Hace un par de meses, la Organización Nacional de Trasplantes (
ONT) hizo público un comunicado con el fin de recordar que los
llamamientos públicos a la donación de órganos y tejidos son innecesarios y además pueden ser contraproducentes. El desencadenante fue una
campaña en prensa y redes sociales centrada en una bebé pendiente de un trasplante cardiaco.
Vaya mi pleno apoyo al comunicado de la ONT y a cuanto en él se decía, recibido no obstante en algunos medios (y en el hospital del que partió el llamamiento) con ciertas reticencias como si fuera algo que limitara los derechos de los padres y/o de los medios. Con independencia de que nuestra legislación los prohíba, y no por capricho, merece la pena reflexionar sobre el tema, desligándolo del caso concreto que dio origen al comunicado, ya resuelto y por supuesto sin que el llamamiento tuviera nada que ver.
Cuando el resultado es positivo todo el mundo considera que es gracias al llamamiento y a pesar del sistema sanitario, lo cual no es muy edificante
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Hace muchos años que
estoy convencido de que las
imágenes de enfermos a punto de morir si no encuentran a tiempo un órgano adecuado, con llamamientos desesperados de los familiares,
no sólo no sirven para mucho, sino que como señala la ONT, son contraproducentes. Frecuentes en la España de los 80 y principios de los 90, y en países sin un buen sistema de trasplantes, prácticamente habían desaparecido si exceptuamos los de médula que, aunque igualmente inútiles, tienen una dinámica muy distinta y no me voy a referir a ellos. Sí hay un factor diferencial multiplicador que antes no existía: las redes sociales.
Un mensaje de este tipo transmite
varias impresiones, ninguna de ellas favorable al fin buscado:
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Resulta objetivamente inútil para el caso concreto que se pretende solventar, ya que parece poco probable que los familiares de algún posible donante recién fallecido o a punto de hacerlo vean la televisión, lean la prensa, o visiten las redes sociales.
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Transmite una falsa imagen de improvisación y excepcionalidad que no se corresponde con la realidad del sistema encargado de la detectar y materializar cualquier posible donante en toda España, con total independencia de la necesidad concreta.
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Representa una presión peligrosa a favor de un enfermo que no siempre es el más necesitado, ni el que según los criterios establecidos de adjudicación de órganos sería el primer beneficiario en caso de producirse la donación. El acceso a los medios de comunicación o a las redes sociales, difícilmente puede considerarse como un factor a ponderar en la distribución de órganos. Hubo incluso ocasiones en que el llamamiento se hizo para enfermos que no cumplían los requisitos de urgencia y en consecuencia no tuvieron acceso a una eventual donación salvo que le correspondiera por los criterios habituales. Incluso se llegó a pedir un corazón urgente por radio para alguien que no estaba en lista de espera y que nunca lo llegó a estar por contraindicación clínica.
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Proporciona a la población una serie de sensaciones que comienzan por la angustia que produce una situación desesperada, continúan por la impotencia ante algo que no pueden solventar (le están pidiendo nada menos que un hígado o un corazón) y finaliza por un sentimiento de rabia contra el sistema o contra el mundo por no solucionar inmediatamente el problema y en su lugar, traspasárselo al seno de su intimidad familiar.
Esta dramática situación puede acabar de varias maneras: la gran mayoría de las veces
se soluciona favorablemente tras la consecución de un donante adecuado. Entonces todo el mundo
considera que ha sido gracias al llamamiento y a pesar del sistema sanitario lo que ciertamente no es muy edificante. En otras ocasiones, en la actualidad menos de un 5 por ciento de los casos, por desgracia el
paciente fallece, lo cual incrementa la frustración e impotencia que describíamos antes.
Las
situaciones de “urgencia 0” hepática, cardíaca o pulmonar están perfectamente definidas en cuanto a sus características clínicas para ser consideradas como tales e inscritas en la lista de espera nacional. Cuando esto ocurre y sólo entonces el enfermo tiene acceso al primer órgano que surja en cualquier hospital, (en España hay una donación cada 4 horas) con los únicos
condicionantes de la compatibilidad de tamaño y grupo sanguíneo. Esta situación acaeció el
pasado año nada menos que 348 veces, es decir, casi una al día, con lo que puede imaginarse lo que ocurriría si todas saltasen a los medios de comunicación.
Nunca olvidaré a principios de los noventa, la experiencia vivida "desde el otro lado", cuando contemplé como familiar de enfermo el caso de otro
paciente que se solucionó en el seno de una llamada televisiva, aunque por supuesto sin ninguna relación con ella. La práctica totalidad de las personas que se encontraban ingresadas a su alrededor felicitaron efusivamente a la familia no por haber logrado el trasplante, sino "por haber sabido moverse".
El tema dista mucho de ser banal porque
afecta a la credibilidad de todo el sistema de trasplantes y de él dependen muchas vidas. Cualquier tiempo pasado casi nunca fue mejor, y en esto desde luego que no.