El presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP), Julio Bobes.
Las
alteraciones del oído en los niños con
trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) no deben pasar desapercibidas porque no es descabellado que se encuentren dañadas como consecuencia del trastorno. De hecho, un nuevo estudio ha confirmado esa relación. Hallazgo que, como poco, debería hacer incluir la revisión de ese sentido en los protocolos de atención a los menores diagnosticados de TDAH.
Tales son las conclusiones del propio trabajo, elaborado por médicos del Hospital Clínico de la Universidad de Chile, de la Universidad Católica y del Centro Médico Ceril, y que ha sido
publicado en Frontiers in Neurology.
Para dar con ello, partieron de una muestra de 26 niños, 13 de ellos con diagnóstico confirmado de TDAH (y ausencia de otras
comorbilidades de naturaleza psiquiátrica) con edades comprendidas entre los cinco y los diez años. El resto formó parte del grupo control y estuvo constituido por niños sanos que vivían en Santiago de Chile y que, a priori, pertenecían a una clase socioeconómica igual o similar.
Los resultados dejaron ver diferencias significativas en el funcionamiento del
sistema vestibular, que
regula el equilibrio en el
oído interno, en los niños afectos del trastorno. Entre otras pruebas, los autores recurrieron a la medida del
potencial evocado miogénico (VEMP, por sus siglas en inglés), que consiste en calibrar la respuesta de las
células del oído a una vibración inducida (en este caso, para ser precisos, de 500 hercios).
Al comparar al grupo de niños con TDAH con el control, se vio ausencia o, como mínimo, menor respuesta a la vibración en los menores diagnosticados, algo que lleva a los médicos a concluir que, en efecto, “el reflejo vestibular encefálico aparece alterado en un subgrupo de niños con TDAH”. De modo que proponen incluir su evaluación en las pruebas clínicas rutinarias aplicables a niños con este problema.
Cuatro pruebas específicas
Otras pruebas utilizadas en la investigación, sin embargo, no dieron resultados con diferencias importantes entre los dos grupos, el de niños con TDAH y el de menores sanos. Así ocurrió, por ejemplo, con un test conocido por sus siglas en inglés
SVV, que sirve para calibrar el
equilibrio en posición vertical (llamada ortoestática) de una persona.
Sin embargo, el
test de la marcha (DGI,
por su abreviatura anglosajona) sí reflejó puntuaciones más bajas (indicativas de alteraciones) en los niños con el trastorno en relación con el resto. Y lo mismo sucedió con una serie de
pruebas posturales tomográficas, es decir, registradas con tecnología de imagen, con claridad anómalas en los menores con el desorden.
Preguntado al respecto por Redacción Médica, el presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría (SEP),
Julio Bobes, recalca la coherencia de las observaciones de este estudio. Ahora bien –matiza–, en todo caso se trata de una consecuencia más que de una causa, y no en especial característica del TDAH. Por el contrario, “es más propia de desórdenes relacionados con el lenguaje expresado y recibido”. Con todo, no resulta sorpresiva su aparición en el TDAH como un efecto colateral. “No es uno de los asientos más frecuentes de los daños que dan lugar al trastorno, pero no debe extrañar que, en algunos casos, esté presente”, razona.
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