El pasado 3 de julio se publicaba en el B.O.E. el Real Decreto 610/24 por el que se crea la
Especialidad de Medicina de Urgencias y Emergencias. Con este acto administrativo se ha puesto fin a un sinsentido que se ha eternizado durante décadas sin que nadie quisiera ponerle solución pese a que durante todo este tiempo se han ido sucediendo gobiernos de todos los colores. Desde luego nadie podrá decir que ha sido porque los interesados no lo hayan reclamado y de forma muy insistente, ya que el tema ha sido un clamor entre los profesionales dedicados a las
urgencias y emergencias prácticamente desde que se agruparon alrededor de su sociedad científica SEMES (Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias) en el ya lejano año de 1987.
Las distintas
especialidades médicas y quirúrgicas se fueron creando sobre todo a partir de los años setenta, estableciéndose un mecanismo formativo centrado en el sistema MIR, que también vio la luz en aquellos años. Por entonces todavía imperaba la peregrina idea en algunos de los aún escasos hospitales públicos, que la atención de los enfermos que acudían a urgencias podía correr a cargo de los distintos especialistas que estuvieran de guardia ese día, aunque la patología que presentaran no se correspondiese con su formación específica. Viví y padecí esta situación, que siempre me pareció absurda, en los dos centros madrileños en que trabajé por entonces, donde la idea de tener médicos para urgencias ni se contemplaba.
Afortunadamente esta teoría se vino abajo por su propio peso en poco tiempo, por motivos tanto cuantitativos (las urgencias comenzaron a multiplicarse) como cualitativos (no es verdad que cualquier médico esté capacitado para atender correctamente a cualquier enfermo). Las
urgencias hospitalarias comenzaron a poblarse de
médicos de distintos orígenes, la mayoría recién acabado su período formativo y todavía sin plaza en su especialidad o en el lugar donde ellos querían. Algunos volvían en un plazo corto a sus orígenes, pero otros encontraron allí una buena opción profesional y
empezaron a configurar lo que hoy son los servicios de urgencia hospitalaria.
La no regulación de esta situación era algo muy cómodo para todo el mundo. Los
hospitales podían contratar a cualquier médico sin exigirle una determinada especialidad y los profesionales podían acceder a este servicio y abandonarlo cuando surgiera una mejor opción sin requerir ninguna titulación ni trámite específico. Con el tiempo, el origen de estos médicos se decantó de forma muy clara hacia los especialistas en medicina familiar, tanto por motivos numéricos (son muy mayoritarios en el sector) como por el hecho de que al tener una formación más generalista que otros, se adaptan perfectamente a la medicina de urgencias, donde muchos encontraron su vocación y un destino para nada temporal, sino con vocación de estabilidad.
Y cuando se alcanzó este punto surgió la paradoja: si los
servicios de urgencias existían, prestaban asistencia a muchos millones de personas al año y se convirtieron en una pieza clave del sistema sanitario
¿qué razones hubo para no darles su especialidad sin más’ en los noventa o ya en este siglo y dejar zanjado el tema? Básicamente porque los no partidarios de que así fuera han sido también muchos y con mucha influencia y las autoridades sanitarias han preferido no meterse en líos y mirar para otro lado. Son varias las especialidades médicas de las que se abastecía este colectivo para quienes el sistema era provechoso en cuanto a su promoción profesional, y que han estado poniendo
palos en las ruedas en un proceso interminable por el que han pasado bastantes ministros de sanidad y que afortunadamente ha visto su fin, aunque queden aún flecos respecto a quienes y como pueden reconocer su título de especialista.
"Las autoridades sanitarias han preferido no meterse en líos y mirar para otro lado"
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Tanto desde un punto de vista personal como institucional a lo largo de mi trayectoria como responsable de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT), he sido un firme e insistente
defensor de la creación de la especialidad de urgencias ante los sucesivos equipos ministeriales, aunque es obvio que con escaso éxito. El motivo principal fue el perfecto entendimiento con el colectivo de urgenciólogos que adquirimos hace ya muchos años desde la ONT, cuando al analizar los factores que nos podían permitir seguir creciendo en las cifras de donantes de órganos, constatamos que el papel del médico de urgencias, o mejor, la coordinación entre éste y la unidad de cuidados intensivos era el punto fundamental de todo el proceso.
El ejemplo paradigmático de esta observación fue la comunidad de La Rioja. Con poco más de 300.000 habitantes, durante años tenía una media al año de 1-2 donantes de órganos que significaban entre 3 y 6 donantes pmp (por millón de habitantes) cuando la media española estaba en 33-35, lo que la situaba en el último lugar de todas las CCAA. La llegada en el 2004 de un nuevo coordinador, médico intensivista, y el establecimiento de un perfecto sistema de conexión con urgencias, donde se nominó igualmente uno de los médicos como persona de contacto, produjo un espectacular aumento sin precedente alguno hasta alcanzar en 2007 la cifra de 74,2 donantes pmp, cifra jamás alcanzada en ningún lugar del mundo y que ha tardado muchos años en lograrse esporádicamente en alguna que otra comunidad (nunca fuera de España). No consta que en esos tres años se produjera una
epidemia incontrolable de generosidad entre la población riojana y si en cambio una decidida acción por parte de urgenciólogos e intensivistas, que luego se ha mantenido en el tiempo.
La constatación de que era la
detección en urgencias de potenciales donantes antes no considerados como tales, el factor clave para seguir creciendo significó una verdadera revolución en nuestro país y en otros que aprendieron de nuestra experiencia. Ha implicado la formación por parte de la ONT de miles de urgenciólogos de toda España en materia de donación de órganos a lo largo de los años y junto con otra medida fundamental y complementaria como la donación a corazón parado, ha permitido pasar en los últimos 15 años de los 30-35 a los 50 donantes pmp que tenemos en la actualidad. Sin los urgenciólogos España no habría podido mantener su liderazgo mundial indiscutible desde hace más de 30 años y justo es reconocerlo así.
La aprobación de la especialidad de urgencias es antes que nada un hecho de justicia histórica que viene a reconocer la labor de unos 16.000 profesionales que según SEMES trabajan en servicios de urgencias y emergencias de toda España, que atienden más de 23 millones de urgencias cada año (la mitad de la población española) y que constituyen una verdadera válvula de escape de las inseguridades e ineficiencias del sistema, al ser los únicos que dan respuesta inmediata a cualquier hora y sin lista de espera.
En segundo lugar, constituye un elemento de racionalidad en la dinámica hospitalaria al permitir estructurar los servicios de urgencias como uno más y fundamental del hospital y no como una entidad de aluvión, en continuo cambio y con una integración deficiente en el hospital.
"La aprobación de la especialidad de Urgencias es antes que nada un hecho de justicia histórica"
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Y en tercer lugar, lo más importante, el reconocimiento de la especialidad de urgencias va a permitir que los
futuros urgenciólogos reciban una formación reglada, a cargo de médicos con la debida experiencia, con un temario estructurado y que por tanto van a poder garantizar a todo el que acuda a un servicio de urgencias una asistencia de calidad y con la máxima seguridad. Se trata por tanto de una gran noticia para los profesionales, pero también y sobre todo para los usuarios que somos todos.
Ya solo falta que el reconocimiento de la especialidad se extienda también a las
enfermedades infecciosas, el otro colectivo eternamente olvidado de nuestra sanidad y con unas causas y unos antecedentes muy parecidos a los que acabamos de describir. Vidas paralelas.