrodeza a Rodríguez Sendín, pasando por Serafín Romero y hasta por el ya olvidado “licenciado Siguero”: buenos ejemplos de enemigos de la profesión enfermera que, mientras persistan, le seguirán teniendo enfrente.
Si el sistema pide más enfermeras, por los crónicos, por la adherencia a los tratamientos, por lo sociosanitario y por tantas otras nuevas circunstancias asistenciales más, ¿por qué los políticos no hacen lo obvio?, parece preguntarse, con la mente puesta en el acuerdo firmado con el Ministerio hace casi dos años, que parecía el inicio de una nueva era para la Enfermería y hoy resulta una decepción más sobre lo difícil que, en política, resulta acercar los propósitos a los hechos.
Esa sanidad paternalista, más pendiente del médico que del enfermero, desequilibrada, insegura para el paciente, que no decide nada ni mucho menos está en el centro, ha vuelto a ser hábilmente definida por González Jurado. La cosa no es así, o no es así en su totalidad, pero desde luego sí sirve para que los políticos, todos, sepan que cuando toque gobernar, tendrán inevitablemente que sentarse a escuchar a los enfermeros, empezando por este gladiador bien curtido, que prefiere las batallas a los armisticios.
Cabe preguntarse, después de tantos años, reconociendo las mejoras, pero también repasando los puntos débiles que él mismo descubre, qué opciones le quedan a la profesión, empezando por el Consejo General. Qué estrategias, que acciones puede poner en marcha para tratar de corregir este panorama. Y en este punto, y en esta fecha, es donde únicamente sale el González Jurado conciliador, que no moverá ficha hasta que compruebe por dónde nos llevan los aires de la (nueva) gobernabilidad. En realidad, de la ironía a decir justamente lo que se piensa sólo hay un paso.
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