Hospital Ramón y Cajal.
La decisión del Ayuntamiento de Barcelona de abrir un expediente de sanción al
Hospital Vall d’Hebron por el exceso de ruido generado a los vecinos ha abierto un debate en el sector de la ingeniería y la arquitectura sobre las posibilidades de
aislar estos grandes centros sanitarios que ya atesoran varias décadas de antigüedad. La puesta a punto de su infraestructura para acercarse a los niveles sonoros admitidos por la ley pasa necesariamente por una reforma de los edificios, que requiere la puesta en marcha de
dos tecnologías diferentes y un importante desembolso económico.
La dificultad para contener las emisiones sonoras es un diagnóstico compartido para los hospitales que vieron la luz en la
década de los 70 en los aledaños de las grandes ciudades, pero que progresivamente han presenciado cómo la zona ha quedado urbanizada. El principal foco de los problemas radica en los edificios contiguos que contienen
la central térmica donde las turbinas de las
calderas y las enfriadoras ponen en jaque la normativa. “En un edificio antiguo como estos siempre están por encima del nivel permitido”, ha explicado a
Redacción Médica Víctor de la Cueva, jefe del Servicio de Ingeniería del
Hospital Ramón y Cajal, que se inauguró en 1977.
La actual
Ley del Ruido, que fue ampliada 2007, establece un límite máximo para las emisiones que puede recibir el dormitorio de una vivienda cercana a un hospital de
40 decibelios (dB) durante el horario de la mañana y de la tarde, pero que se reduce hasta los
30 dB en la franja de la noche. Son las zonas con mayor preocupación pero el resto de estancias de los hogares no pueden superar en ningún caso unos sonidos superiores a los 45 dB. Al baremo nacional, se suma también la normativa fijada por cada comunidad autónoma o municipio a título particular.
Límites de emisiones en la Ley de Ruido (2007)
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De la Cueva ha reconocido que estos límites son difíciles de alcanzar para los centros más antiguos, pero que sí que están controlados en los que son de nueva construcción. “
En un hospital nuevo, si está en un ámbito urbanizado, ya se toman las medidas necesarias para que no haya un exceso de ruido. Si no, no se abre el edificio”, ha puntualizado.
Doble tecnología de ruido en los hospitales
Las posibilidades de reducir los niveles de ruido pasan por una intervención técnica de dos niveles. El primero consiste en actuar directamente sobre la propia tecnología. Una de las prácticas que está sobre la mesa es instalar un
“variador de velocidad” en las turbinas, lo que permite
aminorar sus revoluciones en algunas fases de la jornada para el impacto sonoro sea menor. “Tienes unas máquinas a régimen constante pero en condiciones nocturnas las necesidades son menores”, ha apostillado de la Cueva.
El jefe del Servicio de Ingeniería del Ramón y Cajal ha advertido que se trata de la
“tecnología más compleja” para llevar a cabo esta tarea, pero también la primera que hay que poner en marcha para poder reducir los ruidos y, de paso,
mejorar también la eficiencia energética en un hospital de estas magnitudes. “Cuando tú haces una disminución de velocidad, generas menos ruido y menos gasto de combustible”, ha explicado.
La segunda fase consiste en instalar directamente
silenciadores. Se trata de unas barreras de fibra que son capaces de atenuar el ruido procedente de la sala térmica de manera “constante”. Esta tecnología provoca una
alteración en las ondas de sonido a su paso por la superficie para reducir el nivel de decibelios que produce la maquinaria.
La puesta en marcha de estas dos actuaciones tiene un notable impacto en las cuentas de los hospitales. De la Cueva ha calculado que la inversión de la primera podría rondar entre los
100.000 y los 125.000 euros, mientras que la segunda oscilaría entre los
60.000 y los 80.000. Aunque se trata de cifras orientativas, ya que cada reforma está sujeta a las particularidades del centro y requiere un estudio de campo: “Depende de la magnitud del edificio”.
El jefe de Ingeniería ha advertido que este tipo de inversiones se tienen que enclavar en un presupuesto que siempre va a priorizar otras actuaciones destinadas a mejorar la atención del
servicio de los pacientes. Por eso, rara vez los organismos de control se plantean imponer una
sanción económica al hospital por el ruido, siempre y cuando detecten que la dirección va “dando pasos” para acercarse a los límites de decibelios.
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