Javier Barbado. Madrid
El servicio nacional de salud de Reino Unido (National Health Service o NHS) mantuvo un tope financiero para determinados tratamientos farmacológicos en función del “año ganado de vida con calidad” del enfermo: 30.000 libras. Si una terapia costaba más que esa cantidad para garantizar un año más del enfermo con calidad de vida, no la financiaba el sistema sanitario público, según ha explicado a este periódico el gerente del Departamento de Salud de Orihuela en Alicante (Comunidad Valenciana) y vocal de la Junta Directiva de Sedisa, Carlos Arenas.
Carlos Arenas, gerente del Departamento |
En España, no se ha hecho jamás algo parecido: “Aquí cualquier innovación terapéutica, por mucho que valga, se costea, aunque suponga ganar apenas dos meses de vida y no con buena calidad. Puede parecer muy humanitario (lógicamente se lo quieres dar a tu familiar) pero hay que tener en cuenta el coste social y el concepto de ‘coste-oportunidad’: con ese dinero se proporcionarían otros tratamientos a otros enfermos, o bien se invertiría en formación en seguridad del paciente, prevención de accidentes cardiovasculares o promoción de la salud”. “Se trata de un debate importante: muchas veces estamos gastando mucho en cosas que no van a bajar la mortalidad –y a menudo con muy poca calidad de vida– y, si ese dinero se hubiera invertido en otras políticas de promoción de la salud, quizás ganaríamos muchos más años de vida”, insiste.
Para Arenas, en España se desdeña la importancia del ‘coste-oportunidad’ no solo en el caso de terapias innovadoras para enfermedades terminales, sino también en cuestiones no menos relevantes en el ámbito de la Medicina preventiva como, por ejemplo, los años de vida ganados que supondría bajar apenas uno o dos puntos la prevalencia del consumo de tabaco.
“Hay países como Suecia en los que el promedio de mayores de 65 años que preserva buena salud es el mayor del mundo, ya que oscila entre los 14 y los 15 años adicionales permaneciendo sanos; sin embargo, la frecuentación del médico en este país es de las más bajas de Europa; una de las claves reside en que se han modificado los hábitos de vida y se ha moderado el consumo de grasas saturadas, lo que implica menor riesgo cardiovascular, y también ha bajado el número de fumadores”, alega para justificar la importancia de la prevención.
Para Arenas, el núcleo del problema del SNS español reside en su financiación que, en su opinión, debería ser capitativa “porque es lo más justo” para eludir diferencias de hasta el 30 por ciento entre unas y otras comunidades autónomas, como sucede en la actualidad: “Lo más razonable sería que la financiación autonómica per cápita fuera similar en todas las regiones, y que la distribución de dinero que reciben se calculase por habitante; pero también se pueden hacer ajustes para que las más retrasadas reciban algo más por habitante que las más solventes: es la teoría de la solidaridad interregional”, explica.
“La financiación debería ser más homogénea entre las autonomías y, por otra parte, debería consensuarse la cantidad máxima y mínima que puede gastar un servicio de salud per cápita, es decir, fijar una cantidad mínima para mantener la calidad y una cantidad máxima para eludir el despilfarro”, añade, todo lo cual encuadra en la denominada ‘Ley de rendimientos decrecientes’ en Economía de la Salud: “Rebasado un límite de gasto, no se puede mejorar la salud de la población aunque se persista en gastar más”, concluye.