Por Ismael Sánchez
A buen seguro que, de haber podido, todos hubiéramos hecho lo que José Luis Sánchez Plaza, el ya ex gerente del Hospital de Hellín. Desde movilizar un equipo de cirujanos hasta remover Roma con Santiago. Cuando se trata de hacer todo por la madre, todo es siempre poco. Bien vale un cargo por la mejor respuesta asistencial al alcance de la señora Plaza. De haber sido ministro, es posible que José Luis también hubiera tenido que presentar la dimisión. Porque también lo hubiera dado todo por su madre.
Así somos en este país de pícaros y de lazarillos. ¿Quién no ha aprovechado su situación en favor propio? ¿A quién no han tildado de tonto por no aprovecharse? Es una cultura interiorizada, que explica gran parte de nuestros reflejos y nuestras miserias. Y que ha engrosado su lista de ejemplos con el bochornoso y a la vez comprensible caso de Sánchez Plaza.
Me pregunto en qué pensó cuando decidió implicar a dos neurocirujanos y a una enfermera en el trayecto Albacete-Hellín (60 kilómetros de ida, otros 60 de vuelta). Puedo intuir lo que dedujo la madre: “Qué bien que mi hijo sea mi hijo y además sea un importante gerente de hospital, capaz de torcer voluntades y poner firme al personal.¡ Qué menos que por su madre!” O algo por el estilo. Pero, ¿y el ex gerente? ¿Qué pudo pensar?
Pues si pensó “nadie se enterará”, se equivocó. Por allí pasaba José Samaniego, sindicalista para más señas, y puede que liberado lo justo para percatarse de la irregularidad. Un quirófano abierto en Hellín por la tarde, impensable con tanto ajuste y con tanto recorte. Y todo el mundo se enteró de la excepción.
Nuestro exgerente no sólo pensó sino que también dijo en público que no es habitual tener un amigo neurocirujano. Lo que no es habitual es decir lo que se tiene y no tienen los demás y luego sugerir todo lo contrario: “Ni he conculcado el derecho de nadie ni ha supuesto coste adicional”. Lo dicho, todo por mi madre. Y encima, convencido de que lo hacía correctamente.
Puede que también llegara a pensar lo siguiente: “Mi madre está peor de su lesión, y puede que tenga lesiones irreversibles. Hay que operarla ya. Donde le corresponde, en Albacete, sacando a alguien menos urgente de la lista de espera y operándola a ella en su lugar. ¿Y qué dirán si alguien se entera de que esa mujer sin demoras es la madre del gerente de Hellín? Caerá sobre mí la oposición y los sindicatos y me veré forzado a dimitir. No puedo hacerlo. No de esta manera”.
Y buscó otra, la que finalmente puso en marcha. Y dimitió igualmente.
Quién sabe si, en ejercicio mayúsculo de responsabilidad, José Luis pudo pensar en algún momento en no hacer nada, en dejar actuar al sistema, con naturalidad, con sus errores y demoras, y que la señora Plaza hubiera recibido la atención que fuera, la misma que a tantos otros que no tienen hijos que son gerentes de hospital. Pero tampoco.
¿Dónde está la ética de la que habla Samaniego, el sindicalista feliz de haber cobrado la pieza? ¿En el gerente que oculta, el que maniobra dentro de unos márgenes o el que simple y llanamente olvida que es gerente? ¿Sabe Samaniego lo que hubiera hecho en el lugar de Sánchez Plaza? Es muy posible que sí, la opción más recta quiero creer, porque si no, no le hubiera denunciado. Bien, ojalá la vida no le tenga que poner en la tesitura de ser un hombre recto, como no lo ha sido el que fue su gerente hasta ayer. Porque es fácil pregonar rigor cuando el error es tan visible.
Corren malos tiempos para el favor, para el amigo neurocirujano, para las excepciones y los viajes vespertinos Albacete-Hellín y vuelta. Y debemos celebrarlo. No hay espacio para el trato extraordinario que, aunque parezca indoloro para muchos, termina fastidiando a casi todos. Triunfa el mal de muchos. Que la señora Plaza hubiera esperado, como todos. Y que se hubiera operado en Albacete, donde le corresponde. Y a aguantarse, como todos.
Para haber seguido siendo gerente de Hellín, José Luis Sánchez Plaza debería haber dejado de ser hijo por unos días, olvidándose de hacer todo por su madre. Prefirió dejar de ser gerente. Puede que algún día, en este país, no haya que elegir y se pueda ser un buen gerente y buen hijo a la vez, haciendo lo mejor para el sistema y, también, para la madre.