El tratamiento psiquiátrico de la embarazada no debe suspenderse sin realizar antes un análisis personalizado de la paciente.
Si en 2009 salta la polémica acerca de que las embarazadas con depresión se mediquen por miedo a secuelas en el feto, ahora dos estudios incrementan las dudas al respecto al asociar la toma de algunos fármacos de esa clase con desórdenes cognitivos en el neonato.
Uno de los trabajos escoge un periodo circunscrito entre 1996 y 2010 en Finlandia, y selecciona a 56.000 niños menores de nueve años para comprobar si aquéllos que, durante el embarazo, estuvieron expuestos a la toma de inhibidores de la recaptación de serotonia (o INRS por sus siglas en inglés) –un tipo específico de antidepresivos– muestran
mayor riesgo de padecer desórdenes cognitivos durante su desarrollo infantil.
Alrededor del 28 por ciento de la muestra había permanecido en contacto con los INRS durante el embarazo; un 17 por ciento nacieron de madres que padecían depresión pero no fueron tratadas con fármacos, y el restante 55 por ciento tenía madres que ni padecían la enfermedad ni tomaron ninguna clase de medicamento.
Según los resultados, no hubo relación alguna entre haber estado en contacto con los INRS durante el embarazo y trastornos motores o del desarrollo en los niños, según ha precisado
Alan Brown y sus colegas, de la Universidad de Columbia en Nueva York y autores del trabajo.
Pero, tal y como
se ha publicado en JAMA este mes de octubre, aquéllos infantes a cuyas madres prescribieron, al menos en dos ocasiones, antidepresivos INRS, el riesgo de trastornos de expresión o del lenguaje en la infancia resulta superior en 37 puntos porcentuales en comparación con los niños cuyas madres estaban deprimidas pero no tomaron fármaco alguno. E incluso un 63 por ciento más elevado para el caso de los niños con madres que ni tomaron fármacos ni los precisaron al carecer de síntomas depresivos.
Con relación al otro estudio, se ha llevado a cabo en la
Universidad Lund en Suecia por parte de la investigadora Ulrika Norby, y ha utilizado una muestra de 750.000 niños en ese país en el intervalo de tiempo comprendido entre 2006 y 2012. Solo un 2 por ciento de todos ellos había tenido contacto con INRS durante el embarazo; alrededor de un 14 por ciento de ellos fue ingresado, tras nacer, en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI) frente a un ocho por ciento de los que no había tenido contacto con el fármaco.
La investigación también dejó entrever que el riesgo de ingresar en la UCI de los neonatos cuyas madres se medicaron con antidepresivos era tanto mayor cuanto más tarde, en el embarazo, se produjo esa toma. En cualquier caso, “la gran mayoría de los niños expuestos a los INRS durante el embarazo
no requirió de cuidados neonatales”, concluyó Norby; además, el aumento en el riesgo de desarrollar una enfermedad importante en esas circunstancias resulta poco significativo.
Los resultados se publicaron, esta vez, en la revista
Pediatrics del 25 de octubre.
No debe suspenderse la medicación sin más
En todo caso, los investigadores –y los médicos en general– insisten en que cada caso se valore de forma única e individualizada, pues dejar de tratar una depresión u otros trastornos mentales que requieran de antidepresivos bien puede resultar más indeseable que esas supuestas secuelas.
En este sentido, la presidenta de los obstetras y ginecólogos en la Universidad del Centro Médico de Rochester (Nueva York), Eva Pressman, ha advertido a la agencia Reuters –interesada por este asunto– que
si el psiquiatra no personaliza cada caso y lo pone en su contexto clínico, “puede hacer más daño que beneficio suprimiendo la medicación”.
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