Cinco pacientes comenzaron a mostrar síntomas de demencia cuando tenían entre 38 y 55 años.
La
enfermedad de Alzheimer es una patología neurodegenerativa que nunca se habían hallado pruebas de que pudiera ser
trasmitida a otra persona, hasta ahora. Una investigación realizada en el
Reino Unido defiende que, pese a que
la enfermedad no es contagiosa, hasta cinco personas menores de 55 años sufren demencia después de recibir
hormonas de crecimiento
procedentes de cadáveres. Esta situación ha provocado que se aumenten las medidas regulatorias para prevenir la trasmisión accidental de la enfermedad.
Un total de
1.848 personas en el Reino Unido llegaron a recibir
hormonas del crecimiento procedentes de cadáveres entre
1959 y 1985. En estas trasmisiones, también se llegó a pasar
depósitos de beta-amiloide, una característica ligada al alzhéimer. Hasta la fecha, estos tratamientos llegaron a provocar en 80 personas la
enfermedad de Creutzfeldt-Jakob, y los pacientes que sobrevivieron a esta patología podrían haber desarrollado la enfermedad neurodegenerativa.
Tras estos resultados, publicados en la revista científica
Nature Medicine, los investigadores aportan evidencia de que
la enfermedad de Alzheimer también es transmisible en ciertas circunstancias y, por lo tanto, que la
patología neurodegenerativa tiene la
tríada completa de etiologías (formas esporádicas, hereditarias y raras adquiridas) características de las enfermedades priónicas convencionales.
Los cinco casos que recibieron hormonas de crecimiento sugieren, según el estudio, que, de manera similar a lo observado en las
enfermedades priónicas humanas, las formas iatrogénicas de la enfermedad de Alzheimer
difieren fenotípicamente de las formas esporádicas y hereditarias, y algunos individuos permanecen asintomáticos a pesar de la exposición a las semillas de beta-amiloide debido a factores protectores que, en la actualidad, se desconocen.
El tratamiento médico hormonal fue interrumpido en 1985
Una de las principales conclusiones subrayada por el neurólogo
John Collinge, autor principal del estudio, es que sigue sin haber
ningún indicio de que
la enfermedad de Alzheimer pueda transmitirse entre personas durante las actividades de la
vida diaria o de la atención médica rutinaria. El principal argumento esgrimido para defender esta postura es que los pacientes analizados recibieron un tratamiento médico que se interrumpió en 1985.
Pese a ello, esta trasmisión del alzhéimer a otra persona marca un procedente, por lo que los autores defienden
revisar las medidas para prevenir a toda costa la trasmisión accidental de la enfermedad neurodegenerativa mediante tratamientos médicos o quirúrgicos, para evitar que estos vuelvan a suceder en el futuro.
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