El Gobierno central y los distintos ejecutivos autonómicos darán a conocer a lo largo de las próximas semanas sus presupuestos para el próximo año. Todo parece indicar que sus responsables trasladarán con satisfacción a la opinión pública que, una vez superada la crisis, se van a incrementar los recursos en sus respectivas partidas sanitarias.
2015 es año de elecciones autonómicas y generales y, por ello, escucharemos y leeremos de manera reiterada informaciones con gran variedad de cifras y porcentajes globales de inversión que buscarán trasladar el mismo mensaje de que la atención sanitaria que se ofrece a los ciudadanos va a mejorar notablemente.
De lo que estoy seguro es que apenas oiremos hablar a nuestros gestores políticos sobre medidas o actuaciones destinadas a solucionar una importante consecuencia de la situación vivida en los últimos años. Me refiero al grave daño moral y emocional que se ha generalizado en el colectivo profesional sanitario.
En los últimos tiempos protagonizados por los recortes, los profesionales vieron como su entorno cambió, las prioridades eran otras y las directrices marcadas desde la organización para la que trabajan cada vez distaban más de las que no hace mucho tiempo señalaban el camino a seguir.
El profesional constató, muy a su pesar, cómo se perdía a marchas forzadas el sentido de servicio público, la prioridad principal del cuidado de la salud de los pacientes, o el respeto por el valor del trabajo bien hecho, así como el reconocimiento al mismo.
Una situación que ha generado entre miles y miles de profesionales tristeza, indignación o merma de confianza y orgullo por pertenecer a la organización… Sentimientos todos ellos que han llevado a una importante pérdida de ilusión y motivación.
Se trata de una realidad que no sólo afecta al profesional sino que repercute de manera muy importante en la atención y cuidados que se presta a los pacientes.
Por ello, de igual manera que resulta imprescindible volver a priorizar la atención sanitaria en los presupuestos de los gobiernos, aumentando los recursos económicos, creo firmemente que hay que redoblar los esfuerzos para motivar a los profesionales de multitud de maneras que no tienen que ver con el dinero.
Son muchas las medidas y actuaciones posibles para propiciar una mayor participación, colaboración o implicación de los profesionales en los procesos de toma de decisión y gestión del centro o servicio sanitario correspondiente.
Los gestores las conocen pero, si no fuera así o hubiera que recordarlas, hay que pedir también que los órganos de diálogo existentes vuelvan a recobrar su espíritu y función primigenia y que los representantes de los profesionales sean escuchados en lugar de asistir a sus reuniones para ser simplemente informados de decisiones previamente adoptadas.
Sólo de esta manera se irá reparando el daño causado en los profesionales y éstos volverán a sentirse corresponsables del mantenimiento y mejora del sistema sanitario.
Ser, en definitiva, parte de un todo que necesita la fuerza y empuje de todos para afrontar los retos sanitarios actuales y futuros de una sociedad cambiante y cada vez más compleja.