El aprendizaje aversivo gustativo es vital para la supervivencia de los animales.
28 dic. 2017 13:20H
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La zona del cerebro responsable del rechazo a nuevos sabores asociados con el malestar gastrointestinal o síntomas de envenenamiento ha sido encontrada. Así lo han constatado investigadores del área de Psicobiología de la Universidad de Granada y de la Universidad Autónoma de Baja California.
Los resultados de este estudio, realizado con ratas, pueden ser de gran ayuda en el tratamiento de enfermedades como la anorexia, la obesidad o la diabetes, y en alteraciones alimentarias que suelen aparecer tras el tratamiento quimioterapéutico.
El rechazo de aquellos alimentos que el cerebro asocia con toxicidad gástrica y envenenamiento es característico de lo que los expertos denominan aprendizaje aversivo gustativo. A día de hoy se desconoce la totalidad de conexiones cerebrales que intervienen en cada fase de la adquisición del rechazo del sabor y, particularmente, en la formación de la memoria gustativa y su asociación con trastornos gástricos.
Aprendizaje gustativo, crítico para la supervivencia
Los investigadores focalizaron su atención en la amígdala cerebral, situada en la región límbica de ambos hemisferios del cerebro y que interviene en el aprendizaje, la memoria y en el procesamiento de las emociones.
La capacidad para reconocer un determinado sabor potencialmente tóxico y así poder rechazarlo y evitar el envenenamiento está presente tanto en vertebrados como en invertebrados. En humanos, no solo supone un aprendizaje crítico para la supervivencia sino que también puede formar parte de los mecanismos que desencadenan diversos trastornos alimentarios.
Los investigadores localizaron el área concreta que modula la magnitud de la aversión al sabor en el denominado grupo basolateral de la amígdala cerebral.
Sabor relacionado con la experiencia
“Hemos comprobado que en los animales lesionados en el área basolateral la magnitud de la aversión es menor, es decir, aunque también aprenden a rechazar el sabor, estos animales ingieren mayores cantidades que aquellos sin lesión o con daño en los otros núcleos de la amígdala”, indica Andrés Molero, coautor del artículo.
Existen preferencias innatas por determinados sabores, pero también se aprenden según el resultado. Es decir, si las consecuencias tras ingerir un alimento se perciben como positivas, de placer o saciedad, o negativas, que causan malestar o enfermedad. La reacción natural es de rechazo cuando un sabor es reconocido desagradable o repugnante, como el sabor a lejía.
Los especialistas contemplan otros estudios complementarios que ayuden a comprender las respectivas interacciones entre los diversos componentes del mecanismo cerebral involucrado en la adquisición de la aversión condicionada del sabor.
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