Han pasado algo más de dos meses desde la toma de posesión de la ministra de sanidad, Mónica García. Un tiempo muy corto para valorar su gestión, pero suficiente para apreciar algunos rasgos que pueden marcar el futuro de su mandato, porque en estos primeros momentos, suelen poderse apreciar determinados tics y actitudes, indicativos de lo que va a venir. Es una situación que he vivido y padecido en primera línea como miembro del ministerio nada menos que en 16 ocasiones: los tres primeros meses son fundamentales y todo aquel que quiera sobrevivir a un nuevo ministro, más vale que los pase sin ponérsele por delante.

Hace ya mucho tiempo que dejé de juzgar a los equipos ministeriales atendiendo a su afiliación política. Mi interés se centra en que hagan algo positivo para la sanidad de nuestro país y no para su provecho personal o político. He conocido excelentes profesionales de los dos partidos hasta ahora alternantes en el poder, que han desarrollado dignamente el puesto de ministro/a y/o secretario general, y otros que pronto dieron muestras de analfabetismo funcional (no es un insulto sino un claro diagnóstico de cualquier interlocutor sin condicionantes partidistas), también de ambos partidos. No es un problema de ideologías sino de talante, sentido común y coeficiente intelectual, así como del peso que los sucesivos gobiernos hayan querido dar a la sanidad y a su ministro (en general, más bien poco).

En el caso que nos ocupa, por primera vez desde la transición, si exceptuamos los ministros de UCD, se trata de una persona que no es ni del PSOE ni del PP, aunque gobierne en coalición con los primeros, lo que debe otorgarle al menos el beneficio de la duda. Los antecedentes de su partido, o más bien de su antecesor Podemos, no son extraordinarios porque aparte de carecer de experiencia de gestión sanitaria en ninguna administración central ni autonómica, cuando al principio de la pasada legislatura se les ofreció el Ministerio de Sanidad a sus entonces correligionarios (hoy ya no por la eternas mitosis de la izquierda), la respuesta es que les estaban ofreciendo “la caseta del perro”, lo que aparte mostrar una ignorancia supina del tema, venía a decir que si no había mucho dinero o prebendas para repartir, esto de gestionar, y menos un tema tan complejo como la sanidad, no les interesaba absolutamente nada.

Los primeros pasos de Mónica García


Las cosas cambian, y aparte el nombre del partido, hay ahora una ministra, médico hospitalario de profesión, que tiene como segundo a un médico de atención primaria, ambos con un periodo significativo de ejercicio en contacto con la realidad del día a día, lo que sin duda es muy positivo (no recuerdo nada similar en el pasado) porque a diferencia de la mayoría de sus antecesores, nadie tiene que explicarles cómo funciona el sistema ni intentar convencerles de sus siempre eternas reivindicaciones: estarán a favor o en contra según su experiencia personal y lo que vayan aprendiendo. Eso ya es un signo de consideración al sector que merece ser apreciado.


"Si resulta que de las 17 CCAA, el partido de Mónica García no gobierna en ninguna, sus socios de coalición en tres, más los nacionalistas en otras dos, y en las doce restantes se encuentra el PP en el gobierno, es evidente que cualquier intento de imposición política está condenado al fracaso. Solo una estrategia de consenso puede aspirar a conseguir soluciones pactadas porque en un enfrentamiento tiene todas las de perder por mero cálculo matemático".



Los antecedentes de activismo político combativo de la ministra en la Comunidad de Madrid, aunque probablemente imprescindibles para su nombramiento, no son una buena carta de presentación si se van a mantener en el tiempo, aunque eso está por ver. El Ministerio de Sanidad tiene hoy día un papel fundamental de coordinación de las comunidades que son quienes tienen las competencias de gestión directa. Solo la sanidad exterior, la alta inspección, la farmacia, hasta ahora la formación postgraduada y poco más se escapan a este esquema. Si resulta que de las 17 CCAA, su partido no gobierna en ninguna, sus socios de coalición en tres, más los nacionalistas en otras dos, y en las doce restantes se encuentra el PP en el gobierno, es evidente que cualquier intento de imposición política está condenado al fracaso. Solo una estrategia de consenso puede aspirar a conseguir soluciones pactadas porque en un enfrentamiento tiene todas las de perder por mero cálculo matemático. La forma de actuar de la ONT, siempre buscando el acuerdo entre todos, una vez más se antoja como el único camino posible.

La actuación más sonada hasta ahora, la declaración de obligatoriedad de las mascarillas en hospitales y centros de salud ha sido cuando menos poco prudente. Tras una reacción muy lenta ante una epidemia estacional de gripe, que tampoco era nada extraordinaria en relación con otros años, se declaró la obligatoriedad de las mascarillas mediante una “orden comunicada”, un procedimiento empleado durante la pandemia pero que no está pensado para actuar en situaciones periódicas y nada extraordinarias. Además, la decisión se tomó frente a la mayoría de las comunidades, que sin estar en contra de su uso, si vieron la maniobra como una intromisión en sus competencias precisamente cuando la incidencia comenzaba a decaer. De hecho, fueron varias las comunidades que la derogaron inmediatamente tras dos semanas de descenso de la incidencia y al menos un par de ellas la han recurrido a los tribunales, algo esperable cuando las cosas se hacen sin consenso.

Luces y sombras


Mas afortunadas están siendo sus entrevistas con los representantes del sector en las que se transmiten en principio buenas vibraciones, a la espera siempre de resultados. Su intervención en el INGESA, los únicos facultativos asistenciales que dependen directamente del ministerio parecen haber desbloqueado un conflicto enquistado con sus antecesores, y eso parece sintomático y esperemos que lo sea.

Aunque reconozco que es un tema menor y muy sectorial pero que siento como muy cercano, ha sido positiva su actitud profesional y en su papel, en la presentación anual de los datos de la ONT junto con la directora del organismo. Nada que ver con el discurso alucinógeno de la Sra. Darias, el pasado año, nada menos que en Chipre sobre nuestro extraño liderazgo en “donantes vivos en asistolia”  o el empeño del Sr. Soria en demostrar que dominaba el tema asegurando repetidamente que en 2008 habíamos superado los 70.000 trasplantes (en realidad era el acumulado hasta entonces) hasta que un periodista le dijo que salían a más de 200 trasplantes al día y que si no le parecía demasiado. Un anecdotario que daría para mucho pero que en este caso ha venido marcado por la prudencia.

No tan positiva ha sido su gestión de la selección de los futuros Cancer Comprehensive Centers, algo en lo que no creo que estuviera directamente implicada, aunque sea plenamente responsable. Podría haberse hecho peor, pero para ello habría que haberse empeñado y entrenado mucho. De nuevo se demuestra que el no contar con los implicados no es un buen camino.

Dos jardines importantes


Por lo demás, el nuevo equipo ministerial parece haberse metido en dos jardines importantes que algunos de sus efímeros predecesores habían tanteado para luego dejarlos en un cajón. El primero es el endurecimiento de la ley antitabaco, incluyendo las diversas modalidades de vapeo, algo en mi opinión positivo y necesario, y que esperemos salga adelante pese a la más que esperable oposición de determinados sectores.

El segundo es la Ley de Equidad, Universalidad y Cohesión, un texto legal al que todavía queda un largo trecho y en el que, entre otras muchas cosas, algunas muy necesarias, se plantea el siempre espinoso e ideologizado tema de la relación entre el sector público y privado y que tan solo con su presentación en la comisión de sanidad ha puesto en guardia a este último. No es el objetivo de estas líneas entrar en este debate que sin duda daría y va a dar para mucho, pero no está el sistema como para renunciar de la noche a la mañana a la colaboración público-privada y paralizar sine die o revertir cualquier innovación de la gestión. Sería un tiro en el pie, eso sí, de las comunidades que son las que tienen que atender al ciudadano, en especial de Madrid y Cataluña donde el peso del sector privado y de las formas alternativas de gestión es mayor. Sinceramente, salvo que se haga un traje a medida para la sanidad catalana, no veo yo una mayoría parlamentaria para aprobarla en su versión maximalista por lo que creo que también en este tema la prudencia y el acuerdo deberían constituir la hoja de ruta para llegar a alguna parte.

El tiempo dirá si su línea de acción pasa por una vía asentada en su experiencia profesional, que busque el máximo acuerdo con todos los implicados, incluso con los que puedan pensar muy distinto, en cuyo caso tendremos por una vez una buena ministra, porque condiciones parece tener, o por el contrario, como tantos otros de sus numerosos colegas de gabinete, su acción más destacada acabe siendo recitar en los medios de comunicación las consignas diarias del argumentario de presidencia. Se habría perdido entonces una buena ocasión para nuestra sanidad.
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