La divulgación médico-científica predomina, como cabe esperar durante la Navidad, en la prensa española tanto impresa como digital; si acaso se topará el lector, este sábado de principios de año en las páginas o pestañas de Sociedad de cada cabecera, con retazos de la enconada lucha que mantienen los representantes de los pacientes con hepatitis por virus C para reivindicar su derecho al tratamiento farmacológico y algún que otro texto sobre la Ley de Dependencia y su aplicación en 2014 (por ejemplo, en eldiario.es, el cual delata con el predominio de estas informaciones su propensión a utilizarlas para desprestigiar la política gubernamental, que, por otra parte, este periódico critica en cada noticia de esta índole sin caer en exceso en la demagogia, esto es, procurando validar los argumentos que esgrime).
En las cabeceras de mayor peso histórico, caso de El País y ABC, y otras que al menos llevan 20 años, o poco menos, en el oficio, caso de El Mundo y de La Razón, los textos sobre consejos básicos de higiene física y mental para el común de los mortales en efecto copan la clase de informaciones que son reseñables en esta revista de prensa.
Así, esta última ofrece uno en el que se aportan consejos para educir el estrés en la oficina o lugar de trabajo (meditación y empatía con los compañeros, para resumirlo en pocas palabras), que firma la periodista Lorena G. Díaz. Pero también se encuentran hoy, en el mismo sentido, otros artículos de mayor recorrido intelectual y no menos influencia en la salud integral del ser humano, como el que analiza, en El País, el problema poco difundido del exceso de materiales plásticos en el fondo de los mares.
Este mismo rotativo ofrece otra pieza periodística de divulgación científica que escribe, en este caso, Cristina F. Pereda, y en la que se revela cómo un informe delimita y describe la herencia genética de las razas en Estados Unidos.
Por último, en El Periódico de Cataluña, destaca la denuncia del Observatorio contra la Homofobia de esta comunidad autónoma contra un videojuego comercializado por Juegos Flasher en el que se anima al jugador a matar a personas homosexuales. Toda una incitación a la violencia a partir de un estigma deplorable contra una orientación sexual que –todo hay que recordarlo– la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) calificaba de disfunción patológica hasta el último tercio del pasado siglo.