Juan Fortea, coordinador del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la SEN.
El próximo martes, 21 de septiembre, se conmemora el
Día Mundial de la enfermedad de Alzheimer, la principal causa de deterioro cognitivo en el mundo y un problema sanitario y económico de primera magnitud: según la Organización Mundial de la Salud (OMS) es ya una de las 10 principales causas de discapacidad, dependencia y mortalidad en todo el mundo. No en vano el alzhéimer ha sido catalogado como la verdadera epidemia estructural del siglo XXI. El último informe de la
Alzheimer's Disease International realizado en 2015 calculaba que en el mundo había 46 millones de personas con demencia y proyectaba que esta cifra aumentaría hasta los 131,5 millones en 2050.
La enfermedad de Alzheimer es la principal causa de demencia (más del 60 por ciento de los casos de demencia diagnosticados en el mundo), y cada año se diagnostican unos 10 millones de nuevos pacientes. El Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa caracterizada por la pérdida y muerte de neuronas, lo que produce un deterioro persistente de las funciones cognitivas, que altera la capacidad funcional y condiciona discapacidad y dependencia de manera gradual y progresiva.
La Sociedad Española de Neurología (SEN) calcula que en España hay unas 800.000 personas que padecen esta enfermedad.
“En los últimos años la prevalencia del alzhéimer ha aumentado considerablemente, en paralelo al incremento de la expectativa de vida y envejecimiento de la población. La edad es el principal factor de riesgo para padecer la enfermedad. Afecta entre un 5 y un 10 por ciento de los adultos mayores de 65 años, unas cifras que se duplican cada 5 años hasta alcanzar una prevalencia de aproximadamente el 50 por ciento en la población mayor de 85 años”, explica
Juan Fortea, Coordinador del Grupo de Estudio de Conducta y Demencias de la
Sociedad Española de Neurología.
“En todo caso la edad no es el único factor.
El alzhéimer es una patología de origen multifactorial, condicionada por factores genéticos y/o ambientales, en la que también influyen otros como la hipertensión arterial, la hipercolesterolemia, la obesidad, el sedentarismo, el tabaquismo o la diabetes. Muchos de ellos son modificables, por lo que practicar ejercicio físico de forma regular, no fumar, evitar el abuso del alcohol, controlar el peso corporal, seguir una dieta sana y mantener la presión arterial, el azúcar en sangre y el colesterol en niveles adecuados reduce el riesgo de padecer esta enfermedad”, añade.
Factores de riesgo y prevención
Se calcula que una reducción de al menos
un 25 por ciento en estos factores de riesgo modificables podrían ayudar a prevenir entre 1 y 3 millones de casos de alzhéimer en el mundo. Sin embargo, un estudio publicado recientemente en la
Revista Neurología señala que menos de un 50 por ciento de la población española tiene conocimiento sobre los factores de riesgo de la enfermedad.
En España más del 50 por ciento de los casos que aún son leves (formas prodrómicas) están aún sin diagnosticar
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“Aumentar el grado de conocimiento de la enfermedad de Alzheimer es fundamental no solo para que la población pueda adoptar medidas que puedan ayudar a prevenir el deterioro cognitivo: aquellas personas con mayor conocimiento de la enfermedad están más capacitados para identificarla precozmente y buscar un tratamiento. Esto es algo importantísimo porque estimamos que en España más del 50 por ciento de los casos que aún son leves (formas prodrómicas) están aún sin diagnosticar. Además, detectar la enfermedad precozmente permite una mejor planificación de los cuidados y una mejor calidad de vida”, señala Juan Fortea.
Hay además razones para el optimismo. En las últimas dos décadas se han realizado enormes avances en el conocimiento de la fisiopatología y del desarrollo de biomarcadores para ayudar en el diagnóstico de la enfermedad. “Hemos de destacar el desarrollo en los últimos 5 años de
marcadores plasmáticos, marcadores que revolucionarán la forma en que diagnosticamos la enfermedad ya que permitirán cribados masivos de la población y un diagnóstico mucho más precoz de la enfermedad”, señala Fortea.
"Cambio de paradigma" en el tratamiento
Lo más importante, sin embargo, es que estamos a las puertas de un
cambio de paradigma en el tratamiento de la enfermedad. Los fármacos disponibles actualmente para la enfermedad de Alzheimer no consiguen enlentecer la progresión de la enfermedad, aunque sí que mejoran los síntomas, y éstos son aún más efectivos al inicio de la enfermedad. Pero este escenario cambiará en los próximos años.
“En la actualidad muchos de los nuevos enfoques de terapias farmacológicas contra la enfermedad de Alzheimer se basan en el uso de anticuerpos monoclonales. Este año ha sido aprobado en EE.UU. el primero de ellos, que si bien se ha aprobado a pesar de tener una evidencia controvertida respecto a sus beneficios clínicos, es la primera muestra de que ya posible modificar procesos fisiopatológicos clave de la enfermedad. Además, actualmente, se están realizando estudios de fase 3 con otros dos fármacos de características muy similares y de los que se espera tener resultados a finales de 2023 y 2024 respectivamente”, comenta Fortea.
La SEN se muestra esperanzada, por lo tanto, de que en los próximos años surjan nuevos tratamientos que consigan modificar el curso de la enfermedad. Por ello insiste en la necesidad de diseñar un
Plan de Alzheimer con una financiación adecuada que permita disponer de los recursos necesarios para ofrecer diagnósticos tempranos con certeza, así como para que se pueda acceder a estos tratamientos con equidad en todo nuestro país. Algo que, hoy por hoy, aún está lejos de conseguirse.
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