Ana Freire, ingeniera y doctora en informática, analiza todas las posibilidades de esta gran innovación

Ana Freire, ingeniera y doctora en informática, docente e investigadora en la UPF Barcelona School of Management
Ana Freire, ingeniera y doctora en informática, docente e investigadora en la UPF Barcelona School of Management.


5 jun. 2024 7:00H
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¿Cuál es el potencial de la inteligencia artificial (IA) en el abordaje de la depresión? Ana Freire, ingeniera y doctora en informática, docente e investigadora en la UPF Barcelona School of Management, lo desvela, tras su reciente participación en el encuentro profesional Avanzando en Depresión en Psiquiatría y Neurología, organizado por Lundbeck bajo el lema “Haciendo posible lo imposible”.

“La inteligencia artificial tiene mucho que aportar en el campo de la depresión, tanto en el diagnóstico como en el tratamiento”, afirma Freire. En cuanto al diagnóstico, explica, esta tecnología puede analizar datos de diferente naturaleza, ya sean imágenes, textos, datos biométricos o conductuales, y extraer patrones que ayuden a hacer un diagnóstico más preciso. Además, puede contribuir a un tratamiento y seguimiento más personalizados. “Hoy en día, tenemos wearebles, dispositivos móviles y sensores en algunos espacios, que nos pueden ayudar a recopilar datos sobre los pacientes con depresión e, incluso, lanzar alguna alerta si algo está funcionando mal, si el paciente necesita ayuda o es necesario realizar alguna intervención”, matiza.

Además, la IA tiene también potencial para contribuir en la prevención de la depresión. De hecho, ya existen proyectos basados en la inteligencia artificial y el análisis de datos en redes sociales que permiten identificar poblaciones en riesgo de depresión. En este sentido, esta experta asegura que “hay trabajos recientes que han estudiado, sobre todo a nivel de investigación, cómo se pueden detectar signos tempranos de depresión en redes sociales porque son medios donde los usuarios, en ocasiones, se expresan de manera más libre que delante de un humano”.

Tratamiento de los datos y privacidad


Sin embargo, la manera de intervenir aquí es limitada porque los datos obtenidos de las redes sociales incluyen información personal, de modo que a no ser que se cuente con el consentimiento del usuario para poder tratar esos datos no se podrán analizar individualmente. Según Ana Freire, “o bien se usan desde la clínica, teniendo el consentimiento del usuario para su análisis, o los tenemos que tratar de manera anonimizada, de forma global, como datos agrupados totalmente anónimos. En este último caso, la intervención se podría hacer, por ejemplo, a través de campañas dirigidas a usuarios que sabemos que encajan en ciertos perfiles de riesgo”.

Esos perfiles de riesgo para el desarrollo de depresión, que ya han sido estudiados en redes sociales, responden, habitualmente, a mujeres, menores de 29 años, que hablan sobre temas como problemas de pareja y económicos, soledad y consumo de sustancias.

De modo que la IA podría desarrollar un papel decisivo en el abordaje del trastorno depresivo, desde la fase preventiva hasta la detección y el tratamiento personalizado, en un futuro no muy lejano. Por ahora, esta tecnología no está realmente implantada en las consultas de psiquiatría por diferentes motivos que explica esta profesional. “El primero, quizá sea el desconocimiento que, a veces, genera también rechazo por parte de este colectivo, y es normal, porque tampoco hay algoritmos ahora mismo en uso, que sean altamente precisos. El segundo, que la IA, en este caso, está siendo aplicada en un contexto muy sensible, como es la salud mental. Si la aplicación de la inteligencia artificial en el ámbito de la salud, en general, debe extremar los cuidados, aún debe hacerlo más en el campo de la salud mental. Por último, estamos a la espera de que se ponga en práctica en Europa la regulación de la IA, que se hará en breve”.

Estas barreras limitan la implantación en una especialidad de especial complejidad.

Principales desafíos de la IA en psiquiatría


Entre los retos que la inteligencia artificial debe superar en el campo de la psiquiatría, a juicio de esta especialista, se encuentran algunos de carácter más subjetivo o experimental, vinculados al personal experto en la detección de estas patologías, que la IA es posible que no llegue a dominar de una manera tan efectiva. Por otra parte, si se contara con una serie de marcadores objetivos de depresión, la IA podría llegar a hacer un análisis mucho más exhaustivo de grandes cantidades de datos, pero al mismo tiempo es difícil tenerlos en un ámbito como la salud mental, no así en otras áreas, como cardiología, donde está muy claro cuáles son los biomarcadores que definen un problema de salud.

Por tanto, “tenemos un problema de datos, pero también, una vez que contemos con los suficientes y de calidad para poder analizarlos, la IA tendría muchísimo potencial para servir como apoyo en la decisión médica, nunca para reemplazar la decisión del personal experto”, concluye.

Con la vista puesta en el futuro, ¿qué veremos en los próximos años en la aplicación de la IA en las neurociencias? Para Freire, “la tecnología tiene mucho que ver con la salud del cerebro, aunque en ocasiones se le ponga la etiqueta de “perjudicial”, pero bien aplicada podría traernos grandes soluciones para problemas como la depresión, la ansiedad o incluso el trastorno bipolar”.

Ella ve el futuro de manera optimista y espera que se pueda utilizar la tecnología, ya sea IA u otro tipo, para potenciar la personalización del diagnóstico y el tratamiento de las enfermedades psiquiátricas, algo muy necesario. “Soy una fan de la tecnología, pero defiendo, sobre todo, su uso en salud porque tiene un potencial enorme y creo que es ahí donde deberíamos dedicar muchos más recursos y poder sacar todo el partido para que la tecnología y la humanidad sean un binomio que se ayuden mutuamente”.
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