Nos encontramos en plena campaña electoral al Parlamento Europeo y, como cada cinco años, nuestros políticos vuelven a decirnos lo importante que es lo que se decide en las distintas instituciones de la UE para nuestro día a día.
La realidad es, y así lo constatan las diferentes encuestas, que existe aún un desconocimiento importante sobre qué es y para qué sirve realmente la Unión Europea, que propicia que los españoles la contemplemos aún desde la lejanía y con cierto recelo.
Una percepción social que entiendo no ha mejorado en el devenir del actual periodo de crisis económica porque lo que más ha trascendido en el imaginario colectivo español es que quien manda realmente es Alemania y no los diversos órganos que democráticamente han sido establecidos para guiar los caminos del viejo continente.
Coincido en que es incuestionable la influencia del poder económico en Europa, sea el de un Estado miembro o el de las grandes corporaciones y lobbies empresariales, pero también creo que la labor política y legislativa que se ha desarrollado hasta el momento en Bruselas es importante, aún con sus errores y aciertos, y tiene un impacto real en nuestras vidas que no hay que desmerecer en caso alguno.
En el ámbito de la salud, se lleva muchos años trabajando en aunar y coordinar políticas que mejoren el bienestar y calidad de vida de los ciudadanos europeos y también las condiciones de los profesionales. Distintas directivas, con su posterior trasposición a las diferentes legislaciones nacionales, han mejorado, por ejemplo, el control de enfermedades y medicamentos o la seguridad laboral.
Otro ejemplo muy reciente es la aprobación de una nueva Directiva de Cualificaciones Profesionales, que contempla, entre otros aspectos, la obligatoriedad de promover el desarrollo profesional continuo, la evaluación de los conocimientos lingüísticos para garantizar la seguridad del paciente y la creación de la tarjeta profesional europea.
Éstas y otras iniciativas son y serán posibles si contamos con una Unión Europea fuerte y representativa donde, a pesar de las presiones de todo tipo, prevalezcan los intereses generales y se mantenga un marco colegiado y consensuado de toma de decisiones.
Si resulta extraordinariamente complejo el equilibrio de intereses entre los diferentes niveles de poder en un solo país, puede parecer misión imposible, y más en tiempos de crisis, el aunar los de 28 estados soberanos e independientes, pero estoy firmemente convencido de que el único camino a seguir es el de la integración y no el de la confrontación.
Ahora, más que nunca, debemos volver nuestros ojos hacia la Unión Europa y verla como una aliada para nuestros intereses, tanto los particulares como los comunes. Entender que, como en todo, la unión hace la fuerza y más en un mundo globalizado, interconectado e hipercompetitivo como el actual.
Y es que el que Europa tenga buena salud es fundamental, entre otras cosas, para la salud de todos los europeos.